Decir adiós a las vacaciones de verano siempre es difícil. Más aún cuando eres estudiante. Se trata del momento del año con más tiempo libre, más sol y más fiestas locales. Es especialmente duro para esa parte del alumnado que se aleja demasiado de lo normativo en cualquier aspecto: corporalidad, diversidad funcional, neurodivergencia, color de piel, etc. Pues el colegio es una copia a pequeña escala de una sociedad en la que aún se está aprendiendo el funcionamiento del statu quo y no se han desarrollado las herramientas para cuestionarlo.
¿Cuáles son las expectativas respecto al género en estas circunstancias?
Chicos: masculinidad, pantalón, fútbol, coches, atracción romántica y sexual exclusiva hacia las chicas.
Chicas: feminidad, falda, muñecas, maquillaje, atracción romántica y sexual exclusiva hacia los chicos.
El incumplimiento parcial o absoluto de estas reglas no escritas conlleva la aparición ineludible de la burla, aislada en el mejor de los casos y reiterada en el peor. No se debe olvidar que, además de ser una forma de acoso en sí misma, la burla reiterada suele abrir la puerta a otra clase de agresiones más violentas como los insultos y las vejaciones en persona o mediante redes sociales, el robo o destrozo del material escolar, las llamadas telefónicas anónimas, la exclusión o los golpes.
Las cifras son aterradoras. El número de estudiantes que reconoce tener prejuicios hacia la comunidad LGTBIAQ+ en las aulas se duplicó del 14,70% de 2019 al 35% de 2022. Un 22,80% de las personas LGTBIAQ+ sufren acoso escolar y un 7,38% con agresiones físicas. Ocho de cada diez centros no abordan la prevención del odio y, ante el acoso, solo en uno de cada seis casos se aplican las sanciones correctas. Mientras que en dos de cada tres, no se hace nada.
A fin de eludir semejante panorama y afrontar el curso con la mayor calma posible, alumnes de todas las edades someten su expresión de género a las normas del centro educativo, su identidad al escrutinio indolente de sus compañeros y ocultan su orientación e intereses verdaderos durante los diez meses que deben asistir al colegio.
Lamentablemente, el profesorado LGTBIAQ+ tampoco es inmune a los prejuicios y la censura, a pesar de ocupar posiciones de autoridad en los centros. Según la FELGTB, todavía son una minoría les docentes que están fuera del armario. El resto teme perder su puesto de trabajo o el respeto de su alumnado, de padres y madres e incluso, de sus colegas de profesión.
¿Cómo se conjuga el miedo con la responsabilidad de construir referentes cercanos y positivos ante la invisibilidad y la creciente LGTBIfobia? Haciendo uso de recursos como la ley contra la LGTBIfobia de la Comunidad de Madrid, que en su artículo 32 dice así: “La Consejería competente en materia de educación incorporará la realidad lésbica, gay, bisexual, transexual, transgénero e intersexual en los contenidos transversales de formación de todo el alumnado”.
Por eso es importante el apoyo legislativo. A través del voluntariado de organizaciones no gubernamentales como Cogam, el Colectivo LGTBIAQ+ de Madrid, las instituciones educativas y las Asociaciones de Madres y Padres que lo soliciten pueden recibir talleres de ‘Diversidad Afectivo-Sexual e Identidades de Género’ que ayuden a mejorar la convivencia en las aulas y el ambiente entre compañeros, estudiantes y docentes.
Como antiguo alumno LGTBIAQ+ y actual profesor de secundaria, no me cabe duda de que la mejor manera de conocer realidades ajenas es de boca de quienes las viven diariamente, y la mejor edad para hacerlo, aquella en la que se está fomentando el pensamiento crítico.