Shalom! O mejor dicho, paz y bienestar. Imposible definir mejor cómo, surcando los cielos con Air Europa y bajo el caluroso manto del Ministerio de Turismo israelí, el país hebreo te desvela todos sus secretos.
Y acabamos de aterrizar. Mientras en el horizonte asoma el Tel Aviv Gay Pride, aparcaremos el Mediterráneo para fijar vista en el Este. Eso sí, complicado despistar esos 30 grados que acompañan a lo largo de los casi 600 km de extensión que manejan.
En uno de sus puntos de parada obligatoria: el Mar Muerto y su efecto revitalizante.
Valga la paradoja, porque su profunda depresión (400 metros por debajo del nivel del mar, tierra firme con menos altitud del planeta), salinidad y barro milagroso te dejan flotando. En el sentido más estricto de la palabra.
Oteando, el parque nacional de Masada empieza y acaba en fortaleza. Allí donde Herodes forjó su leyenda, ahora resulta común entremezclar travestis con visitantes de Arizona. Mejor definición de Israel no encontrarán.
Un último y animado paseo en jeep por el desierto de Judea y nuestras caderas ya están engrasadas.
Lo que resta no es baladí, Jerusalén, un furtivo encuento con Dana International y el apoteósico Gay Parade. Mientras, nuestro Carlton Hotel mira de reojo la playa de su compañero Hilton, lugar donde nos susurrarán cómo es eso de estar orgulloso por aquí. Pronto lo descubriremos.