Crónica. Katy Perry desafía la gravedad (y los prejuicios) con un show de autoafirmación acróbatico e irónico

La diva apostó por el "ver para creer" para deslumbrar en Madrid con su 'The Lifetimes Tour', con un show tan divertido como delirante.

Menudo delirio el concierto de Katy Perry en Madrid. Foto: @fernandamawrphoto
Menudo delirio el concierto de Katy Perry en Madrid. Foto: @fernandamawrphoto
Agustín Gómez Cascales

Agustín Gómez Cascales

He viajado en limusina con Mariah, he tomado el té con Beyoncé, he salido de fiesta con J.Lo y he pinchado con RuPaul. ¿Qué será lo próximo?

12 noviembre, 2025
Se lee en 6 minutos

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Quedó bien claro anoche en Madrid que Katy Perry ha querido autocelebrarse en su The Lifetimes Tour a lo grande. Si bien su último álbum, 143, ha tenido una recepción más que tímida –por ser amables–, a juzgar por la histeria del público en el Movistar Arena se le ha perdonado por completo la falta de inspiración. Porque con su colección de hits, que le dio para más de dos horas de vibrante concierto, bien poco importaba.

Katy Perry. Fotos: @fernandamawrphoto

Fotos: @fernandamawrphoto

Llegó a estresar su necesidad de demostrar que está en plena forma y que está dispuesta a jugarse la vida por su público. “¡Tengo 41 años y estoy fabulosa!”, gritó en un momento dado. Igual que dejó bien claro que no podía estar más orgullosa de vivir en Madrid el concierto número 83 de la gira, el último en Europa. No solo ha girado bien por el mundo con el tour estas alturas, hay que ver las de vueltas –literales– que da en el concierto, le suma mérito al reto. A la manera de P!nk, Katy Perry ha apostado por incorporar las acrobacias al show para añadirle espectacularidad. Y un poco a la manera de Dolly Parton, reivindica orgullosa el buen mal gusto como seña de identidad estética. Porque este concierto obligaba a dejar los prejuicios fuera nada más comenzar. Porque el escenario de inspiración futurista, con pantallas fragmentadas, daba un rollo más serie Z que high tech. Y sus modelos, a cual más tremendo.

«A la manera de Dolly Parton, reivindica orgullosa el buen mal gusto como seña de identidad estética»

Para robótica, su manera de moverse por el Movistar Arena, convertido en una especie de scalextric. Y no porque las coreografías lo demandaran –sí su primer outfit–. No es el fuerte de Perry el baile, y no se avergüenza en absoluto de ello (ni sus fans, rendidos desde el momento uno). Quizá por ello se agradecieron momentos como el de Wide Awake, en que se paseo arriba y abajo, sola sin mayor artificio. Uno de esos momentos mágicos en que su conexión era pura a través de la música, porque no hubo tantos. Lo mismo te la veías dentro de una bola gigantesca boca abajo –sí, ese I Kissed a Girl delirante– que por los aires, atravesando toda la arena montada en una ya popular mariposa gigante –más inquietante que bonita– que algún que otro susto le ha dado en la gira. “Es la última vez que la monto”, confesó aliviada poco antes de comenzar el número.

Hablando de I Kissed a Girl, antes de interpretarla, cómo no, mantuvo una conversación con sus bailarines –ni una chica por cierto, en su cuerpo de baile, para reivindicar un Woman’s World–, parecida a la del show en Barcelona, para dejar claro, una vez más, lo petarda y mariliendre que es. “¿Dónde están aquí los clubs gais? ¿Por dónde vais a salir?” Uno de los bailarines, con enorme dificultad, respondió: “¿Hay un barrio que se llama Chuuuuca?”. Ella lo dejó claro: “Este es el club gay”. Y vaya si lo fue.

Cuando se enfocaba al público, sentías que estabas reviviendo una gala del Benidorm Fest, como poco. Una buena amiga que estaba sentada delante de mí, con su hija de once años –la de niñes que había allí, como esa Autumm a la que subió al escenario, feliz de cantar con su diva–, se giró y me dijo: “Mi niña no da crédito: tenemos sentado detrás a Xuso Jones, uno de sus ídolos, y todo este mariconeo le encanta”. Pues eso, un espacio seguro de lo más festivo el que propuso la Perry. Imagina cuando vuelva en julio de 2026 al festival Río Babel, que tendrá lugar en pleno Orgullo

Katy Perry The Lifetimes Tour

The Lifetimes Tour se convierte a los pocos minutos en un gigantesco jukebox. Las pantallas escupen títulos de sus canciones que el público corea más o menos en función de las ganas de escucharlas. Katy juega con esa anticipación, pregunta a la gente que quiere escuchar –por si en algún momento se sale del guion–, tranquila porque sabe que todos sus grandes éxitos van a sonar, y lo mejor es que su capacidad para conectar con el respetable es brutal cada vez que abre la boca, moviéndose entre comedy queen y host de late show de primera. Lo hizo en muchas ocasiones y se agradeció, porque entre su sentido del humor y la cercanía que proyecta, es imposible no quererla y sentir que es una más –solo que ella tiene infinitamente mejor ensayadas las acrobacias–. Y que además de una payasa nata es una señora bastante tradicional lo deja bien claro cuando interpreta By the Grace of God, menos celebrada que otras, pero que ella disfruta especialmente, como All The Love, dedicada al amor de madre.

«Cada vez que abre la boca se mueve entre comedy queen y host de late show de primera»

Esa gran montaña rusa dividida en cinco actos dio para grandes momentos. Como cuando en el segundo encadenó, ahí es nada, California Gurls, Teenage Dream, Hot n Cold, Last Friday Night (T.G.I.F.), un fragmentito de Peacock y I Kissed a Girl. Brutalidad pop. Y si todo el show se sintió una celebración del eurodance dosmilero, también se permitió interpolar el clásico de Snap! de 1990 The Power durante Part of Me. Incluso abandonó el playback que en ocasiones no disimulaba en el tramo final –el show es lo importante, no sus vocals– cuando decidió cantar, en plena recta final, su nuevo single Bandaids. Salió con camiseta blanca básica y vaqueros, y ese fue el gran shock de la noche, ahí sí parecía una marciana. A esas alturas solo querías verla con un outfit más delirante que el anterior, y enseguida los recuperó, por suerte, para un acto final que incluyó Roar, Lifetimes y Firewok que dejó un gran sabor de boca.

Katy Perry The Lifestimes Tour

Al final, la sensación de haber pasado más de dos horas con una buena amiga a la que ves muy de vez en cuando (“¿Cómo es posible que nunca hubiera venido de gira a Madrid? Soy stúpido”), que no duda en interrumpir el show para sacar al escenario a varios fans con los que pasó un buen rato –y que dieron bastante juego– y que celebra la visita literalmente dándolo todo y más, te hace perdonarle todo lo que podrías echarle en cara. En ocasiones, la simpatía y la cercanía pueden jugar más a tu favor que el «buen gusto». Y ya no queremos ni imaginar la que puede montar el próximo julio cuando sepa que su concierto en el Río Babel coincide con el Orgullo.

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