Tres nominaciones al Oscar se antojan pocas para la nueva película de Barry Jenkins, la primera tras la triunfal Moonlight, una de las cintas LGTB más importantes de los últimos dos años, que le valió el Oscar 2017 a Mejor película del año. Su nuevo film es una muestra más de que el suyo es un cine muy personal y sensorial; El blues de Beale Street es otro ejemplo de su maestría a la hora de narrar y emocionar desde un lugar que solo Jenkins conoce.
Su nueva película es un festín para los sentidos, en donde combina una bellísima historia de amor con un muy necesario activismo. Su manera de denunciar el racismo y la desigualdad –temas que ya trató en Moonlight– no tiene nada que ver con la obviedad ni los refuerzos innecesarios.
Barry Jenkins siempre busca transmitir sus inquietudes a través de la belleza, y aquí logra introducir al espectador en un universo que, duro como es, dado que lo pueblan personajes afroamericanos de clase social baja en el Nueva York de los 70, se resisten a dejarse hundir por quienes no aceptan que son seres humanos iguales a los demás, que merecen idénticas oportunidades. Estas son algunas de las principales virtudes de una película que no triunfará este año en los Oscars, pero sí va a emocionar a aquellos espectadores que se enfrenten a ella sin prejuicios y con ganas de dejarse llevar por una historia que atrapa de principio a fin.
Aunque ambientada en los 70, es una historia muy actual
Muy distinto es el cine de Barry Jenkins al de, por ejemplo, Spike Lee, otro activista que no ceja en su empeño de denunciar las desigualdades que sufren los ciudadanos negros en Estados Unidos. En esta ocasión, Jenkins ha adapatado una novela de James Baldwin, que cuenta la historia de Tish (Kiki Layne) y Fonny (Stephan James), una joven pareja que se ve forzada a separarse cuando él es acusado injustificadamente de violar a una chica, en el Harlem de los 70.
Cuando ella descubre que está embarazada, estando ya él en prisión, recurre a a su familia para intentar lograr que su chico sea absuelto y liberado antes de que nazca su primer hijo. No le resultará nada fácil.
Frente a otro tipo de cine más combativo, Jenkins utiliza como principales armas el lirismo, el romanticismo y la defensa de la fraternidad para mostrar cómo luchaba la comunidad afroamericana tras los movimientos civiles de los años 60 por su igualdad. Algo que continúan haciendo en pleno 2019.
La poesía como arma de lucha por el cambio
Exquisitamente rodada, Jenkins propone todo un poema visual, y recurre a una narrativa fragmentada para ir componiendo el puzle de la relación y la lucha que protagonizan Fonny y Tish. El intimismo que impera en gran parte de la cinta introduce al espectador en el universo de los personajes y contribuye a la fácil identificación con ellos, sus problemas y sus anhelos.
Las secuencias de mayor voltaje emocional, introducidas mediante flashbacks, llegan cuando ya sientes que les conoces perfectamente, con lo que los sentimientos ante lo que ves en la pantalla afloran con facilidad. No hay que negar que ayuda la enorme fotogenia de los dos protagonistas, Kiki Lane y Stephan James, que consiguen escenas simplemente excelsas, como la de su primer encuentro sexual, sensual hasta decir basta.
Les arropan actorazos como Regina King, nominada al Oscar como mejor secundaria por su intensa interpretación de la madre de Tish, el actor abiertamente gay Colman Domingo (Fear The Walking Dead) y Brian Tyree Henry (Atlanta), que en su breve intervención tiene un escalofriante monólogo que bien podría haberle abierto las puertas a una nominación como secundario también.
Cuenta con una banda sonora celestial
En su segunda colaboración Barry Jenkins tras Moonlight, Nicholas Britell firma una de las más emotivas bandas sonoras del cine reciente. En ella demuestra su enorme versatilidad, y resulta prodigiosa la manera en que sus composiciones orquestales se funden con clásicos del jazz de Nina Simone o Miles Davis.
Britell ha declarado que los distintos tipos de amor –de pareja, fraternal y familiar– que están representados en El blues de Beale Street fueron su principal fuente de inspiración a la hora de componer. El ensamblaje entre las imágenes y su música es simplemente exquisito.
Un gran ejemplo de activismo artístico
Si Beale Street pudiese hablar es el título original de la película. Beale Street, en Nueva Orleans, como símbolo de la comunidad afroamericana estadounidense, que la considera uno de sus puntos neurálgicos.
A través de un melodrama sensorial, Barry Jenkins defiende la universalidad del deseo de que nadie sea juzgado simplemente por el color de su piel, igual que hizo también con la sexualidad en Moonlight. Pero no lo hace –al menos, aparentemente– desde el rencor, sino desde la positiva imagen que da de sus personajes, y de su manera de actuar. Sigue siendo activismo, pero sin recurrir a algunos clichés que podrían desvirtuar lo que quiere transmitir. Que es una de enorme belleza y, sí, actualidad.