Ha muerto Angy Kristel. Quizá a la mayoría de los lectores de esta revista no les suene el nombre, ni siquiera vagamente, pero ella fue toda una institución en el mundo del transformismo de finales del siglo pasado. Detrás de este nombre de guerrilla se encontraba Ángel, un artista que se convirtió en el imitador casi oficial de Concha Márquez Piquer, la hija de doña Concha Piquer. Tal fue su reconocimiento, que incluso acabó actuando frente a ella en un programa de televisión. “Esta gente son artistas”, decía la interesada tras disfrutar de la sorpresa que le habían preparado. “Es la primera vez que me veo imitada y le doy las gracias y la enhorabuena desde aquí”.
En ese mismo programa también se encontraba Lolita, la hija de Lola Flores, e irremediablemente salió a relucir el nombre de Juan Gallo. Este transformista de Bailén, conocido artísticamente como La Otra Lola, fue el imitador oficial de La Faraona, y llegó a participar junto a ella en un capítulo de la serie Los ladrones van a la oficina y a aparecer en varias ocasiones en uno de los programas que la cantante tenía en televisión.
La propia Lola le regaló varios vestidos y a veces, se cuenta, se lo llevaba de gira para confundir al público y echarse unas risas. Este puesto, el de Faraona travesti, se lo disputó durante un tiempo con el gran Paco España, quien finalmente acabó tomando otros derroteros artísticos más personales y creó su propio personaje, al cual, por cierto, no le fue nada mal: varias películas, unas cuantas obras de teatro, algún que otro disco y mucha actuación en directo dan fe de su arrollador éxito entre finales de los setenta y principios de los ochenta.
«Siempre será necesario recordar que no somos nada sin nuestro pasado»
Con estos antecedentes, resultaría muy injusto que no le diéramos el lugar que se merecen a aquellos artistas que se dedicaron en cuerpo y alma al noble arte del travestismo. Máxime si tenemos en cuenta que desarrollaron sus carreras en unos tiempos en los que la expresión de la disidencia sexogenérica era más que complicada, por no decir imposible. Hoy en día, gracias a fenómenos internacionales como Drag Race, el transformismo –o el drag, en lenguaje del nuevo milenio– ha alcanzado cotas de reconocimiento inimaginables hace tan solo unos pocos años.
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Ilustración: Iván Soldo
No obstante, nada de ello hubiera sido posible sin las antepasadas, aquellas que pusieron las primeras piedras de la libertad travesti en nuestro país. Las que actuaban en bares clandestinos con los pantalones debajo del vestido por si llegaba la policía, las que eran increpadas día sí y día también por maquillarse o las que tenían que salir corriendo con los tacones en la mano si no querían ser apaleadas por las propias fuerzas de seguridad.
Locales como A Noite, Centauros, Dimas, Gay Club, Barcelona de Noche o Griffin’s, entre otros muchos, fueron los lugares donde se vivió la verdadera transición de este país; templos en los que, noche tras noche, se bebía de la teta sagrada de las diosas del transformismo. Pierrot, Gilda Love, Andonegy, Fama, Violeta la Burra, Sunflower, Carmen de Mairena, Pavlovsky, Madame Arthur, La Otxoa, Yani Forner, Dolly Van Doll y muchos otros nombres crearon el campo de cultivo necesario para que el travestismo pudiera emerger en todo su esplendor en este siglo XXI.
Nuestra Angy Kristel murió, como decíamos, hace pocas semanas. Tenía 84 años y lo hizo sola en una residencia, prácticamente olvidada por el mundo de la farándula, situación similar a la que tuvieron que enfrentarse muchas otras compañeras. Por eso siempre será necesario recordar que no somos nada sin nuestro pasado y que tampoco somos nadie sin la memoria de nuestros muertos; especialmente si han sido ellos los que nos han ayudado a alcanzar la libertad. Por tanto, tan solo me queda pedirles, queridos lectores, que nunca rechacen imitaciones, porque triunfar siendo otras, a veces, tiene todavía más mérito. Eso está claro.