Camille tiene 6 años y es una niña transgénero. Su aspecto es como el de cualquier otra niña, su color favorito es el rosa, lleva las uñas pintadas y le gusta jugar con Barbies. Sus princesas Disney favoritas son Elsa de Frozen y Ariel de La sirenita. La única diferencia con el resto de las niñas es que Camille nació niño.
Durante los primeros años de su vida, ella se llamaba Sebastián. Cuando le preguntas a Camille si puede recordar cuando era un niño, ella asiente con la cabeza: «Todo el mundo me llamaba Sebastián, pero yo era una niña», dice risueña. «Yo solía tener pijamas de niña con Minnie Mouse estampados, y solía dormir con ellos».
Camille es uno de tantos niños que sufren disforia de género, un desajuste entre su sexo biológico y su identidad de género. Se estima que entre el 2% y el 5% de la población mundial experimenta este fenómeno, aunque el análisis estadístico es irregular.
Camille vive en Napa, California, con sus padres Eduardo y Casey, y han decidido colaborar con su historia personal, que formará parte del documental Niños transgénero de la BBC2.
En los Estados Unidos, el tratamiento de niños transgénero es posiblemente más avanzado que en otros países del mundo, incluidos los europeos. En el Reino Unido, el NHS (sistema sanitario británico) hace tratar a niños transexuales a partir de los 12 años y usa los bloqueadores de hormonas, para retrasar la aparición de la pubertad, a partir de los 16 años.
Camille, por el contrario, ha pasado los últimos dos años una exhaustiva evaluación por parte de los psicólogos del Centro de género adolescente de la Universidad de California en San Francisco, donde un grupo de profesionales médicos ayudan a los niños trangéneros a detectarlos y comenzar su proceso de cambio a edades cada vez más tempranas. El tratamiento incluye asesoramiento psicológico, bloqueadores de hormonas y, finalmente, la posibilidad de una cirugía de reasignación de sexo.
Algo parecido, y con el fin de detectar la transesualidad infantil precoz, se lleva a cabo en estos Campamentos para niños con género variante.
Los críticos han cuestionado si estos niños son demasiado jóvenes para tomar sus propias decisiones y si, en la edad adulta, es posible que se arrepientan y quieran invertir el proceso, momento en el que podría ser demasiado tarde. Aunque para Casey, la madre de Camille, de 33 años, la preocupación está fuera de lugar.
«Si pasas un día con mi hija, te das cuenta enseguida de que es una niña. Ella nunca fue Sebastián, ella siempre fue Camille. No puedo explicarlo, pero es como si tuviésemos ya esa certeza cuando tan solo tenía 18 meses. A ella le encantaba ponerse mis zapatos, era muy en femenina. Puede resultar un tópico, pero si poníamos un camión de juguete delante, ella no le hacía ningún caso. Sé que no es una etapa, que se alegrará de hacer este cambio cuanto antes”.
Cuando era niño, Camille se veía claramente infeliz. Tenía rabietas y era imposible vestirle con ropa de chico. A los cuatro años, Casey recuerda que su hijo empezó a preguntar cómo podía convertirse en una chica. Abrumados por la tenacidad de Camille a ser una niña, sus padres decidieron consultar con un especialista y empezaron a permitir a Camille vestir ropa de chica. También pidieron a la escuela que empezaran a referirse a ella como Camille. En casa empezaron a tratarla como una niña y, casi de inmediato, las rabietas desaparecieron.
Camille aún es demasiado joven para considerar el uso de hormonas y cirugía. Pero sus padres no tienen ninguna duda sobre el proceso que les queda por delante, y confiesan que Camille esconde su pene cuando tiene que ducharse, cómo se avergüenza de que se lo vean o cómo odia tenerlo. Y ya ha preguntado en varias ocasiones si pueden cortárselo.
Los padres de Camille tienen claro que ella les agradecerá en un futuro todo lo que hicieron y lo rápido que se dieron cuenta. No creen en la posibilidad de que algún día se arrepienta del proceso de cambio que ellos han decidido llevar a cabo.