Ya es oficial: el himno del WorldPride de Madrid es una versión coral del A quién le importa de Alaska y Dinarama. Un tema que año tras año canta espontáneamente todo el mundo tras el pregón, y al que le ocurre lo mismo que al Orgullo: se ha impuesto de manera natural.
Si el Orgullo se ha convertido en la mayor fiesta de la capital, y sin una estrategia definida, casi sin ayudas, ha ido creciendo hasta conseguir que Madrid sea lo que es, la sede del WorldPride, este temazo se ha ido cantando en paralelo por las calles de Chueca. Su final natural era que terminara siendo ‘bendecido’ de manera oficial, dándole esa ‘titularidad institucional’ que ya tenía por derecho propio.
Pero, además, tiene un plus: Alaska también forma parte de la historia del Orgullo. Fue la primera persona conocida en subirse a una carroza, en unos años en los que no era como ahora, que todo el mundo quiere hacerlo. Era la carroza de Shangay, e iba sentada en un ‘trono’ que aguardaba en un portal de Chueca, casi como custodiado, durante 365 días a que llegara el siguiente Orgullo.
Quizás muchos se pregunten si tiene sentido que un tema de los ochenta sea el que represente el mayor acontecimiento LGTBI del año 2017. Y es lógico que surja esta duda. Pero un himno es, por definición, una composición que identifica y une entre sí a los miembros de una colectividad. No lo digo yo, sino la RAE. No es por tanto el himno un asunto que tenga la misión de adelantar tendencias, sino la de identificar lo que ha ocurrido, ocurre y ocurrirá. Giuseppe Verdi, el gran Verdi que rompía moldes y fronteras artísticas cuando estrenaba sus óperas, decía que sin la tradición no había futuro. En este asunto pasa lo mismo: es un tema que todas las generaciones conocen, porque un himno lo que tiene que hacer es sumar y no restar.
En una entrevista que aún no hemos publicado, Alaska asegura que hay que seguir luchando, porque los derechos conseguidos “igual que están, pueden dejar de estar; y las leyes que nos protegen pueden ser cambiadas con algo tan simple como otra ley”. Ella es así, y así seguirá, nunca cambiará, por mucho que ahora haya quienes quieran tergiversar su discurso y la acusen, sin fundamento, de cosas que no son más que gilipolleces. Esto es una opinión absolutamente personal, a cara descubierta, que igual hay quien también piense que puede ser columna dictada. No es la primera vez que en estas líneas escribo así de Alaska y Mario Vaquerizo.
Hace unos días, en la Gran Vía se proyectó la película Sonrisas y lágrimas. El cine estaba lleno: además de maricas, por supuesto, había matrimonios heteros, y muchos niños, que seguramente nunca habían ido a una gran sala como el Capitol. Esos mismos niños, adictos a las minipantallas caseras, no habían visto a Julie Andrews a ‘ese tamaño’. Se emocionaban y aplaudían espontáneamente, algo insólito en estos fríos tiempos que corren. El WorldPride tiene escenarios para nuevas estéticas, músicas y tendencias. A quién le importa solo viene a recordarnos lo que nos decían Alaska y Dinarama en 1986, que no, que “no es pecado”; ese es el Orgullo.