Es la isla de las sorpresas. Como el pomo de una puerta que abre una construcción tradicional local, la preciosa isla canaria de La Palma está llena de historias, leyendas y secretos, pues su rico pasado ha dejado en sus pueblos un legado que hace que uno siempre se quede con la sensación de no haber estado en ella el tiempo suficiente, y tenga que volver.
Es un festival de sensaciones. Y el lugar perfecto para reponer fuerzas, sobre todo en esta época estival, en la que casi todas las poblaciones costeras viven a un ritmo frenético. En La Palma no ocurre. Se para el reloj y uno aparca las prisas y el estrés hasta que coge el vuelo de regreso. Descanso perfecto tras los días del WorldPride.
Sus casas conducen a bonitos patios, decorados con flores y plantas, rematados con alegres balcones de colores. Los senderos de sus montes son caminos que acaban convirtiéndose en ‘catedrales de la naturaleza’ (la isla es Reserva de la Biosfera desde 2002 en su totalidad) o en inmensas calderas, como la imponente Caldera de Taburiente (Parque Nacional desde 1954), con sus riscos, barrancos, cascadas o ríos de purísima agua virgen. Recovas (mercados) en las que sus colores, sus aromas, nos regalan un viaje a través de los sabores por la cocina isleña: plátanos, aguacates, papas, quesos, vinos, verduras… La energía de La Palma también entra por su comida.
Volcanes que, con cada pisada, te transmiten su calor y que han configurado la orografía de la isla, tanto que el Teneguía, en Fuencaliente, el último que entró en erupción, en 1971, aún está caliente. Visitarlo es una experiencia alucinante, además de una clase de geología en vivo.
Montes de laurisilva que, con su verdor exuberante y su frescura, te conducen al interior de un mundo casi jurásico, que contrastan con otros de pino canario o con ríos de lava negra. Cúpulas de telescopios que brillan al sol, que abren sus compuertas para estudiar el universo. Playas de arena negra que transmiten su calor, en soberbias costas acantiladas. Piscinas naturales esculpidas caprichosamente por la naturaleza entre rocas. Cabras que, curiosas y divertidas, te miran cuando pasas por “su zona”. Vistas que se alargan en el infinito. Que llegan lejos, muy lejos… ¿De verdad conoces La Palma? En realidad, es imposible llegar a descubrirla del todo.
Igual que existen montes, animales o plantas protegidas, en la isla canaria de La Palma el cielo está custodiado para que nada perturbe a los astrónomos que, desde el Roque de Los Muchachos, estudian cada movimiento de las estrellas con telescopios como el Grantecan, el más largo del mundo.
Pero lo bueno de ir a La Palma es que no hace falta haber estudiado astrofísica para disfrutar de esa increíble bóveda celeste que cada noche cae sobre la isla. Basta con alejarse un poco de las zonas urbanas (cuya iluminación está controlada para evitar contaminación que afecte a los investigadores) para que cualquiera que mire hacia arriba se quede, literalmente, extasiado ante un cielo que, seguramente, es uno de los más bellos que existen.
Como hemos dicho, no hace falta subir al Roque de Los Muchachos (un monte con una impresionante vista de La Caldera de Taburiente, a 2.426 metros sobre el nivel del mar, y desde el que los días despejados se pueden ver las islas cercanas; un paisaje realmente fascinante) para poder disfrutar de este cielo. Cualquier rincón es bueno para ello, y la serenidad que da esa bóveda llena de luz y estrellas fugaces es perfecta para escapar del estrés al que estamos sometidos en nuestro día a día cotidiano.
En unos momentos en los que la ‘filosofía slow’ –que no es otra cosa que aprovechar los instantes y tomarse la vida con más calma, ‘saboreando’ cada segundo, cada momento– tiene más fuerza que nunca, unas vacaciones basadas en la estrelloterapia, son, quizás, la mejor manera de resetearse y de aprender a vivir más felices, más descansados y, por ello, más sanos y guapos. Pero, además, hay playas, sol, gatronomía, cultura. Vamos… que es como tener el cielo en la tierra.