Ilustración: Iván Soldo
Si el público empatiza tanto con el director Alejandro Amenábar es porque nos ha ido demostrando con hechos, una y otra vez, que es uno de los nuestros, no uno de los otros. Eso tranquiliza, no cabe duda. A pesar de que a Amenábar le guste hacernos pasar malos ratos en el cine.
Es evidente que disfruta revolviendo a quienes poblamos los patios de butacas, pero no nos importa, siempre nos dejamos hacer. ¿Qué nos da para sacar esa vena masoca que (casi) todos llevamos dentro? La mayoría de las veces, lo que más nos pone. Amenábar tiene un talento especial para visualizar historias que sabe que nos van a provocar reacciones directas. Eso no se le puede negar.
Incluso si la lección de historia de Ágora se te atragantó, o nunca llegaste a atar todos los cabos de Abre los ojos, el caso es que supo crearte una ansiedad por saber qué era lo que te quería contar. Y provoca debates públicos con cada una de sus películas, otro arte que maneja como pocos. Sí, este pionero en las event movies en nuestro país tal y como las conocemos hoy es listo, listo.
Llama la atención cómo une acontecimientos importantes de su vida a sus estrenos, prueba de lo ligadas que van para él realidad y ficción. A punto de estrenar Mar adentro en 2004, decidió hacer pública desde estas mismas páginas su homosexualidad. Sí, fue una noticia sonada, pero viniendo de Amenábar no supuso un shock, ni dio pie a especulaciones innecesarias, ni salieron cantamañanas dispuestos a comerciar a costa de su salida del armario –¿Cómo logra que nadie hable mal de él, ni le venda? Es un maestro en hacer amigos, no cabe duda–.
Está a punto de estrenar Regresión, en cines el 2 de octubre, un oscuro thriller en el que se habla de supuestos abusos de un padre, de tenebrosas sectas satánicas, de pesadillas retorcidas que amenazan con convertirse en realidad… Y justo va y se casa con su novio antes de empezar a tratar todos esos temas en los medios. Y no, no ha apostado por excentricidades, ni ha querido desmarcarse de las tradiciones que asociamos a las bodas –heteros y gays–. Por lo poco que ha trascendido, hemos visto que se ha casado como tantos millones de españoles antes. Por una vez, no quiso sorprender al público que asistía a un evento suyo tan señalado. Nunca dejará de descolocarnos. Ni de demostrarnos que es de los nuestros.