El pasado 16 de julio tuvo lugar la celebración de un evento que marcará un antes y un después en la realidad de las personas LGTB+ que están ingresadas en prisión. Las banderas arcoíris y trans flanqueaban el salón de actos del centro penitenciario de Soto del Real (Madrid)
El proyecto comenzó a gestarse a finales de marzo de 2022, cuando el director de cine José Muriel buscaba el testimonio de una persona homosexual que estuviese en prisión para realizar un documental.
Fue entonces cuando Ana, una trabajadora social del centro penitenciario, vio que era factible crear un grupo de personas pertenecientes al colectivo LGTBIQ+ en el centro, pues había muchos casos, y todos ellos ejemplos de superación.
En el mes de abril se puso en marcha Rejas Rosas, que fue como llamaron a este grupo de apoyo. Contaba con unas 22 personas de distintos módulos, aunque estas no fuesen la totalidad de personas del colectivo recluidas esta prisión.
El centro de Soto del Real cuenta con 1.170 reclusos y unos 500 funcionarios. “Entre todos los profesionales nos dimos cuenta de que había aumentado el colectivo homosexual y empezaron a entrar internas trans. En un medio hostil como este, notábamos que estaban un poquito no defendidas, siempre atacadas por el resto de los internos, entonces pensamos que este era el momento de intentar reivindicar que estas personas puedan defenderse por lo que son”, declaraba Luis Carlos Antón, director de la prisión.
Es entonces cuando entran en contacto con un equipo de trabajadoras sociales, psicólogos y con la Fundación 26 de diciembre. Federico Armenteros, su presidente, afirma: “Nosotros llevamos trabajando con Instituciones Penitenciarias más de ocho años, y teníamos intención de poder entrar, así que cuando Ana nos dijo que había un grupo, nosotros dijimos: ‘¡Aquí estamos las abuelas!”.
“Cuando entré tuve muchos problemas. Un chico me pegó por mi condición sexual. ‘Maldito maricón, te tengo mucho asco’, me dijo”, son algunas declaraciones de Catalina, una mujer trans de 35 años que lleva tres años en esta prisión. Con el paso del tiempo, reconoce que muchos de los que la insultaban ahora la apoyan, y considera que su presencia ha cambiado la forma de pensar de muchos reclusos.
Durante el acto de presentación, Catalina habló de uno de los momentos más traumáticos de su vida, los siete años que estuvo practicando chemsex, una práctica que combina el sexo con el consumo de drogas. Esto le llevó a perder el sentido de su vida, algo que ahora desea recuperar.
Otro de los testimonios fue el de Jose, un hombre abiertamente homosexual. Entró en prisión hace nueve meses con el miedo a que su condición sexual le hiciera ser vulnerable al resto. Para su sorpresa, encontró que compartía espacio con más personas del colectivo y su integración fue más sencilla de lo que esperaba. De hecho, Jose afirma: “He notado en la calle más homofobia. Aquí no siento homofobia con nadie, en cambio fuera sí. La gente llega hacia ti y te acoge como una familia”.
Otra realidad es la que cuenta Salomé: “Mi entrada fue complicada. Nadie sabe lo que pasa una mujer trans cuando entra en la cárcel. Es el mismo abuso, rechazo y marginación que en la calle, pero triplicado”. Para ella, abrirse un espacio en la cárcel fue una tarea difícil y, como Catalina, tuvo que educar a muchas personas para que la entendieran.
Salomé no duda en dar voz a las personas trans seropositivas que se encuentran en riesgo de exclusión social y terminan acudiendo a la prostitución y al consumo de drogas. Es necesario recordar que la mayoría de las cifras de suicidio son personas trans, y que son el grupo más maltratado dentro del colectivo.
De momento, la iniciativa Rejas Rosas no ha hecho más que empezar. Se espera que siga creciendo y que este proyecto se implemente en otros centros penitenciarios. La realidad del colectivo es cruda en cualquier prisión, y son necesarios estos espacios para que no sean lugares tan hostiles para las personas LGTBIQ+.