Los fogones de esta nueva edición de Masterchef se han encendido a la máxima potencia con mucha rapidez. Muchos concursantes comienzan a mostrar su verdadero rostro, unos más subiditos de picante y otros más azucarados. Pero sus historias también empiezan a ver la luz.
Michael, el concursante californiano y profesor de inglés, despuntó anoche en la primera prueba con su plato de callos. No era una receta muy diferente a la original, a pesar de faltarle algunos ingredientes principales para hacer el plato al completo. Pero Michael no quería reproducir los verdaderos callos, quería transmitir algo con un ingrediente principal que había en su cocinado: la patata frita.
«Tuve una etapa de mi vida en la cual solo podía comer potato chips porque no tenía más que comer». Así dio comienzo una dura historia que ninguno de los presentes podía imaginar. Michael contó que su madre le echó de casa por ser gay, y recordó las impactantes palabras que le dijo entonces: «Prefiero tener un hijo muerto a un hijo gay».
Con sus 16 años recién cumplidos, fue expulsado de su hogar, y una vecina lo alimentaba a base de patatas fritas y agua. Pero esta historia cuenta con un final feliz, pues el Gobierno de California puso a Michael en un programa de acogida de padres gais, y al fin pudo conseguir un hogar donde vivir y ser aceptado tal como era.
«Esto es para no olvidarse de quién eres», decía el concursante, muy emocionado por evocar su pasado. Los jueces se quedaron muy tocados por la dureza de su relato y lo desolador que tuvo que ser. Sin embargo, todas las críticas que recibió fueron positivas y cargadas de ánimo. Pepe Rodríguez le aseguró que no eran los mejores callos que había probado, pero había logrado un resultado muy bueno en tan poco tiempo y con tan pocos ingredientes.
Michael ha empezado fuerte, pero no solo dejándose la piel en sus creaciones culinarias, sino también poniendo todo su corazón y personalidad en sus platos; y eso dice mucho de un aspirante a chef.