No deja de dar cierta pena. Tras hacer más horas “de barra” a lo largo de nuestras vidas que Tamara Rojo en las dependencias del Royal Ballet, nuestras manos, de alguna manera, se han quedado con esa característica forma del vaso en el que solo caben tres hielos. Tanto es así que en los noventa mi amiga Meme Ramos hasta me hizo una fundita de croché para que no cogiera frío, al estar copa en mano, en las húmedas noches invernales bajo los imponentes laureles de Indias de mi preciosa plaza de Los Llanos en La Palma…
Pues ese mítico vaso de nuestros dulces pájaros de juventud tiene las horas contadas. Primero fue la invasión de ginebras premium, que con sus complicadas formas de servir un simple gin tonic (algo adelantado en esta página en 2012) convirtieron tan rica bebida de aperitivo en una suerte de ensaladera. Tanto que si la vieran los royals británicos les quitaban la denominación de origen… Desde entonces, la copa de balón ha ido ganando terreno, así como el también estupendo vaso de sidra, una nueva aportación de Asturias a la patria –otra más–. Los baretos con vaso de tubo ya son vistos como guetos, y cuando nos ponen un copazo en uno de ellos, ponemos una altiva cara de asco como si toda nuestra vida hubiésemos bebido agua mineralizada en Baccarat o Hermès. Es lo que tiene acostumbrarse a lo bueno; el famoso cuando pruebas el jabugo, la mortadela…
La puntilla al vaso de tubo llegó este verano de la mano de una ginebra tan inglesa que se llama The London n1. En una columna encabezada como Dry Martínez, el más sofisticado y elegante ingrediente para un dry tiene que estar en lugar de honor del altar de Baco, compartiendo protagonismo con tan insigne deidad laica. La máxima sofisticación de una bebida tan inglesa viene de la mano de Ciszak Dalmas, un italiano afincado en el Madrid de las Letras que ha dado una vuelta de tuerca al tema creando una copa especial para London. Un molde de cerámica que protege la copa y mantiene la temperatura perfecta para que el hielo no se derrita, la mano no se enfríe y uno se sienta una especie de Parsifal etílico con un plus de sofisticación.
Lo han bautizado The London Ritual, y no es para menos, por el misterio que envuelve a toda su creación, que consigue que tomarse un copazo en este ídem sea una experiencia que mezcla connotaciones musicales, mitológicas y sociales. Pues, aunque los creadores rehúyan de ello, es como un santo grial que hace que uno se sienta como el noble caballero Parsifal camino de Bayreuth, en este tórrido verano, vestido con el elegante y preceptivo esmoquin alejándose de las connotaciones estéticas que esa británica bebida tiene con la madre de Isabel II.
El vaso de tubo lo tiene ya muy difícil. Pero aun así, es justo ser agradecido tras habernos brindado tantas horas de felicidad. Ocurre con todo en la vida: el futuro no existe sin el pasado. Hedi Slimane no estaría aquí si Dior no hubiera sido Dior; Robert Carsen no tendría sentido en las puestas en escena de ópera si Zeffirelli no hubiese sido ayudante de Visconti… Y el London Ritual no hubiera llegado a nuestras vidas sin el vaso de tubo, que se merece un réquiem laico de quien ha sido tan feliz al tenerlo entre sus dedos. Requiescat in pace.