El actor y director rumano Emanuel Pârvu no puede estar más contento con la trayectoria de su último –y tercer– largometraje, Tres kilómetros al fin del mundo. Desde que se estrenó en el Festival de Cannes del año pasado –donde recibió la Queer Palm–, impacta allá donde se proyecta. En la última Seminci de Valladolid, donde pudimos charlar con él, se alzó con la Espiga Arcoíris, una nueva muestra de la relevancia que se da a la historia que cuenta.

Emanuel Pârvu. Foto: Almin Zrno
Bellamente rodada por Emanuel Pârvu, con una afilada cámara que desgrana sin ningún tipo de sentimentalismo las vivencias de su personaje, Tres kilómetros al fin del mundo pone al espectador frente a frente con una realidad que, desgraciadamente, se vive en más lugares de los que quisiéramos.
El adolescente Adi (Ciprian Chiujdea) pasa el verano en su pueblo natal, un idílico –y asilado– rincón en el delta del Danubio. Una noche, regresa con un chico con el que ha ligado hacia casa, y cuando se queda solo es brutalmente agredido. Su vida cambia radicalmente una vez que sus padres –y todo el pueblo– se enteran de lo sucedido. Se enfrenta al rechazo de todo el mundo a su alrededor que, incomprensiblemente, le hacen sentir culpable por lo sucedido, y no encuentra empatía por ningún lado.
“¿Cómo puede una comunidad ponerse del lado del agresor? No me parece normal»
Emanuel Pârvu habla no solo de esa homofobia latente en tantos lugares en que se invisibiliza la realidad de las personas LGTBIQ+, también de esa silenciosa, pero férrea, defensa del heteropatriarcado, impulsada también por la Iglesia, en entornos rurales –en este caso, rumanos–. «Todo comenzó en 2014 Lecturacon un caso real de violación en mi país, en el que una chica fue forzada por siete hombres”, recuerda el director al volver al origen de su película. “Lo que más me impactó fue que toda su comunidad se volvió contra la víctima: “Mira cómo se vestía, cómo se maquillaba…. Merecía ser violada”. Pârvu no daba crédito a todo lo que escuchaba. “¿Cómo puede una sociedad ponerse del lado del agresor? No me parece normal. Fue entonces cuando pensé en que me gustaría contar una historia parecida, en donde el protagonista formase parte de una minoría”.
El rumano decidió que apostaría por una gran austeridad expresiva para contar la historia de Adi, un joven LGTBIQ+ que, si bien no se esconde, tampoco hace alarde de su homosexualidad. “En la pequeña comunidad que visita está bien visto, y se le trata con cariño, porque sienten que es uno más. Hasta que el traumático hecho con que arranca la película hace que ya no se le considere como ‘normal’. Y el giro en el trato es de ciento ochenta grados: pasa de ser alguien a quien respetar a convertirse en alguien enfermo a quien rechazan”.
Tuvo claro que el actor protagonista debía formar parte de la comunidad, no tuvo ninguna duda. “Como yo no formo parte del colectivo, no me atrevía a adentrarme solo en un territorio que no conozco”, explica. “Necesitaba saber qué sentía Ciprian mientras leía las secuencias, y que me diera su opinión sincera. En el casting me contó que salió del armario a los 16 años, y que consideraba que lo había hecho tarde, y eso le dejó secuencias emocionales. No quería que el proyecto pudiera afectarle a ningún nivel personal. Así que contraté también a varios consultores LGTBIQ+ para que me ayudaran”.
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Resulta especialmente doloroso ver cómo los padres del protagonista se muestran incapaces de aceptar a su hijo como es, llegando al punto de acercarse a las terapias de conversión. “Si estos padres creen que su hijo está enfermo y necesita ayuda espiritual, es porque así lo aprendieron”, continúa Pârvu. “Actúan desde el amor, pero de un amor mal informado, que daña, y ahí está el problema. Se refugian en la religión y en la tradición. Y si tú no evolucionas con el mundo, ese amor se transforma en control, miedo e incluso violencia. Para mí era muy importante mostrar esto”.
Comprobar la excelente acogida internacional de Tres kilómetros al fin del mundo le hace muy feliz. “Si logramos que haya espectadores que se pregunten “¿escucho realmente a los que amo?”, la película ya ha hecho su labor. No soy un ingenuo, sé que falta mucho por conseguir, pero sí soy optimista. He visto a padres y madres decir a hijos de la comunidad: “No lo entiendo todo sobre ti, pero te quiero como eres”. Eso ya es un mundo”. Por eso considera que es fundamental seguir contando historias como esta. “Es tremendo que haya tantos países en los que ser gay, lesbiana o trans suponga arriesgar tu vida”, afirma rotundo. “Ojalá películas como la mía lleguen a esas personas, para que al menos se vean reflejadas y digan ‘yo también me siento así, no estoy solo”.