El caso Szájer o la importancia de un relato sano dentro del colectivo LGTBI

Nuestro colaborador Antonio Chumillas hace una importante reflexión sobre el colectivo LGTBI a raíz del caso Szájer en Hungría.

orgía gay
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3 diciembre, 2020
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Bruselas. Diez de la noche de un viernes. Un apartamento cualquiera cerca de la Grande Place. Una veintena de hombres en pleno rifirrafe sexual y una pizca de éxtasis que siempre sienta bien para que las pajas mentales dejen paso a las pajas a secas. Una gang bang a la altura de las circunstancias. Vamos: la clásica chill entre colegas.

De pronto, suena el timbre y escuchas a la policía entrando en el portal del edificio. Y los huevos adquieren un valor muy distinto al que tenían hace apenas unos minutos. Recuerda: este año el signo del zodiaco no es Rata sino Coronavirus, y en casi toda Europa hay toque de queda y restricciones sociales. Y tú de folleteo, amiga.

En pleno ataque de pánico, coges tu mochila, abres la ventana e intentas escapar por la cornisa de la ventana… ¿Quién te iba a decir que a tus 59 años te verías en estas?

Lógicamente, te haces daño, porque por muy caliente que estuvieses hace un minuto, el miedo te ha helado la sangre y tu ciática no perdona. Pero haces un esfuerzo y bajas por uno de los canalones de la fachada con las manos ensangrentadas y a la vista de todos los vecinos. Ni Peter Parker, señores.

Para tu desgracia, un transeúnte es capaz de identificarte e indica a la policía por dónde has huido al trote cochinero. La policía te da alcance y tú, que a digna no te gana nadie, les recuerdas que eres eurodiputado, a ver si cuela el cuento de la inmunidad diplomática y te dejan disfrutar de lo que te queda de subidón en casa.

Pero no es el caso: abren tu mochila y encuentran varios narcóticos (“No es mía. No sé quién la colocó ni cómo”, dirás después). Estás jodido: te multan, te notifican que se te abrirá un expediente por violar la legislación sobre narcóticos y te acompañan a casa.

Allí, y quizás por los nervios o aún por el colocón, presentas tu dimisión política antes de que se filtre el tema del expediente. Quizás así puedas mantener algo de dignidad. A no ser que se filtre lo “otro”, claro… Esta es la historia real (matiz arriba, detalle abajo) de József Szájer, eurodiputado húngaro y uno de los miembros fundadores del partido de extrema derecha FIDESZ (Unión Cívica Húngara).

Szájer no solamente es uno de los ideólogos del principal ejecutivo de su país, sino que también era la mano derecha del primer ministro, el ultraconservador Viktor Orbán.

Para que os hagáis una idea: en 2015, los datos del Eurobarómetro en relación al matrimonio igualitario y la adopción reflejaron que solo el 39% de los encuestados húngaros apoyan el reconocimiento de la familia homoparental. Lejos de mejorar estos datos, las políticas de Orbán han servido para continuar demonizando al colectivo LGBTI y aplicar políticas restrictivas.

El 6 de diciembre de 2018, tanto Hungría como Polonia impidieron la aprobación de la declaración de los derechos de los homosexuales en Bruselas. Dicha declaración abogaba por la promoción de políticas de igualdad e instaba a la creación de entorno seguro y libre de odio en Internet.

Además, si continuamos investigando descubrimos que la Constitución húngara deja fuera del matrimonio a las parejas del mismo sexo. ¿Y sabéis quién escribió dicho artículo según el medio El Independiente? El mismísimo József Szájer: ¡nuestro trepacanalones!

Cómicas contradicciones aparte, Szájer no es más que un caso puntual y extremo de una realidad que seguimos lastrando: el relato construido sobre nuestra comunidad desde la heteronormatividad. Un relato con el que hemos sido bombardeados durante siglos y donde el mayor problema no es ser gay, sino parecerlo.

Para Szájer, el problema no está en acostarse con un hombre de vez en cuando. Es más: ¡pondría la mano en el fuego por que esta no ha sido la primera chill del ahora exdiputado! József sabía perfectamente lo que hacía y no sufría ningún tipo de confrontación entre su mundo interno y su mundo externo.

El problema ha sido que ha saltado a la opinión pública… ¡y ahora todo el mundo sabe que es un maricón más, señores! Durante años, él ha asumido y promovido ese relato machista y misógino en el que lo afeminado es sinónimo de debilidad, en el que los maricas son ciudadanos de segunda y donde prima la masculinidad como referente de hombre. Una masculinidad tan hiperexagerada que se vuelve tóxica para su propia realidad.

József prefiere vivir una segunda vida a escondidas a ser percibido como alguien débil y acabar perdiendo los privilegios que le brinda su adorada masculinidad. Se ha tragado el cuento de que un hombre es el patriarca, el macho alfa y quien lleva el orden y la paz a su casa. Y ojo, se lo ha creído tanto que se ha casado con Tünde Handó (jueza del Tribunal Constitucional húngaro) y es padre de Fanni Szájer.

Tristemente, no hace falta irnos a Hungría para encontrarnos este tipo de conductas: yo mismo he llegado a decir (y en más de una ocasión) que era gay porque “me gustaban los hombres de verdad”. Con mis 31 años en camino, no solo me avergüenzo enormemente de ese tipo de comentarios, sino que intento profundizar en la razón de los mismos: ¿Cuáles eran mis referentes de masculinidad? ¿De dónde surgían mis gustos? ¿Por qué me atraía una persona y desestimaba a otra? ¿Quién me enseñó que un meñique arriba o una voz más nasal te hacían menos atractivo? ¿Y en qué momento esas concepciones puramente racionales se convirtieron en limitantes a la hora de sentir atracción? ¿Pueden ‘educarse’ nuestros gustos a través de los referentes y el relato cultural?

Por ejemplo: en el mundo laboral, donde buscamos dar una mejor impresión de nosotros mismos para mejorar las relaciones e incluso poder promocionar, el 72% de las personas LGBTI “vuelve al armario”. Este dato surge de una investigación realizada por los Gobiernos de España y Portugal junto a la Universidad Complutense de Madrid este 2020. Según el mismo, los motivos de esta decisión van desde evitar burlas o insultos hasta el miedo a que condicionen posibles ascensos, subidas salariales o incluso conlleven despidos.

Hay un miedo dentro de la propia comunidad a que nos perciban como realmente somos porque nos han enseñado, directa o indirectamente, que está mal. Tampoco hace falta buscar estudios para encontrar datos curiosos. Enciende tu Grindr, Scruff, Romeo, Tinder o app favorita: ¿Cuántos perfiles se autodefinen como masculinos? ¿Cuántos buscan masculinos? ¿Cuántos dicen tener novia o buscar tíos con novia estable? ¿Cuántos rechazan la pluma por defecto? ¿Cuántos son o buscan machos? No estoy aquí para juzgar nuestros gustos, pero sí para invitarnos a preguntarnos: ¿Por qué? ¿Qué hay detrás? ¿Cómo podemos superarlos? ¿Y cómo podemos deconstruirlos para volverlos a levantar?

Poco a poco, los referentes están cambiando, y nuevas realidades van reescribiendo el relato de nuestra comunidad. Un relato que, con paciencia, surgirá de sus protagonistas y no por una sociedad normativa predominante.

Un relato donde ser afeminado no sea sinónimo de debilidad, y donde casos como el de József Szájer (o el patrio Rodrigo de Santos) formen parte de nuestro pasado más lejano.

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