Joseph Leo Mankiewicz, que fue un maestro del cine independiente –antes de que existiera el cine independiente– en el Hollywood de los grandes estudios, usaba la obertura de Las bodas de Fígaro como sintonía para el logo de la productora de sus películas, casi todas obras maestras del séptimo arte. La productora se llamaba Figaro Films.
Igual la eligió porque esta también obra maestra de Mozart, que fue un outsider –y también antes de que existiera ese término– al margen del sistema, aunque integrado en él –como Mankiewicz–, ha seguido siendo a lo largo de los siglos emblema de independencia, de todo aquello que no se ajusta a lo establecido.
Ahora regresa al Teatro Real con una impecable producción original del Festival de Salzburgo firmada por Claus Guth en la que (casi) todo ocurre en una escalera. Podríamos decir que es la ‘historia de una escalera’, en este caso palaciega, no como en la obra de Buero Vallejo. Es el reflejo de la sociedad del momento. En el caso de Mozart, de la aristocracia dieciochesca (¿y la de hoy?), y en el de Buero, de los años 20 del pasado siglo de nuestro país. Las escaleras son, en efecto, el sitio perfecto para estas radiografías sociales.
Un reparto perfectamente ensamblado, una orquesta que suena a Mozart de verdad y una puesta en escena en la que se desnudan los sentimientos de los personajes con una exquisita dirección de actores son la receta perfecta para un nuevo éxito (otro más) del Teatro Real en esta temporada que abarca más de cuatro siglos de ópera.
El argumento, de sobra conocido, fue polémico desde mucho antes de su estreno en Viena el 1 de mayo de 1786. Dos años antes, en París, Pierre-Augustin Caron de Beaumarchais había estrenado la obra de teatro La folle journée, ou le mariage de Figaro, segunda parte de Le Barbier de Séville. El escándalo fue mayúsculo. Tanto que el autor terminó condenado. Denunciar los abusos de poder la aristocracia, en esos años, no era tan fácil como ahora, aunque muchas veces aún podamos pensar que no hemos avanzado tanto.
¿Un conde es el rival amoroso de su sirviente y, además, pierde? Mozart, fascinado por la obra, encargó a Lorenzo da Ponte, su libretista de cabecera, que la adaptase. Logró superar la censura impuesta en Austria por el emperador José II que, según la leyenda, se durmió en el estreno, el 1 de mayo de 1786.
Julie Fuchs (Susanna), André Schuen (El conde de Almaviva), Christophe Montagne (Basilio) y Rachel Wilson (Cherubino). [Fotos: Javier del Real]
Las bodas de Fígaro está ambientada en la Sevilla del siglo XVIII y relata los amoríos de los condes de Almaviva y sus sirvientes, Fígaro, Susanna y Cherubino. La disculpa de clasificarla como opera buffa fue perfecta para disfrazar lo que podría considerarse un panfleto para revindicar no solo la libertad de una clase social oprimida, sino la libertad de los hombres y mujeres para ser lo que quieran ser. ¿Aún seguimos con esta batalla en 2022? Infidelidades, celos, identidades de género disfrazadas…
Una imponente escalera domina la escena en la que Claus Guth ambienta esta obra maestra de Mozart.
Vamos por partes: el reparto, como decimos, es de primer nivel. María José Moreno y Julie Fuchs componen una condesa de Almaviva y una Susanna de altísimo voltaje. Ambas, bajo la dirección del regista alemán, sacan a escena a las grandes actrices que llevan dentro. La soprano granadina es más que conocida en este escenario, y ha vuelto demostrar los motivos. La soprano francesa, por su parte, regresa al Real tras habernos deslumbrado en Lucio Silla en 2017, y ahora vuelve con un Mozart mucho más conocido (casualmente, ambas sopranos estuvieron en esa misma producción, también dirigida por Guth, pero en dos cast diferentes). Fuchs parece que ha calado en el público de Madrid como ya triunfa en media Europa. Tanto que nos atrevemos a decirle nosotros su deh, vieni non tardar (oh ven, no te demores).
Mapping sobre el escenario en que se explica la trama de Las bodas de Fígaro con Fernando Radó (Bartolo), Christophe Montagne (Basilio), André Schuen (El conde de Almaviva), Monica Bacelli (Marcellina), Uli Kirsch (el ángel), Julie Fuchs (Susanna), Vito Priante (Fígaro) y María José Moreno (La condesa de Almaviva).
Los barítonos italianos André Schuen (el conde de Almaviva) y Vito Priante (Fígaro), la mezzo estadounidense Rachel Wilson (Cherubino) completan de forma brillante el quinteto protagonista. Pero el resto del reparto, Monica Bocelli (Marcelino), Fernando Radó (Bartolo), Christophe Montagne (Basilio), Moisés Marín (don Curzio), Alexandra Flood (Barbarina) y Leonardo Galeazzi (Antonio) conforman un sólido elenco, perfectamente acoplado, para esta sarcástica ópera bufa en la que el actor y bailarín Uli Kirch da vida a una especie de Cupido que es el agitador de toda esta trama de infidelidades y equívocos amorosos. Todo un acierto.
Buero Vallejo reflejó a la perfección los vicios de la sociedad española de comienzos del XX en su Historia de una escalera, y ahora Claus Guth nos plantea de forma atemporal, en la de este imponente palacio, que esta obra maestra de Mozart se puede leer (es decir, poner en escena) en clave actual sin caer en el ridículo de determinadas actualizaciones [sic].
Los cuerpos estables del Teatro Real, el coro Intermezzo y la Orquesta titular del coliseo, vuelven a demostrar la liga en la que juegan. No es otra que la primera división de la ópera internacional.