Crónica: Mónica Naranjo y su ejercicio para entender la nostalgia en Madrid

Arrasó anoche la Naranjo en el Movistar Arena, y aquí te contamos cómo fue ese concierto tan especial en el que celebró su carrera.

Todo un triunfo su 'Greatest Hits Tour' en Madrid.
Todo un triunfo su 'Greatest Hits Tour' en Madrid.
Agustín Gómez Cascales

Agustín Gómez Cascales

He viajado en limusina con Mariah, he tomado el té con Beyoncé, he salido de fiesta con J.Lo y he pinchado con RuPaul. ¿Qué será lo próximo?

16 diciembre, 2025
Se lee en 6 minutos

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De sobra sabemos que a Mónica Naranjo nunca le ha interesado la nostalgia. La artista la ha evitado siempre, interesada en mirar en todo momento para adelante, en plantearse nuevos retos, en evitar quedarse atrapada en logros del pasado. Pero al final tuvo que claudicar ante el clamor popular.

Mónica Naranjo Madrid

El público demandaba a Mónica Naranjo disfrutar de sus éxitos en versiones lo más cercanas posible a las versiones que grabó en disco, y así terminó llegando este Greatest Hits Tour que anoche reventó el Movistar Arena de Madrid –la gira terminará el viernes 19 en Barcelona–. Celebra con él sus 30 años de carrera (“son algunos más”, puntualizó en una de sus intervenciones), y por fin ha dado a sus fans lo que tantos años llevaban rogándole. A mí, que tampoco soy nada fan de las giras basadas en la nostalgia, también me hizo ilusión lo que vi anoche. Una ceremonia colectiva, y bien festiva, con un punto de gran karaoke, en que lo que se sintió que lo que más se celebraba era sobre todo un álbum: Palabra de mujer, editado en 1997: el que cambió para siempre su destino.

Si abrió el concierto con Fama, dejando clara su tormentosa relación con la misma, enseguida llegó Entender el amor, y la fiesta comenzó en toda regla. Con la voz más estruendosa jamás escuchada en el Movistar Arena, poderosa, desafiante y rotunda –protagonista absoluta del concierto, evidentemente–. La Naranjo se lo sigue currando mucho para celebrar su potencia y sus reconocibles dejes y tics, y dejó claro que eso también lo iba a celebrar. Vestida de rojo pasión, cual guerrera, pronto recordó que Solo se vive una vez, y sí, comenzó a justificar la necesidad de celebrar, al menos una vez en la vida, que hay canciones que merece la pena dignificar cuando el paso del tiempo las ha colocado en el olimpo del pop kitsch en español.

Hay cosas que nunca cambian, y Mónica Naranjo lo sabe. Es imposible que Europa no ponga la piel de gallina cuando la interpreta, con ese (melo)dramatismo tan medido y ese tremendo subidón graduado que confirma que es un clásico para celebrar tanto su maestría como intérprete como su genialidad como compositora. Igual que Amor y lujo le permite recordarnos su tremenda versatilidad como showwoman. En el Movistar Arena fue el primer momento en que rescató a esa gran petarda juguetona que lleva dentro. Por unos minutos nos trasladó a su época más teatral, la de la gira Madame Noir, y, una vez más, la nostalgia estaba más que justificada.

Mónica Naranjo Madrid

Foto: Salva Musté

Ese petardeo se vivía a lo grande incluso en los baños. En una rápida escapada aprovechando uno de los interludios en los que eran sus coristas quienes continuaban desgranando el repertorio, la cola en el de hombres era tremenda, e inexistente en el de mujeres. “Lo nunca visto”, dijo entre risas una chica que entraba feliz viendo sorprendida algo inaudito en conciertos masivos. Corriendo de vuelta, y con Mónica ya de negro, llegaba uno de los tramos clave del show, que arrancaba con Desátame.

El delirio (principalmente gay) estaba servido. Por todo lo que significa la canción y por esa interpretación tan fiel a la original. De la euforia a la contención: Empiezo a recordarte, dedicada a su sobrina entre lágrimas, desató el karaoke total. Aunque la Naranjo, tan amante de los contrastes, no se iba a quedar anclada en el momento balada –que para eso ya había presentado un medley con Miedo, Para siempre y Rezando en soledad–. Reveal al canto, y a por El amor coloca y Pantera en libertad. Y es que cuando saca a su pantera interior, no hay quien pueda con ella. Llevamos décadas viéndolo –y en muchas ocasiones, echándola de menos cuando la tiene demasiado tiempo enjaulada–.

Cuando llegó un nuevo interludio –que ya se empezaban a sentir como coitus interruptus– pensé en cómo me estaba recordando este concierto al último que vi de Janet Jackson en Londres. Había que seguir metiendo canciones en el setlist por aquello de que se quedaran las menos posibles fuera del concierto, y se buscaba cualquier motivo para avanzar, aunque en ocasiones fuese algo atropellada. Más orgánico de lo que esperaba fue el momento de celebración de su reciente conexión con Nebulossa, que lo dieron todo en Venenosa, y seguro celebraron también que su último single Por un like –que firman– encontrara su hueco aquí.

Se iba acercando el final, prácticamente todos los asistentes eran conscientes de las bombas que se acercaban, y Naranjo quiso reflexionar sobre su momento vital por un segundo. “Estos treinta y tantos años se me han pasado volando, y he decidido ser feliz”. Y recordó al respetable poco antes de devorar Sobreviviré: “Hay que vivir, no sobrevivir”.

Igual que merece la pena reconciliarse con su época profesional que los fans siempre han reivindicado y ella despreciado con su más absoluto silencio hacia ella. Sí, llegó el momento de “abrazar de nuevo algo que hice hace muchos años. Pasó lo que tenía que pasar, y fue una aventura, maricón”, soltó entre risas. Cerrar con un medley de No voy a llorar, Chicas malas y Sacrificio fue la mejor manera de abrazar la nostalgia muy à la Naranjo. Lo nunca escuchado pero siempre ansiado, y pone fin a un ciclo en que la novedad se ha colado en su gran celebración. Así, la “chica mala” incluso ha sabido perdonar, a la vez que justificar una mirada atrás que ha propiciado un show –de montaje escueto, que aquí la que luce es ella– que en Madrid tuvo mucho de abrazo colectivo, cuando las chicas malas que la siguen también están, en general, en otra.

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