En 2022, Diego del Pozo Barriuso presentó una película, Oído Odio, fruto de una beca Leonardo de la Fundación BBVA, que luego se podría ver en varios festivales de cine como el de Málaga. Tenía relación con la investigación sobre distintas emociones, y sus conexiones en el campo de lo social, político y económico, que suelen presidir sus últimos trabajos.
Dos años más tarde, Del Pozo cierra este proyecto con una exposición multidisciplinar que incluye, además de la película (que recientemente ha sido adquirida por las colecciones del MNCARS y el IVAM), un conjunto de dibujos, obras digitales, instalaciones y esculturas. Todas versan sobre el mismo tema: un intento de desentrañar no tanto los motivos del odio, sino de abordar esta emoción naturalmente humana, la más denostada y temida, como un entramado económico y político con sus propias leyes, que debemos conocer para tratar de relacionarnos con él desde otra perspectiva.
El artista ha recogido varios casos significativos de crímenes mortales reconocidos oficialmente como crímenes de odio (Lucrecia Pérez, la primera inmigrante oficialmente asesinada en España; Sonia Rescalvo, la primera trans; Ana Orantes, la primera mujer maltratada, asesinada tras su paso por televisión, entre ellos), y también imágenes reales de agresiones de odio documentadas por cámaras de vigilancia. Y Diego del Pozo Barriuso ha tratado de dar respuesta a “cómo el cuerpo se ve arrasado por la ira hasta el punto de asesinar a otro”, en sus propias palabras.
Aprovechando el palíndromo entre oído y odio, Del Pozo establece una efectiva realidad empírica reconocida en varios estudios: “El odio resulta más efectivo, estable y duradero cuanto más se propaga, repite o difunde”. Escuchar y ver el odio no hace otra cosa que multiplicarlo. El vínculo con la difusión de los discursos de odio de las políticas neoliberales y de ultraderecha y sus resultados a día de hoy, resulta más que evidente.
Del Pozo no censura el odio, es consciente de que las lógicas morbosas nos impelen hacia él: “Lo que creo que debemos cambiar es la forma en la que nos relacionamos o lo entendemos. Cómo poner nuestro cuerpo en otra forma de escucha que nos permita transformarlo, evitarlo y reducirlo”.
En esta exposición, la forma “pegajosa, capaz de impregnarlo todo” del odio se manifiesta en sus Agujeros, una serie de esculturas de vaciado que extractan porciones de la realidad, donde los cuerpos en colisión dejan una huella de apariencia marmórea, pero con la blandura chiclosa de la silicona que las conforma.
Otra pieza, Línea de tiempo (explosiones, cuerpos, armas), establece gráficamente tanto una línea cronológica de distintos crímenes desde la Guerra Civil hasta la actualidad como la representación del sonido de una bala al salir expelida de un arma.
Todos estos crímenes escogidos son reales, y perpetrados por grupos paramilitares o fuerzas del Estado, para subrayar que el odio es indiscriminado, universal como problema estructural y eminentemente político. Tampoco olvida hacia quién van dirigidas generalmente las políticas y economías del odio: a las minorías y a las disidencias. Tomad nota.