Para su segundo largometraje, el director belga Laurent Micheli decidió contar la historia de una joven trans llamada Lola. Y quiso buscar a una actriz desconocida para interpretar el papel. En el proceso de casting apareció Mya Bollaers, que nunca antes había trabajado como actriz, y lo vio claro.
En la película, Lola, de 18 años, se encuentra en una situación dramática. Cuando le confirman que por fin puede someterse a la soñada operación de reasignación de género, su madre, que es su único apoyo a nivel emocional y económico en su disfuncional familia, fallece. Cumpliendo con sus últimos deseos, Lola y su padre (Benoît Magimel), que no se han visto en dos años y cuya relación es muy tensa, se ven prácticamente forzados a emprender juntos un viaje a la costa belga. Un viaje que tendrá, lógicamente, consecuencias imprevisibles.
Cuando Mya Bollaers vio un anuncio en que se buscaba a una actriz trans, no dudó en presentarse, aunque no tenía ninguna experiencia profesional. “Fui pasando prueba tras prueba, y cuando Laurent me llamó para decirme que el papel era mío, flipé”, recuerda. “Siento que la suerte tuvo mucho que ver, y ya me puse en sus manos. Soy una persona curiosa y tenía muchas ganas de vivir esta experiencia”.
«La película me ayudó a reconciliarme con partes de mi pasado»
De primeras, ni pensó en la visibilidad que la película le iba a dar como mujer trans. Cuando fue consciente, reaccionó: “No podía dejar que el miedo que sentí me paralizara”, asegura. Solo ha encontrado un aspecto negativo como resultado de ser tan visible: “Los fetichistas de mujeres trans no me dejan en paz”, dice entre risas. “No paro de bloquear a gente en Instagram”. Y nos enseña su móvil para que lo comprobemos con nuestros propios ojos.
Bollaers confiesa que le preocupa que esto suceda todavía a día de hoy, “aunque prefiero reírme de ello. Pero es un ejemplo de la sociedad en que vivimos. Necesitamos que a las personas trans se nos vea como a seres humanos sin más. Exigimos respeto”.
«No veo yo que se destaque de un actor o actriz el hecho de que sea cis»
A Lola la conocemos antes de empezar su transición, y la actriz se vio obligada a revivir momentos de su pasado. “Utilicé emociones muy personales para alimentarme y utilizarlas para interpretar”, confiesa, “como hace cualquier actriz”. Para ella, lo más positivo del viaje de su personaje es “que termina aceptando y queriendo al niño que fue. Y la película me ayudó también a reconciliarme con partes de mi pasado, a ver que siempre he luchado por legitimarme como mujer trans, y que no debía rechazar al niño que fui, porque forma parte mi historia. Eso se lo agradeceré siempre a Lola”.
El director Laurent Micheli ha huido de esa obsesión que persiste en parte de la sociedad por el físico de las personas trans, y se ha centrado en lo que siente Lola, algo que Mya agradece. “Laurent se documentó para el guion con la ayuda de personas trans, por eso lo que cuenta resulta tan real. Lo importante es el conflicto familiar que surge entre padre e hija, y el desarrollo emocional de los personajes”, afirma. “Por suerte, no se quedó en la superficialidad y en esa obsesión inútil por los cuerpos de las personas trans. Por eso resulta tan universal lo que cuenta”.
Cuenta Mya que cuando vio su entrada en la Wikipedia le molestó leer “actriz trans”… “Ser trans no es oficio, que yo sepa”, dice. “Ni lo es ser rubio, marroquí o negro. No veo yo que se destaque de un actor o actriz el hecho de que sea cis”. Lamenta que vivamos en un mundo en el que se nos intente compartimentar de un modo tan fuerte en base a nuestra identidad de género. “Y que en base a ello las personas trans o racializadas solo podamos acceder a cierto tipo de papeles demuestra que queda mucho por avanzar”.
Lógicamente, agradece que cada vez esté mejor representada la realidad LGTBIQ+ en proyectos audiovisuales. “Me encantó ver cómo se trató a los personajes LGTBI en la serie Sense8, por ejemplo, porque ni su sexualidad ni su identidad de género era lo relevante”. Aunque a esa evolución positiva en la representación del colectivo en la ficción le pone una pega: “No va lo suficientemente rápida”.