El 27 de febrero de 2009, hace exactamente diez años, entrevisté por primera vez a Lady Gaga en un hotel de Madrid –la siguiente se la haría apenas seis meses después, para un reportaje ya de portada–. Esa noche revolucionó el club Ochoymedio, entonces a un paso de la Gran Vía, y la gagamanía se desató a lo grande. Nadie podía imaginar que una década después tendría un Oscar en su casa.
Me encontré a una artista algo fría y robótica, con un discurso muy bien aprendido. Su actitud distante funcionaba con ese personaje bigger than life que promocionaba con su primer álbum, The Fame, que marcaría un antes y un después en la historia del pop.
Tras nuestro encuentro, las primeras líneas que me inspiró fueron: «¿Es una persona? ¿Un robot? ¿Una actriz que interpreta a un personaje? ¿Canta y compone realmente ella? ¿Es posible que a los 23 años se haya creado un alter ego con las cosas tan claras y tan pocas ganas de contarlas? Intentamos solucionar el enigma…». A continuación, lo que dio de sí nuestro encuentro, inmortalizado en el número 351 de Shangay. En portada llevábamos a Mario Casas, que estrenaba Mentiras y gordas, de Alfonso Albacete y David Menkes. Es decir, ha llovido.
Entramos en el enorme salón de un hotel madrileño donde recibe Lady Gaga y la descubrimos concentradísima en el catering. ¡Lady Gaga come! Parece hambrienta; son las tres de la tarde y lleva toda la mañana ocupadísima con la promoción de su álbum de debut, cuyo primer single, Just Dance, es desde hace meses el más popular del planeta.
Un importante equipo de gente la observa en silencio mientras mastica. Alguno ha debido pasar unas cuantas horas esculpiendo el enorme lazo de pelo que corona su cabeza. Ella se mueve con sigilo, quizá para evitar que se deshaga antes de tiempo. Arrancan veinte minutos de entrevista que acaban pareciendo varias horas.
“Si pudiera convertir a todo el mundo en homosexual, lo haría”
Lady Gaga habla con un curioso acento neutro, utiliza un tono de voz controlado y adora crear espacios en blanco. Los silencios son tan importantes para Lady Gaga como los gorgoritos. – «¿Cómo debemos llamarte?» – «Por mi nombre: Gaga». Asegura que incluso ha convencido a sus padres para que la llamen así.
No queda ni rastro de la Joanne Stefanie que nació en Nueva York hace casi 23 años. ¿Una opción personal? ¿Artística? ¿Un productor en la sombra la ha lobotomizado? Ella explica: “Soy Gaga desde hace cuatro años. No es un apodo; quien piense que interpreto un personaje está equivocado. Cuando empecé a hacer performances decidí llamarme Gaga, y así será siempre. Mi vida es mi música, no diferencio entre una cosa y otra”.
Recuerda que de pequeña se subía a una mesa en su salón, imaginaba que era un escenario y cantaba junto a su padre canciones de musicales, de Springsteen o de Sinatra. “Realmente, me esfuerzo por triunfar para hacer feliz a mi padre. Me enseñó a ser disciplinada y a trabajar duro, y me ha venido muy bien”.
Sorprende el increíble apoyo que su discográfica le está brindando. Hoy día ya no es tan habitual, y menos para una artista recién llegada, que se la apoye con tanta fe. ¿Quizá porque su compañía diseñó el proyecto desde el principio? “Yo soy una artista de verdad”, sentencia. “Y a una compañía se le convence cuando les ofreces un éxito asegurado. Yo lo tenía. En cuanto compuse Just Dance y Poker Face –algo que hice en menos de una semana–, supe que mi disco tenía futuro. Lo fundamental para triunfar en este mundo es crear canciones de pop perfectas. Yo ya tengo varias, y de la que más orgullosa estoy hasta el momento es de Paparazzi”.
Mira durante unos segundos, que se antojan minutos, hacia el infinito. Modesta ya sabemos que no es. Del todo realista, tampoco. O quizá simplemente disfrute jugando a la contradicción. Al pedirle que describa su look, mientras observamos que luce unos impresionantes tacones de Chanel, cuenta: “Mi imagen es muy neoyorquina, vanguardista y futurista”. Miro el lazo de pelo sobre su cabeza y le sugiero que también apuesta por un guiño kitsch. Se queda reflexionando… “No me gustaría resultar camp, ni coqueteo con lo kitsch. Diría más bien que me tira lo teatral”.
“No me gustaría resultar camp, ni coqueteo con lo kitsch. Diría más bien que me tira lo teatral”
Afirma que no le importa lo más mínimo que haya quien se quede en la superficie y la juzgue solo por su apariencia y manera de actuar. “Si Andy Warhol defendía la belleza de los envoltorios, yo no voy a ser menos”. Mucho tardaba Gaga en citar, siempre a media voz, a Warhol. Rara es la entrevista en que no menciona su nombre. Asegura haberse leído –“casi enteros”– sus Diarios, y adora la idea de estar rodeada por gente que forme parte de una familia creativa.
En su caso, es la llamada House of Gaga. “Son mis amigos, además de colaboradores. Es gente que me inspira y me impresiona, lo cual no es fácil. Una vez que sé que valen, ya no les dejo escapar. Ahora mismo son solo seis”. Con ellos crea cortometrajes, diseña ropa, compone música que utilizará en su inminente gira estadounidense… Y mientras está fuera de Nueva York, los “Gagarios” le envían constantemente información –“referencias”– para que su inspiración no se agote.
Se declara fan de Judy Garland (“una de mis películas favoritas de todos los tiempos es El mago de Oz”), se niega a hablar de sus contemporáneas (“no quiero contribuir a esa cadena de comentarios y comparaciones que alimentan blogueros y periodistas”), se confiesa solitaria (“es el precio que pago por mi carrera”), adora, cómo no, el universo gay (“si pudiera convertir a todo el mundo en homosexual, lo haría”, dice) y, cada cierto tiempo, suelta frases lapidarias que parece haber memorizado para facilitar posibles titulares. Gaga no se relaja ni un segundo. “Tengo un plan diabólico que me obliga a mantenerme centrada en todo momento. Es lo que tiene ser tu propia obra”. Y vuelve a mirar al infinito.