La línea entre ser pionero o parecer un descerebrado es tan delgada que al Dr. Iván Mañero le ha hecho ganarse más de un enemigo en los últimos veinte años. “Estás loco, se te va a llenar la consulta de putas” era el comentario más recurrente entre sus compañeros allá por 1997, cuando decidió sumergirse en el desconocido mundo de las reasignaciones de sexo. Un martes, recuerda, dos chicas transexuales acudieron a su clínica de cirugía estética en Barcelona con “un problema genital importante tras haber sido intervenidas fuera del país” que pudo subsanar. En el posoperatorio, Mañero tuvo una revelación: “¿Por qué en España no se hace esto? Hasta yo desconocía el tema, no está en los libros, y eso que siempre ha estado presente. Es complejo, apasionante y maravilloso, estamos hablando de una cirugía que cambia hombres y mujeres. Como cirujano plástico es la cima del arte, un reto mayor que hacer a alguien más guapo”.
La ilusión por investigar resultó ser una realidad dramática. Las dos mujeres que operó corrieron la voz, y el cirujano, por curiosidad y egoísmo profesional, comenzó a suplicar en los hospitales que le permitieran hacer este tipo de intervenciones nunca antes vistas. “Fue muy difícil. En España mucha medicina privada tiene el crucifijo encima de la cama. Cuando lo conseguí en un hospital, el anestesista me dijo amablemente que no iba a dormir a la paciente, así que tuve que pagar uno de mi bolsillo. Con el dinero por delante…”. Sus vecinos también quisieron echarle de su consulta: “El ser humano es así, tiene miedo a lo nuevo. Cuando te arriesgas te pasa esto, y cuando ya consigues que sea visible, todos quieren participar”. En la actualidad, acumula más de 2.000 cirugías –unas 100 al año– y la media de sus pacientes ni se acerca a la treintena. “Me gusta el paciente y el proceso. De lejos son los mejores pacientes que tengo y tendré. Es un entorno maravilloso, agradecido. Has cambiado su vida, has roto algún tabú…”, explica.
Mañero también ha sido capaz de tumbar la Ley Orgánica 10/1995, de 23 de noviembre, del Código Penal, que explica que no será válido el consentimiento otorgado por un menor de edad en esterilizaciones y cirugía transexual realizadas por un facultativo. “Me até la manta a la cabeza y lo hice, creo que son quince años de cárcel. Si opero a un niño de 17 años, transexual diagnosticado por psiquiatras y psicólogos, con años de tratamiento, con sus padres suplicándome que lo haga, voy a la cárcel”. Un artículo arcaico que le obligó a ir contra el Estado, y que tuvo el beneplácito de un juez tras más de dos años de batalla legal. El doctor Mañero ha sido el único en operar a una menor trans en España, “una mujer casada, que tiene una carrera y se integró en al sociedad. Y ya está, eso es todo lo que se buscaba”. Siempre a la vanguardia contra la opinión pública, un riesgo difícil de asumir y una responsabilidad que siempre aceptó. “¿Qué médico se atrevía a tratar a un menor, o a decir que era trans, cuando en la calle se creía que era un ‘me aburro, ahora quiero ser tía por puro vicio’? Mientras, veía a niños con intento de suicidio, con padres desesperados…”.
Insiste en lo anacrónico que es determinar los tiempos en función de la fecha de nacimiento. Todos los estudios aseguran que sobre el tercer año de vida ya percibimos nuestro género, y “lo primero que hace un niño que se siente niña es actuar como tal, y tienes dos opciones: o recibir bofetones y esconderlo, o hacerse preguntas desde el desconocimiento, que como la homosexualidad, antes pensaba que tenía cura con tratamiento psiquiátrico”. Así que en lo que a plazos se refiere, es mucho más que un verso libre dentro de la medicina: «Siempre he ido por delante, me he arriesgado mucho y creo que hay que correr más. Vamos lentos por miedo, si tú tienes un varón trans y ya tiene aspecto de hombre, pero tiene unas tetas peludas, ¿por qué tiene que esperar dos años a quitárselas? Por favor, saquémoslas, que se pueda poner una camiseta. Hay miedo a equivocarse».
A lo largo de nuestra conversación quiere ser muy preciso –como no podía ser de otra manera– con determinados términos que se han utilizado contra su actividad. “Se pensaba que el transexual era un enfermo, y la enfermedad es no ser comprendido, la famosa disforia de género”, destaca con aires reivindicativos. “Si entendemos la euforia como el hecho de ser feliz, lo contrario es un “me deprimo porque la sociedad me está machacando, pero yo soy feliz como trans’”. Y esa clásica confusión entre identidad y orientación. “Sentirse mujer u hombre no tiene nada que ver con tu condición sexual. La homosexualidad también existe en la transexualidad. Claro que hay chicos que se sienten mujer, se operan y luego se echan novia. Y hay gente que no lo entiende, pero no tiene nada que ver”. Sin olvidar su propia visión sobre el activismo, y la necesidad continuar luchando por los derechos de la ‘T’, la sigla más vilipendiada del colectivo que pese a todo, guarda una pequeña ventaja según Mañero. “Socialmente se aceptará mas rápido que la homosexualidad. Una gran masa se diluye cuando se opera, deja de ser transexual. El problema es político, interesa destinar el dinero a otra cosa, ahí está el trabajo. Dejen a un chico de 14 años que se siente mujer que se cambie el nombre en el DNI para que digan su nombre real en la sala de espera del pediatra, y no le dé vergüenza levantarse”.
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