Relatos gays de fin de semana: 'El sabor del verano'

El pueblo despertaba de la siesta. Eran las siete de la tarde. Las calles habían estado desiertas durante horas y ahora los primeros sonidos volvían a poblar las calles como signo de que era hora de volver a ponerse en marcha. Dos cuerpos delgados se despertaban en la semioscuridad de una habitación donde las paredes […]

Relatos gays de fin de semana: 'El sabor del verano'
1 diciembre, 2018
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El pueblo despertaba de la siesta. Eran las siete de la tarde. Las calles habían estado desiertas durante horas y ahora los primeros sonidos volvían a poblar las calles como signo de que era hora de volver a ponerse en marcha.

Dos cuerpos delgados se despertaban en la semioscuridad de una habitación donde las paredes de piedra les resguardaban del calor. Una de las manos acarició el torso del otro y este, movido por la caricia, dibujó una sonrisa en sus labios e instintivamente buscó la cadera de su compañero en la oscuridad. La mano se ubicó a la perfección en el cuerpo conocido y comenzó un lento viaje que acabó sobre las nalgas de su compañero. En aquel momento, las bocas ya se habían encontrado y sus lenguas se movían ávidas en un lucha interna por ver quien era capaz de dar más placer.

El vino había dejado a ambos cansados tras la comida. Apenas desnudados, se habían quedado dormidos él uno abrazado al otro y solamente cubiertos por una suave sábana que les tapaba los cuerpos desnudos más que lo que les abrigaba. Si el deseo hubiese llegado en aquel momento, hubiese encontrado dos cuerpos fuertes y bellos dormidos uno al lado del otro y aturdidos por los efectos del alcohol incapaces de buscarse en la semioscuridad del cuarto, no como hacían ahora.

Una de las lenguas recorrió la espalda del otro en sentido descendente, desde su nuca a sus nalgas. La piel tenía un gusto salado. Era sin duda el sabor del sudor y del sol, de la siesta, de la piel en verano. Las manos se hundían en la carne, los dedos se aferraban a las sábanas, los gemidos se ahogaban en la almohada para que nadie más fuese testigo.

Ninguno de los dos reparó en ello, pero las campanas de la iglesia repicaron a fuego y el pueblo entero, apresurado, corrió al campo a sofocar las llamas. Nadie sabía que lo que ardía era aquella cama.

‘RELATOS GAYS DE FIN DE SEMANA’
RELATOS CORTOS ESCRITOS POR JORDI TELLO,
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