El pasado 20 de octubre, unas horas antes de la Declaración Unilateral de Independencia de Cataluña (DUI), la nota más moderada y dialogante –algunos la calificarán de discordante– del procés renunciaba a su cargo antes de que sus compañeros entonasen Els Segadors en el Parlament y Mariano Rajoy aplicase el ya famoso 155. “Dimitir antes de la DUI confirma mi tesis de que nunca quise la ruptura, sino que era una estrategia, queda claro que equivocada, para forzar las negociaciones con Rajoy, que no verbalizó en público lo que su equipo había negociado con nosotros en privado. Le imploramos para que mandase un mensaje conciliador, pero no hubo manera”, recuerda Santi Vila (Granollers, 1973) sobre lo acontecido en la noche de autos. Pese a ello, el ex conseller de Empresa y Cultura no se libraría de la leyenda de la espada de Damocles, envuelto en un proceso judicial que le obliga a presentarse en Madrid para declarar ante el Tribunal Supremo. Y en uno de sus últimos viajes a la capital, tuvo a bien compartir sus reflexiones más personales con Shangay.
Nos citamos en una terraza de la Calle Barceló, muy cerca de nuestra redacción, un barrio que le es muy familiar: “Mi novio es madrileño, y nos conocimos en una fiesta de fin de año aquí al lado, así que conozco la zona”, explica con su innata simpatía, justo antes de reconocer por qué nos concedía el privilegio de mantener una distendida charla. Le localizamos por teléfono en Aigües de Banyoles, la empresa privada que comercializa el agua del estanque gerundense y donde Vila es director general: “Cuando escuché a la secretaria que me llamaban de Shangay, le dije que me pasase, si hubiese sido otro medio habría dicho que no estaba [risas]”.
Santi Vila viene de publicar De héroes y traidores, un resumen de aquella semana trágica en Cataluña, y un “propósito de aclarar por qué he tomado ciertas decisiones, criticadas por todo el mundo, en realidad. O me he pasado de largo, o me he quedado corto… Sentía la necesidad de justificarme, vaciar el alma, dar explicaciones, ser honesto. Y como político, tengo la necesidad de aportar mi granito de arena para salir de este lío, asumiendo los errores y responsabilidades”. En sus páginas se revelan conversaciones donde manifiesta las dudas que ya expresó dentro de su partido, y que a ojos de muchos le hacen perder todo el crédito. Sin embargo, aunque le vean como un prófugo traidor, solo hay una acusación que le duele especialmente: “Es injusto que dos compañeros de gobierno dijeran que es un libro incriminatorio con afirmaciones que comprometían un proceso judicializado. Antes de publicar nada, lo leyeron mis abogados… Y algunos han quedado mucho mejor de lo que se merecen. Hay cosas que me he preferido ahorrar”.
Curiosamente, su homosexualidad ha servido como gran enseñanza para afrontar con serenidad uno de los momentos más duros de su vida. “Mi condición de gay ayudó, hay momentos en los que estás tú con tu conciencia, la gente te apoya… pero al final estás solo. Puigdemont me dijo que si dimitía me matarían, pero es como no salir del armario por miedo a decir que eres gay o no divorciarte si el amor se acaba… Lo único que es irrenunciable es ser honestos con nosotros mismos”. Y todo ello a pesar de que algunos la usasen para desestabilizar su figura profesional, un hecho con el que está de acuerdo y para el que aplica resiliencia. “Cuando vine a Madrid a declarar, los sectores predemocráticos me llamaban golpista y maricón. En el otro extremo, el independentismo es más sofisticado, aunque la malicia es la misma. Ahora bien, hay gente buena en todas partes, tenemos que reivindicar la complejidad y el matiz”, asegura con esperanza.
Queda claro que el conflicto, independientemente de la postura que cada uno tome, señala la incapacidad de la clase política para trasladar a la calle un discurso menos vehemente, “como el capitán del Titanic, que avista el iceberg y piensa que ya no le da tiempo a esquivarlo, cuando en realidad había que girar aunque rozásemos, el daño habría sido menor que chocarse de frente. Y esto es muy triste, porque utilizamos la cabeza para embestir y no para pensar… Y ahora mira cómo estamos”. Porque la radicalización y mediatización de la situación ha generado incomodidad, y volcado un mar de estereotipos sobre un fuego que nadie ha querido apagar. “Me emociono cuando escucho cosas así, no podemos permitir que los fanáticos impongan su relato. Eso de que España es un país casposo sin arreglo lleno de fachas… Es rotundamente falso, e injusto”, explica mientras levanta la mirada y observa banderas rojigualdas colgadas en algunos balcones del barrio de Tribunal.
A Santi Vila le molestan las etiquetas, “no significan nada. Tengo amigos en todas partes y compañeros de partido con los que no me iría ni a cenar”. Y si hablamos de reuniones en fin de semana, el ex conseller abandona la corbata y aparca todo lo trascendental: “Mis amigos no son políticos, es lo último en lo que pienso un sábado por la noche. Tienes muchas más posibilidades de encontrarme en una WE que en una cena de un congreso por la nación catalana”, asegura entre carcajadas. En el terreno del sentiment, ha echado más de menos a “buenos amigos que han querido conservar su puesto entre los independentistas y que no querían ser vistos con el ‘moderado’. En cambio, hay un muy buen amigo gay que es político en activo del PP, y que cuando entré en la cárcel me ofreció dinero para pagar la fianza… Eso es dinamita contra los tópicos”.
Siempre ha tenido un criterio libre e independiente, sospechoso de heterodoxo y con un argumentario que no se puede leer en ningún manual. De lo contrario, no se explicaría que su primera boda –“pienso volver a aprovechar que nos podemos casar en un futuro”– fuese oficiada por Carles Puigdemont y contase con dirigentes del PP entre los invitados: “No tuvo trascendencia que me casara él, sí que viniera Ana Pastor. Fue un oasis de pluralismo, y eso que mi matrimonio fue muy desgraciado”, recuerda antes de afirmar que, pese a todo el trabajo pendiente en materia de homofobia, “tampoco estamos tan mal. Tenemos que conjurarnos para hacer de la diversidad un valor y no un problema. Cuando en Francia se aprobó el matrimonio homosexual, se armó un pollo de cojones. Y fue diez años más tarde que en España”.
También está orgulloso Santi Vila de no haberse escondido nunca: “Mi padre siempre pensó que era un capricho… Quedábamos para comer y todavía me preguntaba si aún seguía sin novia, que me dejase de hostias, con lo buenas que están las tías…”, y en haber ido siempre con su pareja de la mano a cualquier evento reside su compromiso con la causa LGTB, aunque respeta cómo se defina cada uno. “No me fiaría de un político que no llevara su orientación sexual con naturalidad. Desconfiaría del que lo esconde». Otros políticos abiertamente gays como Miquel Iceta o Javier Maroto, con los que comparte buena relación, ejemplifican una vez más la importancia de la diversidad y su alergia a los estereotipos. “Nos llevamos muy bien… Fíjate que a la hora de definir la identidad, tengo mucho más en común con un gay del PP que con un catalanista acérrimo del Pirineo”. Por cierto, ahora que Pedro Sánchez ha nombrado a dos ministros abiertamente homosexuales –aunque Màxim Huerta solo haya durado seis días en el cargo– para su Gobierno, Vila muestra alegría por lo que le parece una formación “solvente, comprometida con la igualdad de género. Que además tenga entre sus miembros ministros manifiestamente gays es un indicador de normalización y la confirmación de que España ha superado, con nota, el desafío de la modernidad”.
Así es el que algunos califican como el verso suelto de Cataluña, un hombre afable con muchos enemigos a los dos lados del Ebro, pero con un chubasquero a prueba de bombas. En cuanto pase la tormenta, pese a que “mi madre y mi novio me dicen que en ámbito privado se está muy bien y se gana más dinero”, su vocación le hará volver a la política tarde o temprano.
Fotos miguelangelfernandezphoto.com
De héroes y traidores está editado por Península