'Arabella' llega al Teatro Real: cuando la vida va cerrando puertas, Christof Loy nos abre ventanas

La ópera 'Arabella' de Richard Strauss llega al Teatro Real en una impactante producción de Christof Loy, con un nivel musical de altísimo voltaje.

'Arabella' llega al Teatro Real: cuando la vida va cerrando puertas, Christof Loy nos abre ventanas
Nacho Fresno

Nacho Fresno

Plumilla poliédrico -escondido tras una copa de dry martini- que intenta contar lo que ocurre en un mundo más absurdo que random.

25 enero, 2023
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Fue en un enero de 1962 cuando Montserrat Caballé debutó en España, en el Liceo de Barcelona, con Arabella. En enero de 2023, sesenta y un años más tarde, llegó por fin al Real de Madrid. Y lo hizo a lo grande. Con un reparto compacto, perfecto, en una producción extremadamente inteligente, que despertó ciertos recelos, en la que Sara Jakubiak da vida a una Arabella de las que vamos a recordar. Y con una orquesta y coro titulares de la casa con su habitual nivel de los últimos años.

Christof Loy es más que conocido por el público del teatro de la plaza de Oriente, donde ha dirigido Ariadne auf Naxos (en 2006); Lulu (2009); un Capricho que fue una joya (en 2019) y Rusalka (2020). Si algo tiene este regista alemán es una estética muy personal en donde las puertas (giratorias o no) tienen un gran protagonismo.

Y, en verdad, cuando la vida nos va cerrando puertas, cuando parece que la ópera no puede ofrecernos nada nuevo, Loy nos abre ventanas que nos hace ver que el vaso de agua está medio lleno. Y más en una obra como la que nos ocupa, en la que el vaso de agua tiene tanto simbolismo. Una obra en la que la vida ha cerrado tantas puertas a sus protagonistas que los ha abocado al abismo.

'Arabella' llega al Teatro Real: cuando la vida va cerrando puertas, Christof Loy nos abre ventanas

Sara Jakubiak crea una Arabella de antología en el estreno de esta ópera de Strauss en el Teatro Real
[Fotos: Javier del Real]

Todo parece muy simple en las escenografías que utiliza este director de escena. Pero no lo es. Es justo lo contrario. En este caso la firma (junto al vestuario) Herbert Murauer, colaborador habitual suyo. Poner en escena esta «comedia lírica en tres actos» en donde la trama gira en torno a la decadencia de la alta sociedad vienesa de finales del XIX no es fácil.

El argumento de Arabella, se podría resumir así: unos condes arruinados se han tenido que ir a vivir a un hotel. Para aparentar que mantienen el nivel social tienen que casar a una de sus dos hijas, la más guapa, con un buen partido. A la otra la obligan a vivir travestida de chico porque les resulta más rentable. Cuando logran casar a Arabella con un pueblerino muy rico (que, por supuesto, no es de su nivel social: «un tipo muy rico y extravagante», define el conde a su padre), ven su vida salvada. Se les abre una ventana a la esperanza.

Poner hoy en escena este argumento, y hacerlo de manera elegante, aunque sórdida y violenta a la vez (no se puede festejar que una mujer sea vendida al mejor postor, y que otra sea obligada a vivir disfrazada de hombre), es una labor compleja. Pero fascinante.

Fascinante cuando el resultado es bueno. Loy lo consigue con un decorado en el que se abren y cierran puertas, pero, sobre todo, se abren las ventanas de ver que cuando las óperas se trasladan de época, de una manera inteligente, el resultado es brillante. Se abre la ventana de comprobar que los títulos se pueden adaptar y actualizar, guardando fidelidad absoluta la libreto, sin que nada chirríe. Arabella asegura, sobre ‘el desconocido’ que la espera en la puerta del hotel, «el desconocido seguro que intenta averiguar cuál es mi ventana». En este caso se mantiene hasta la estructura en tres actos con sus dos descansos. Es lo que tiene el buen saber teatral y el sentido común. Esta es una producción que ya tiene un largo recorrido desde que se estrenó en Frankfurt en 2009, que ahora llega ‘nueva’ a Madrid, sin haber envejecido lo más mínimo.

'Arabella' llega al Teatro Real: cuando la vida va cerrando puertas, Christof Loy nos abre ventanas

Sara Jakubiak (Arabella), Sarah Defrise (Zdenka) y Josef Wagner (Mandryka), en un momento de Arabella.

David Arkham (director del Coro y Orquesta Nacionales de España) se pone al frente de la Sinfónica de Madrid, Orquesta Titular del Teatro Real, y consigue una comunión perfecta con la escena y los cantantes. Se llevó la gran ovación de la noche. Sara Jakubiak es una Arabella imponente, tanto en la voz como en la escena. Exquisita y delicada, pero una mujer dura y, como se dice ahora hasta el aburrimiento, empoderada. El final del primer acto es sobrecogedor.

Su hermana (travestido en hombre) Sarah Defrise, como Zdenka, no se queda atrás. El Mandryka de Josef Wagner, su rico enamorado, completa un trío de lujo. Anne Sofie von Otter tiene la presencia, clase y elegancia para dar vida a una condesa que deslumbra solo con pisar el escenario. El conde Waldner de Martin WinklerMatthew Newlin como un estupendo Matteo; Dean Power, el conde Elmer; Roger Smeets, el conde Dominik y Tyler Zimmerman, el conde Lamoral, los otros pretendientes de Arabella, redondean el reparto.

'Arabella' llega al Teatro Real: cuando la vida va cerrando puertas, Christof Loy nos abre ventanas

Anne Sofie von Otter es la condesa Adelaide. Su sola presencia se come el escenario.

Mención especial merece la soprano donostiarra Elena Sancho Pereg, maravillosa en el corto pero muy lucido papel de La Fiakermilli, mascota del gremio de cocheros de Viena, un personaje que en esta función refleja lo peor de esa aristocracia vienesa que ha perdido el norte, desplazada por esa burguesía que viene con dinero a ocupar el lugar que ellos están dejando. Una clase social que ve cómo todas sus ventanas de cierran en una nueva sociedad. Quizá la escena más polémica de la apuesta de Loy, la que provocó el mayor desencuentro con un sector del público del estreno.

Strauss volvió a trabajar con su querido amigo, el novelista Hugo von Hofmannsthal, en el libreto de esta ópera maravillosa, que es como una segunda parte de El caballero de la rosa. Pero si la primera es un botafumeiro a la Viena del XVIII, esta es una sórdida radiografía de la sociedad austriaca de 1860. Von Hofmannsthal no pudo terminar el texto, porque murió poco después de hacerle llegar el monólogo de la protagonista que cierra el primer acto. Maravilloso en esta función, como hemos señalado, en negro sobre blanco, con esos paneles que lo mismo hacen de ventanas que de telón.

Independientemente de la (más que legítima) disparidad de opiniones, lo que sí está claro es que la partitura de Arabella es una joya. La orquesta es Strauss en estado puro, una maravilla de principio a fin. Una partitura que en estas funciones del Real suena tan bien, en una puesta en escena tan extremadamente inteligente, que nos regala el ver el vaso medio lleno.

«Ojalá esta noche no hubiera existido nunca», se lamenta la condesa Adelaide al final del tercer acto, tras ver como el dinero ha cambiado de manos, y es el pueblerino Mandryka quien lo tira por los suelos, de manera chabacana y ostentosa, invitando a champagne a los aristócratas de la degenerada sociedad de Viena. Pero ha ocurrido. Como ha ocurrido hoy en la vida, en la que el público de la ópera busca otras visiones que no sean solo las de los miriñaques y pelucas empolvadas.

Ese vaso de agua que, en el pueblo de Mandryka, simboliza el amor puro con el que termina el tercer acto. Ese vaso que nos pone de manifiesto que, cuando las cosas parecían ponerse negras y se nos cerraban las puertas a la hora de revisar las óperas, Christof Loy nos abre otras puertas (y ventanas) para ventilar. Incluso le abre una ventana a Arabella para nueva vida. Y a una nueva vida de (la ópera) Arabella.

 

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