Comienza en el desfile del Orgullo Gay de Londres de 1984 y termina en el de 1985. Entre ambos se cuentan no una, sino muchas historias, muy bien hilvanadas, y con elementos comunes que dan coherencia a estas ‘vidas cruzadas’: la solidaridad, la reivindicación y la convicción de que merece la pena luchar para ser respetados por los demás sin rebajarse dan sentido, y sensibilidad, a la película.
En su segundo largometraje, el experimentado director teatral Matthew Warchus sale más que airoso en su deseo de ofrecer una feelgood movie sin sacrificar el componente político inherente a la historia que cuenta. Con un guion de Stephen Beresford basado en hechos reales, Pride narra la peculiar relación que se estableció en 1984 entre un grupo de activistas gays londinense y la población minera de un remoto paraje de Gales cuando los primeros decidieron solidarizarse con su huelga y ofrecerles todo el apoyo posible para mejorar su crítica situación. Si en un principio solo tienen en común el desprecio a Margaret Thatcher, poco a poco descubren que les une mucho más.
La nerviosa cámara de Warchus, pegada en todo momento a los personajes, pasa desapercibida y se convierte en canalizadora impagable de las emociones de un grupo de actores en estado de gracia. Pride se mueve entre la tragicomedia sentimental y el melodrama social, sin cargar las tintas en uno por encima del otro, algo muy de agradecer. También están muy equilibrados los miembros más jóvenes del reparto y los veteranos, entre los que merecen especial mención un plumífero Dominic West y unos inmensos Imelda Staunton y Bill Nighy. Trufada de hits de los 80, cuenta con no pocos momentos festivos, para equilibrar aquellos que llevan a la lágrima segura. Se sale con muy buen cuerpo, y lo mejor es disfrutarla sin miedo a sacar el pañuelo ni a corear Shame Shame Shame, según lo que proceda.
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