Era uno de los grandes. Agustín Trialasos era uno de los periodistas que mejor representaban una forma de hacer periodismo de sociedad, hoy llamado del cuore, que ya no existe. O casi no existe. Por eso Tría, como era conocido por compañeros y famosos, era tan querido en ambos lados del río que separa el oficio de informar con la otra orilla, en la que habitan los personajes que generan la información. Era como una especie de puente entre ambos lados. Y ser un puente en estos temas no es algo que sea fácil.
Desde el pasado jueves ya está junto a muchos de esos personajes que también nos han dejado en los últimos años, y de los que él lo sabía (casi) todo, pues estuvo años siguiéndolos para contar sus vidas y milagros desde las páginas de Diez Minutos, revista en la que trabajó casi toda su vida. Como los fotógrafos Antonio Cuenca, Lola Heras o la periodista Luisa María Soto. Todos puntales de una revista que nunca hubiera sido lo mismo sin ellos. El jueves pasado, todos ellos le despidieron en el Tanatorio de la M30. Eran su familia, su otra familia. Con ellos pasó millones de horas a lo largo de su vida. También estaba Javier de Montini, alma durante muchos años de Lecturas, revista de la competencia y, sin embargo, como un hermano para Trialasos; y otra de las personas que los que nos dedicamos a esta profesión deberíamos escuchar para aprender algo tan básico como lo que está bien y lo que está mal. Era muy triste ver como todos estaban desolados porque su Tría les había dejado. Pero su Tría se había ido para estar con otros seres queridos que también habían sido sus compañeros: mujeres como Rocío Dúrcal (con la que empezó a trabajar… ¡como actor en sus películas!), Rocío Jurado, Lina Morgan o su gran amiga Cayetana, duquesa de Alba.
Resalto tanto lo de sus compañeros de profesión en el tanatorio, y no a los personajes conocidos que fueron a darle su último adiós, porque todos estos periodistas y fotógrafos representan un modo de trabajar que, desgraciadamente, se ha ido apagando. Trialasos tuvo la suerte de lidiar los mejores toros de la profesión desde el ruedo, y de ver los peores morlacos ya desde la barrera: su jubilación coincidió con una época en la que el mercado comenzó a cambiar y, con él, el modo de trabajar.
Nos conocimos hace muchos años (hablar de fechas es una ordinariez, como ocurre ahora, que en cada pie de foto se pone la edad del famoso; hablar de enfermedades es otra grosería) cuando yo entré a trabajar en el extinto Hachette, hoy Hearst, empresa que editaba, y edita, Diez Minutos. Desde el primer momento se me acercó y me dijo: “Cualquier cosa que necesites o duda que tengas, ya sabes dónde estoy”. ¡Y trabajábamos en diferentes revistas! Del mismo grupo, pero diferentes. Con este ofrecimiento, me abrió su agenda, que para un periodista es su arma más preciada. Pocos compañeros hacen eso. Paloma Barrientos o Rafa Lorenzo también lo hicieron: son de su escuela. Y también desde ese momento, Trialasos, que hasta entonces era un referente lejano e inalcanzable, se convirtió en compañero y amigo. Y una guía para saber cómo tiene uno que comportarse en estas faenas.
Trialasos era además, era un señor estupendo y educado. Elegante. De esos que no concebían presentarse en una rueda de prensa o un evento sin ir convenientemente ad hoc para la ocasión. He escuchado muchas risas (groseras) sobre “el contratiempo” que suponía que tuviera que pasar por su casa para cambiarse si surgía un acto que tuviera que ir a cubrir sobre la marcha, y él consideraba que no iba vestido de forma adecuada para ello. Sabía que, además de a conseguir información, iba en representación de una de las cabeceras más importantes de España. Reconfortaba ver cómo el jueves, en el tanatorio, los responsables de algunos de esos comentarios (groseros) eran, precisamente, quienes alababan ese señorío suyo. Tría ganaba así, una vez más, con educación, la batalla. Es muy gratificante comprobar que las buenas maneras terminan siempre triunfando.
Toda la redacción de Diez Minutos llora a su Tría. También todos en la profesión. Imposible citarlos. Nos consuela saber que vivó feliz y en la época dorada del periodismo de sociedad. Hoy, dos personas tienen la responsabilidad de mantener su legado, que para eso han tenido la suerte de tenerlo como maestro particular: en la vida, su querido Valentín Paredes; en el periodismo, su discípulo Dani Carande, ‘El Tría’ del Diezmi de hoy. Gracias por todo, Agustín. Gracias y descansa en paz.