La vida está hecha con los números del tiempo. Yo, en el día en que escribo esto, he vivido ya 20.519 días, y, si alcanzo la media de esperanza biológica de un varón español, me quedan por vivir alrededor de 8.800, aproximadamente los mismos días que cumple ahora Shangay, que nació en mayo de 1994 y ha lanzado su número 500.
En aquel momento ya hacía meses que habían comenzado las sesiones dominicales del Shangay Tea Dance: exactamente 427 días. No he leído los más de 500 números de Shangay, pero he leído la mayoría. Me gustaría recordar con más precisión cuántas ‘plumas’ he escrito (cerca de 30), a cuántas obras de teatro o películas he ido aconsejado por sus críticas, y con cuántos chulazos de sus reportajes de todo tipo he soñado en las noches más incontinentes. Durante varios años, acudí al Festival de San Sebastián con el carnet de periodista de la revista. Mis libros siempre tuvieron un hueco afectuoso dentro de sus páginas, e incluso en alguna de las fotos en las que aparecí –gracias al Photoshop– fui guapo.
Voy a repetir lo que ya hemos repetido muchas veces, porque creo que en esa cantinela de abuelo cebolleta hay una misión a la que nos debemos los veteranos: en aquella época, hace 8.800 días, ninguno de nosotros imaginaba que terminaría casándose con su novio (o con su novia, las lesbianas). Ni siquiera el heroico Pedro Zerolo, que estuvo también en los orígenes de Shangay. No imaginábamos que tendríamos una igualdad legal completa ni que viviríamos en el país del mundo más tolerante con la diversidad sexual. Reclamábamos algo mucho más humilde: el respeto, la libertad de ser como éramos sin recibir burla, o afrenta, o discriminación. En 8.800 días todo cambió porque hubo escritores que levantaron la voz. Porque hubo cantantes que perdieron la compostura y empezaron a mariconear con alarde. Porque hubo jueces o ferreteros que perdieron la vergüenza. Pero también –y a eso vamos– porque existió Shangay.
En una ocasión, en una de estas columnas de Shangay, confesé mi falta juvenil de coraje y el agradecimiento que les debía a los activistas que habían sido capaces de desbrozar el camino y romper los murallones que nos tenían encerrados. Mencioné a escritores, a cantantes, a jueces y a políticos. Entonces Alfonso Llopart, el alma de Shangay, su director, me recordó que en mi rememoración había olvidado a un grupo de activistas fundamentales: los empresarios. Tenía razón, y hoy, de aniversario, quiero reconocerlo en voz alta. En mi libertad de gay, Alfonso Llopart tuvo mucha más importancia que Oscar Wilde. Alfonso y los que como él tomaron la decisión de abrir bares, tiendas de ropa, sex shops, saunas o librerías en las que `no solo había libros de Wilde.
8.800 días, el tiempo de la vida. 8.800 días que prueban que la lucha por los derechos no consiste únicamente en reivindicar con discursos encendidos o en encontrar la esencia humana de la homosexualidad en el arte. La lucha tal vez más crucial consistió en permitir que los asustadizos como yo perdiéramos el miedo en una pista de baile o que disfrutáramos con la frivolidad de un reportaje de moda o que empezáramos a llevar ropa interior de importación estadounidense, aunque todavía no tuviéramos a quien enseñársela. Los 8.800 días de Shangay separan –o unen– dos países: aquel en el que vivíamos perplejos y éste en el que vivimos orgullosos, con todas las reticencias. A veces, en Chueca o en la Gran Vía, cuando me cruzo con uno de esos chicos deslumbrantes que me hacen recordar los tiempos del esplendor en la hierba, me doy cuenta de que tiene menos de 8.800 días, de que cuando se imprimió aquel primer número fanzinesco de Shangay, él aún no había nacido. No puede ver el mundo como lo veo yo, incluso si pensamos lo mismo.
Shangay Tea Dance y Shangay express han sido trozos cardinales del Mapa del Tesoro con el que los gays españoles de finales del XX hemos ido saliendo de las Tierras del Infierno. 8.800 días hechos por Alfonso, por Agustín, por Fico, por Roberto, por Macu y por tantos más. No son una familia, sino una cuadrilla de sherpas que nos acompañan.
LUISGÉ MARTÍN ES ESCRITOR Y ARTICULISTA. SU ÚLTIMO LIBRO PUBLICADO ES EL AMOR DEL REVÉS (ANAGRAMA).