Tanto en entrevistas como en coloquios, me encuentro a menudo con la pregunta de si son importantes los referentes. O más bien, cuánto de importantes pueden llegar a ser dichos referentes. Siempre tengo claro que hay dos respuestas posibles: mucho y nada. Ahora bien, si a tal pregunta se le añade el hecho de que puedan ser importantes para el colectivo LGTBQ+, mi respuesta solo es una: muchísimo.
Todo por la sencilla razón de que nacemos, convivimos y crecemos sin ellos, por lo que cualquier atisbo de referencia ya es un faro alumbrando un camino complicado. Durante muchos años hemos visto cómo las personas LGTB eran fácilmente denostadas por parte de algunos medios de comunicación. La ficción, desde el cine y las series, también contribuía a ello con saña y mucha mofa. Ante tal panorama, lo que percibimos es un prejuicio constante hacia la diversidad, una burla continua a nuestra sexualidad y una falta de empatía que a veces puede rozar lo cruel.
Por eso ahí entran en juego los referentes. Personas, reales o no, que vienen a decirte que existe alguien como tú, que puedes y debes caminar con paso firme. En ocasiones, incluso podemos llegar a contemplarlos como modelos de conducta, y posicionarse o identificarse con según que personas llega a ser incluso un acto de militancia. Y entra todo, desde una filosofía de vida, las letras de sus canciones o una determinada estética. Es así como se comprende la importancia que tuvo Judy Garland dentro de las revueltas de Stonewall, sin siquiera estar presente. Su muerte, que coincidió con aquel histórico momento, encendió todavía más la rabia de quienes se estaban rebelando contra la opresión policial, y el arcoíris al que Judy cantaba recobró, si cabe, más fuerza.
Algo similar ocurrió a mediados de este año con el fallecimiento de Raffaella Carrà. Gran parte del colectivo (¿o debería decir todo?), así como nuestros aliados, lamentamos aquel inevitable adiós de toda una madre espiritual que nos había aportado momentos de alegría. Otras veces he descubierto cómo exigimos al referente de turno una actitud que se corresponda constantemente con nuestra ideología y personalidad, y eso, sin lugar a dudas, es un error. Los referentes no tienen por qué ser perfectos, no tienen vocación de santa, y quizá sea mejor, en ocasiones, quedarnos con una parte concreta de esos iconos, y asumir y potenciar lo que es constructivo.
De ahí que me haya encontrado bastantes veces con el reproche de que La Veneno no era un referente positivo, y siempre respondo lo mismo: no tienes por qué quedarte con Cristina al completo; era humana y tenía, con todo derecho, los mismos defectos que cualquier otra persona. Pero eso no quita que no haya hecho una aportación o que su visibilidad no haya servido para abrir otras mentes y caminos.
Además de que los referentes no siempre eligen serlo, pero estamos viviendo en plena política de la cancelación donde si una persona hace una declaración que no nos gusta, acabamos considerando que ya no tiene validez alguna. Si la cantante de turno entra en la cárcel, ya tenemos que tirar sus discos a la basura, y si Fulanita se junta con Menganita ya no cuenta nada de lo que haya hecho tiempo atrás, o lo que vaya a hacer mañana.
De todo ello solo obtengo dos conclusiones: que no hay que tomarse tan en serio a según qué personas, y que a veces somos un colectivo especializado en ensalzar a personas que no son afines en ningún sentido. Quizá también ha llegado la hora de que se amplíe el concepto de ‘referentes’, y no tengan que ser únicamente mediáticos. Que para la gente más joven toda esta visibilidad sirva para que sus referencias positivas sean el kiosquero, la panadera, su tío el del pueblo o la vecina de abajo. Todas esas personas que derribaron armarios y le saben plantar cara a su mera existencia. Porque, en definitiva, los referentes nos hacen la vida más fácil.
VALERIA VEGAS ES ESCRITORA Y ARTICULISTA. SU ÚLTIMO LIBRO PUBLICADO ES LIBÉRATE: LA CULTURA LGTBQ QUE ABRIÓ CAMINO EN ESPAÑA (DOS BIGOTES)