En una época en la que ya casi no quedan cines en la Gran Vía, saber que Sara Montiel vuelve al Rialto es una de las mejores noticias sobre las que se puede escribir. El Cine Rialto, hoy teatro, fue el escenario en el que Sara Montiel estrenó El último cuplé o La Violetera. Las colas que se formaban son historia del mundo del espectáculo español, colapsando la Gran Vía. Años dorados que nunca volverán… o sí.
Recuperar a nuestros mitos, reivindicarlos, es una de nuestras asignaturas pendientes. Pero incluso es una asignatura pendiente de los propios mitos, encargados ellos mismos muchas veces de autodestruirse: la mayor enemiga de Sara Montiel en los últimos años fue la propia Sara Montiel. Pero su figura, su legado, es tan inmenso que ni con toda la fuerza manchega que Antonia Abad, su verdadero nombre, tenía en su interior pudo acabar con el personaje.
Sara pasó sus últimos años encerrada en su aticazo de Núñez de Balboa, en pleno Barrio de Salamanca madrileño, un museo que era el resumen de su apasionante vida. Ir a su casa era toda una experiencia. Incluso acojonaba. Cuando salía era para protagonizar algunos de esos shows que montaba para conseguir que los cañones de luz (en este caso los flashes de los fotógrafos) volvieran a dirigirse hacia ella, como cuando Norma Desmond entraba en los estudios de la Paramount en Sunset Bulevard. Y, en realidad, se lo podía permitir. Sara fue una de esas grandes estrellas que dio el cine patrio en los duros años del franquismo. Mujeres recias, duras, luchadoras, rompedoras y, sobre todo, y curiosamente, libres. Una de las mejores frases de esta obra con la que Sara vuelve al Rialto es esa: sus ansias de libertad pudieron incluso tener más fuerzas que las de alcanzar la felicidad.
Sara Montiel, Paca Rico, Lola Flores, Carmen Sevilla… todas ellas fueron (algunas son aún) mujeres que en pleno franquismo se refugiaron tras la luz que su nombre desprendía para cegar a quienes tenían enfrente, y así hacer lo que quisieron sin esconderse. De todas ellas Sara no era ni la más guapa, ni la que mejor cantaba, ni la mejor actriz. Pero era Sara Montiel. Cada una de ellas, en su campo, era la reina. Y Sara fue nuestra reina en Hollywood, algo que solo había conseguido antes Conchita Montes. Y después, Penélope Cruz. Pero ahora todo es diferente.
Mi última noche con Sara cuenta un momento concreto de la vida de la artista: la grabación de un disco de grandes éxitos en una sola noche porque quería romper el contrato, y el romance, con su productor. ¿Verdad o mentira todo lo que se cuenta en escena?… ¡Da igual! ¿Qué importa eso en la vida de una fascinante mujer que llegó a decir, sin despeinarse, que en un viaje de vuelta de Nueva York se abrió la ventanilla del avión y el viento se llevó todos los billetes del caché de sus actuaciones, que le habían pagado en cash? Sara era así, como las grandes estrellas de antes, no hay ni verdades ni mentiras en su vida, solo historias fascinantes, porque las mujeres fascinantes tienen vidas fascinantes, sean ciertas o inventadas.
El espectáculo en el que Eva Manjón, que da vida a Sara, está acompañada por Rodrigo Poisón y Jesús Lara, está dirigido por David Planell, que también ha escrito la dramaturgia: una obra compacta, en un acto, que pese a tratar temas (para muchos) muy conocidos, logra mantener la tensión y la emoción mezclando canciones míticas de la actriz, con un pincelada social de esos años en España y un toque de reivindicación homosexual, o mejor marica, pues en esos años no existían otros términos, y mucho menos el de LGTB. Una obra emocionante, muy bien escrita e interpretada y con mucho amor. Y muy bien cantada. Además reivindica la importancia de nuestras grandes estrellas en la que fue la primera gran alfombra roja de nuestro país: nuestra querida Gran Vía.
Sara Montiel colapsó en los cincuenta esa gran calle del espectáculo español tras triunfar en México y tener su carrera en Hollywood. Quién sabe si es verdad lo de los famosos huevos fritos, pero ¿Qué más da? Tras retirarse del cine por no querer participar en el destape, fue tan estrellona que hasta dijo «no» a Almodóvar cuando su paisano manchego quiso recuperarla con todos los honores para la gran pantalla. ¿Quién ha dicho no a ser una Chica Almodóvar? Se dejó homenjear por Alaska en un maravilloso vídeo que nunca podremos dejar de ver. Montó escándalos, bodas falsas y vivió sus últimos años cual estrella folclórica, ya de capa caída, del plató de Tómbola al de Sálvame. Dio igual: era Sara Montiel.
Cuando murió, su cortejo fúnebre desfiló por la Gran Vía. Sí, «desfiló», como se despedían lo grandes de antaño, como Julián Gayarre en la plaza de Oriente y en Teatro Real: una costumbre que se ha ido perdiendo. Ahora, con todos los honores, Sara Montiel vuelve a ‘su’ Rialto. Y lo más bonito es que el patio de butacas se divide a partes iguales: la mitad de gente mayor, y la otra mitad, joven. Estos últimos, en su mayoría, gays. O, mejor, maricas. Sara estará contenta de ver su regreso. No es para menos. Seguro que en el cielo de las estrellas, modulará su característica voz y dirá a su querido último marido, muy lentamente: «Lo ves, Pepe, no se han olvidado de mí».
LA OBRA ‘MI ÚLTIMA NOCHE CON SARA’ SE REPRESENTA LOS MARTES EN EL TEATRO RIALTO DE MADRID
Si quieres ver más fotos de la época en la que Sara Montiel colapsaba la Gran Vía, pasa página.
El día que Sara falleció, la Gran Vía de Madrid volvió a colapsarse para despedirla, y en las pantallas de Callao se proyectaron sus películas. Una despedida-homenaje como la diva de merecía.