Pet Shop Boys, los sumos pontífices del pop, encandilaron en su primera cita del Primavera Sound en Madrid

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No es nada habitual –por no decir imposible– ver a estas alturas de la vida a Pet Shop Boys en recintos pequeños. De ahí el acontecimiento que supuso verlos ayer en el céntrico Teatro Eslava de Madrid.

La expectación era máxima, y los 1.500 afortunados que consiguieron entradas llegaron al Eslava con la sensación de ser invitados de lujo en una fiesta única.

 

Si algo llamaba la atención antes de que arrancara el concierto a las 21h –no pudieron ser más puntuales– era la tranquilidad que se respiraba en la sala. Nada de empujones, nada de malas caras si alguien se te intentaba poner delante. Se notaba que la edad media de los asistentes era alta, y las ganas de disfrutar no las iba a amargar nadie, porque la visibilidad era buena desde cualquier lugar de la sala.

A ritmo de Suburbia aparecieron Neil Tennant y Chris Lowe. El segundo, de Adidas, tan discreto como siempre. El cantante, con su elegante exuberancia habitual, con un largo abrigo –tan bien planchado que daba no sé qué no ver ni una arruga– que gritaba Miyake.

La actual gira de Pet Shop Boys de grandes éxitos, Dreamworld, está pensada para grandes estadios (hoy la presentarán en el Opening Day oficial del primer Primavera Sound madrileño con toda la parafernalia audiovisual en el Civitas Metropolitano), por eso resultaba más especial el show de ayer, de banda al uso, en donde les acompañaban sus tres músicos habituales y ya.

Funcionó la propuesta, principalmente porque el repertorio –salvando Dreamland, quizá la única canción que desentonó entre tanto clásico imbatible– fue brutal, y porque el carisma de Neil Tennant no tiene igual.

Qué pena que el sonido, soprendentemente bajo, no ayudase a que los subidones constantes no diesen pie a un delirio colectivo aún mayor del vivido. Y punto negativo para el público que no supo apreciar –o demostrar su aprecio en condiciones– cuando sonó I Dont Know What You Whant But I Can’t Give It Anymore, uno de los clásicos de Nightlife (1999) –pasó algo similar con otro gran single, Can You Forgive Her, de Very (1993)–.

Fueron sonando hits encadenados –en respetuosas versiones que rara vez huían de las producciones originales– a lo largo de hora y media: Opportunities, Rent, Left To My Own Devices, Domino Dancing… Y antes de llegar Always On My Mind, llegó el momento de Chris Lowe de brillar interpretando Parinaro.

En su línea, escudado tras la pantalla misteriosa que siempre tiene ante sí, no hizo nada para que el público pudiera verle mejor, dada la penumbra en torno a él. Un detalle curioso: entre el maquillaje y el brillo de la susodicha pantalla, desde lejos la ilusión visual era la de que Lowe había vuelto al aspecto de sus veintipocos. Seguro que es algo que tiene bien estudiado.

«Faltó volumen pero no hits»

Tras Dreamland llegó un bloque insuperable, formado por Heart, It’s Alright, Vocal e It’s a Sin. Los sumos sacerdotes del pop dando buena cuenta de un poderío insuperable. Y para el bis, momento de que aparecieran las lagrimitas al apelar a la nostalgia de un modo irrefrenable encadenando dos obras maestras atemporales, West End Girls y Being Boring.

Faltó volumen pero no hits. Pet Shop Boys encadilaron como solo ellos saben hacerlo, de un modo más sutil de lo imaginado, dejando que su música lo dijera todo, pero a media voz. Ellos siempre a su aire.