Lo mejor del apagón es que trajo consigo para mí una reconciliación. Mi amor incondicional por la música en soporte físico viene de mucho atrás, como saben quienes me conocen, y no ha menguado en absoluto. Pero a veces te sorprende lo infiel y despegado que puedes mostrarte hacia aparatos reproductores con los que durante mucho tiempo mantuviste una relación absolutamente cerrada y monógama.
La mía más larga es, sin duda, con los tocadiscos. Siempre he tenido –al menos– uno bien cerca, y al de ahora le sigo dando mucha caña. No solo por el placer que me aporta el contacto físico con los vinilos, también porque cada vez que escucho música de esa manera la siento como una pequeña victoria contra el deseo del algoritmo de controlarnos –aunque a veces se me olvide mutear a Alexa, con lo cual la info de lo que escucho llega igual–. Puede que los CDs no los ponga ya tanto –solo cuando un determinado disco o remix no lo encuentro en plataformas–, pero los tengo a la vista –sobre todo los firmados por mis artistas favoritos–, así que presentes siempre están.
Debo reconocer que cuando el casete triunfaba como vehículo reproductor, por aquello de ser más barato, no le veía el punto. Siempre me pareció un soporte menor –bueno, lo ha sido y lo es–, y cuando empezó hace años su revival como capricho vintage me hizo gracia, pero relativa. De repente, el día del apagón, el flechazo llegó en cuestión de horas.
Sin radio a pilas a mano y sin manera de escuchar música, deambulé un rato por la casa, buscando velas –había– y confiando en un milagro que me permitiera escuchar música –y no ceder a la egoísta actitud de un vecino cercano que decidió poner la suya a todo trapo, sin preguntar si nos interesaba conocer sus (nefastos) gustos–.

Imagen real del lunes del apagón, el de la reconciliación
Apareció frente a mí de repente, bien lozano para su edad (como no creo en la edad, pues por eso nos entendemos tan bien), ¡un walkman! Ese aparato portátil que se utilizaba hace décadas para poder escuchar música –en casete– en cualquier lugar. Le puse pilas temeroso, inserté una cinta –empecé a descubrir varias interesantes por las estanterías (de Prince, Ariana Grande o Mariah Carey) que hasta ahora servían solo como objetos decorativos– y a ver qué pasaba. El mecanismo reproductor tuvo que calentar durante unos minutos y varias pruebas, y ¡bum, funcionaba! Qué amor de repente por mi walkman. Y como también tenía radio, pues orgasmo público en plena tarde de apagón. Ese éxtasis nunca lo olvidaré.