Tim Kruger, el ángel pelirrojo de sonrisa eterna

El autor y director de teatro Josep Maria Miró reflexiona sobre la figura del actor de cine para adultos y su papel como mito erótico.

Tim Kruger, el actor de cine gay para adultos.
Tim Kruger, el actor de cine gay para adultos.
Josep Maria Miró

Josep Maria Miró

Josep Maria Miró es un dramaturgo catalán, conocido por obras como 'El Principio de Arquímedes' y 'Nerium Park'.

10 marzo, 2025
Se lee en 4 minutos

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Leo atónito la noticia de la muerte de Tim Kruger. Necesito escribir a mi amigo, el dramaturgo franco-uruguayo Sergio Blanco. Después de una negación y un qué, añade “¡cómo se va a morir!”, como si Tim fuera inmortal como los superhéroes que tanto le gustan. Nos llamamos para compartir una tristeza incesante y llorarlo. Recordamos una charla en un taxi, hace años, bajo la atenta escucha del conductor que nos miraba por el espejo delantero. Saltábamos de un tema a otro: del inclasificable Joan Brossa, motivo del viaje de Sergio a Barcelona y su Cartografía de una desaparición, a Baudelaire, Caravaggio y, finalmente, Tim Kruger.

¿Por qué nos fascinaba? Con Sergio coincidíamos en que era la sonrisa más hermosa del porno gay. No es casualidad que después de conocer su muerte y, simultáneamente, los dos compartimos en redes la misma imagen: Tim mirando dulce e intensamente a cámara sosteniendo una galleta en forma de muñequito encima del pecho.

Tim Kruger, el actor de cine gay para adultos.

Su fallecimiento duele por prematuro. Por su juventud y belleza. También porqué alimentó fantasías e intimidad. Los mitos eróticos no deberían morir nunca. El deseo, tengamos la edad que tengamos, es vida y juventud. Con la muerte de un mito, también muere parte de nuestro deseo. De nosotros.

Aunque adoptara un nombre artístico, en sus formatos renunció a la ficción a favor de presentarse él mismo como personaje. No lo encontrábamos en roles de policía, ejecutivo o jardinero, ni generando pequeñas fábulas para desembocar en el acto sexual. Tim hacía lo que en literatura, teatro, cine u otras expresiones artísticas conocemos como autoficción. Su personaje era siempre él mismo y los escenarios, sus espacios en Barcelona o Alemania. Por eso todos teníamos la sensación de conocerle. Entramos en su piso, con sus muebles, decoración y suelo de mosaico hidráulico barcelonés o su terraza con vistas sobre el mercado de Sant Antoni.

Nos era tan familiar como un interior de Friends, Dallas o Six Feet Under. En él nos compartía su intimidad y forma de relacionarse sexualmente. Aparte de su indiscutible belleza, nos seducía el personaje que mostró de sí mismo, nos gustaba porque era amable, simpático y próximo. Acompañaba su actividad sexual con una sonrisa e, incluso, a veces miraba a cámara y reía con nosotros, convirtiéndonos en voyeurs y cómplices de sus andaduras, como si en lugar de estar al otro lado de la pantalla estuviéramos bajo el mismo techo. Siempre lo vimos en rol activo. Tenía detalles y gestos delicados hacia el otro –no tan comunes en la industria pornográfica, ni tampoco en nuestro propio colectivo– como acariciarle suavemente con los dedos mientras iniciaba la penetración.

Tim Kruger, el actor de cine gay para adultos.

Tim, en un mundo que afortunadamente ha empezado a deconstruir tópicos y patrones, mostraba que dulzura y ternura son compatibles con morbo y el cuestionable término de “masculinidad”. Era inteligente. Generó una empresa con formato propio e innovador que otros replicaron y se anticipó a Onlyfans, otra forma de autoficción en el porno. Cada semana ofrecía dos entregas de cápsulas de un minuto, que los usuarios de pago podían ver en su versión completa. Muchos esperábamos los martes y los viernes. Su personalidad era tan arrolladora que si él no aparecía podía desaparecer el interés por las cápsulas. El máximo exponente era él y la química que generaba con sus compañeros sexuales.

En 2022 estrené Restos del fulgor nocturno en el Teatro Clásico. Un personaje de esta autoficción se dirige al público: “Cierren los ojos. Sueñen. Piensen un nombre que despierte su deseo. Alguien popular a quien hayan visto en un rol de ficción: una película romántica, serie, obra de teatro o contenido para adultos… ¿Se imaginan tenerlo delante? ¿Qué les apetecería hacer?”. Ante esta pregunta, muchos podrían imaginar un encuentro con Tim. Yo me veo a mí mismo en su piso de la calle Tamarit cogiendo su mano y poniéndola encima de mi pecho para que note la aceleración de mi corazón. “¿Te diste cuenta de lo querido que era?”, me dice Sergio. La ficción genera mitos eróticos. Bellezas y actitudes en las que proyectarnos y soñar. Muchos deseamos a Tim. Nos enamoramos de él. Quisimos ser amigos. Lo amamos. Por eso, lo lloramos.

Su prematura muerte captura en la eternidad su belleza, sonrisa dulce y magnetismo. Lo eleva a leyenda e icono como James Dean o Marilyn Monroe. Al final de Restos del fulgor nocturno, yo, construido como personaje, soy auxiliado por un camarero pelirrojo: “No sé si se lo he contado: me parece que hay pocas cosas más bellas que un ángel pelirrojo”.

Tim Kruger es el ángel pelirrojo de sonrisa eterna.

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