De izda. a dcha, Alberto Arcos, Ana Peiró, Badia Albayati y Raquel Valencia.
El Teatro Tribueñe vuelve a acoger Alarde de tonadilla, un musical de pequeño formato que el pasado año estuvo nominado a dos Premios Max, al mejor vestuario y al mejor montaje de teatro musical. Estamos ante un espectáculo de difícil catalogación, pues no es un musical al uso sino una sucesión de cuadros que van desde la estética goyesca y los cafés cantantes de finales del XIX hasta el travestismo en la copla.
La copla es un género muy ligado no solo al travestismo sino al mundo gay, mucho antes de que existiera el término LGTB como tal. Cruzar la puerta del Teatro Tribueñe es retrotraerse en el tiempo y dar un salto a esos casi clandestinos cafés cantantes, no solo decimonónicos, sino también de la postguerra española. Es como atravesar la pantalla (como en La rosa púrpura de El Cairo, de Woody Allen) de la película Las cosas del querer y dar un mágico salto de décadas.
Una de las muchas malas herencias que nos dejó el franquismo es ese matrimonio indisoluble que hizo con la copla o la zarzuela. Estamos hablando de la historia de nuestro teatro musical, y por ello forma parte de nuestro patrimonio cultural. Por esta mala asociación, estos géneros han vivido durante décadas un castigo que los condenó a un ostracismo injusto. Afortunadamente, estas cosas se van solventando.
Por otro lado, en el caso de la copla, hablamos paradójicamente de un género que ha sido refugio e inspiración de transformistas y travestis en los años más oscuros de la dictadura, incluso refugio de una vida gay clandestina (es decir, perseguida), que encontró un espacio de expansión y libertad en la música y el estilo que el régimen usó como bandera y estandarte. Este espectáculo, de alguna manera, rinde homenaje a este mundo que durante muchos años (demasiados) ha estado vetado por la vida cultural de las cabezas que marcaron el pulso de los primeros años de la Democracia. El trampantojo del travestismo en unos años en los que ser travesti o transformista era muy complicado y ser trans una degeneración. Parafraseando a la RAE, la “trampa o ilusión con la que se engaña a alguien haciéndole ver lo que no es”.
Hugo Pérez de la Pica, su creador, ha dedicado toda su vida a esto. Años de recuperar trajes en miles de horas de Rastro; muchos ahorros invertidos en que el legado de nuestras folclóricas no se haya perdido. Es increíble ver como en un escenario tan pequeño (¿menos de ocho metros cuadrados?) pues caber tanto talento y ¡79 trajes! en las menos de dos horas que dura la función. Dos vestidoras están entre cajas cambiando pendientes, tacones, peinetas y volantes de manera vertiginosa a los ocho actores que intervienen. ‘La copla del saber’, podría subtitularse este espectáculo, porque hay que saber mucho para poder crear un show de estas características.
Quizá la falta de dramaturgia hace que quede un poco deslavazado. Igual una pequeña introducción serviría para que la sucesión de cuadros (que van desde la estética goyesca con una impecable iluminación hasta la más regional por casi toda la geografía española) tenga una conexión. Pero tampoco importa mucho, pues, al final, lo que se está es haciendo todos los domingos a las siete de la tarde en esta encantadora sala de la zona de Ventas, es rendir un homenaje a la copla y la tonadilla. Al trampantojo del travestismo; al trampantojo de una forma de amar y de vivir que, afortunadamente, ya forma parte del pasado.