Blanca Portillo es experta en el ‘más difícil todavía’. Ha encarnado a hombres en teatro (La vida es sueño, Hamlet) y en cine (Alatriste), y ahora se enfrenta a una Virgen María de carne y hueso, pagana, derrotada y mayor. Así la imaginó el autor gay irlandés Colm Tóibín para su novela El testamento de María, transformada en monólogo teatral con la idea de que lo protagonizase Meryl Streep. Fue finalmente la actriz abiertamente lesbiana Fiona Shaw quien lo estrenó, y ahora tiene el honor de presentar su versión española la Portillo.
Llega al Centro Dramático Nacional de Madrid (Teatro Valle-Inclán) con todos los honores El testamento de María, tras su triunfal estreno en el marco del festival Grec 14, en la capilla del Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona (MACBA). El equipo involucrado es de lujo: la adaptación y la dirección es de Agustí Villaronga (Pa negre), la traducción la firma Enrique Juncosa, la escenografía es de Frederic Amat y la música de Lisa Gerrard (Dead Can Dance). Todo un acontecimiento que arrasa antes incluso de estrenarse: encontrar entradas es ya prácticamente imposible.
Sola ante el peligro en escena, Blanca Portillo. Su principal reto es hacer creíble a María, la madre de Jesús de Nazaret, que se nos presenta como una mujer de campo abatida, a punto de morir, que repasa la historia bíblica desde una perspectiva inédita: la de una madre que intenta asimilar que su hijo murió en la cruz como un delincuente por motivos ideológicos que no comparte. Una Virgen desacralizada que repasa su vida desde su refugio de Éfeso y que verbaliza sus dolorosas vivencias. Otra oportunidad de oro para el lucimiento de una actriz que no se da tregua.
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