Fue hace ya doce años cuando Tcherniakov incendió el Teatro Real con un espantoso Don Giovanni en el que el regista había modificado por completo la historia de la obra maestra de Mozart, sin tocar el libreto de Da Ponte. Un año antes, su Macbeth de Verdi moría en calzoncillos en una propuesta sin reyes ni nobles. En ambas ocasiones fue recibido (en especial, la primera) con grandes abucheos, a excepción de a las voces. El entonces director artístico de la casa, Gerard Mortier, dijo que los españoles no entendíamos esas propuestas porque eran para «un público inteligente» [obviando que los abucheos a estas mismas producciones se sucedían en todos los teatros del mundo en los que se mostraban].
Estamos en 2025 y las cosas han debido cambiar mucho. El público madrileño ha podido cultivar su inteligencia, o bien Dmitri Tcherniakov ha evolucionado a actualizar las óperas de otra manera. Una de las dos cosas ha debido ocurrir porque El cuento del zar Saltán que acaba de estrenarse en el Teatro Real ha sido recibido con un sonoro éxito. Y más que justificado, pues es una propuesta impactante, tierna, con momentos redondos y con un lado muy duro. Aparte, y esto es fundamental, con un reparto excepcional.

Bogdan Volkov como el Príncipe Gvidon, en El cuento del zar Saltán, de Nikolái Rimski-Kórsakov, en el impactante montaje que se acaba de estrenar en el Teatro Real de Madrid. Foto: Javier del Real.
Nikolái Rimski-Kórsakov compuso esta maravillosa ópera basándose en un cuento de Aleksandr Puskin, un referente del Romanticismo, y un mito en la literatura rusa. Un cuento infantil en que tres hermanas quieren casarse con el zar, y este elige a una. Las otras, envidiosas, mediante los poderes de una bruja, consiguen que la zarina y su hijo sean arrojadas al mar en un barril. El mar las arrastra a una isla donde el príncipe Gvidón salva a un cisne encantado, y se convierte en el soberano de la isla… tras muchas más historias, se termina con un final feliz.
Tcherniakov –en ese ansia de muchos registas actuales por rizar el rizo a las obras que tocan, queriendo dejar su toque de autor desde sus propios fantasmas personales– da un giro al cuento y añade una introducción mediante la que crea una historia paralela en la que el príncipe Gvidón es un niño con autismo con una madre protectora (la Zarina Militrisa). Las dos historias se desarrollan en dos planos, magistralmente resueltos por el director ruso con una preciosa puesta en escena en la parte del cuento, y terriblemente dura en la de la realidad del niño, y que narrativamente es cien por cien fiel a la obra original. «Solo los cuentos son reales, intentaré contarles la historia como un cuento» narra –con sonido amplificado, algo que crea una molesta cuarta pared– la madre/zarina Militrisa antes de comenzar la ópera. Este cuento, contado así, sí funciona. Y este cuento, contado así, enamoró al público de estreno.
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Hay quien opina que Walt Disney se inspiró en Rimski-Kórsakov para crear, narrativamente, muchas de sus películas. Y en esta propuesta, aunque pueda parecer extraño, hay guiños al genio de la animación, como cuando en el famoso vuelo del moscardón, la memoria mágica que todos tenemos dentro de nuestra cabeza nos hace viajar a Alicia en el país de las Maravillas. Narrativamente las casi tres horas de ópera funcionan como un fantástico reloj, con bofetadas a la triste realidad del drama de una persona con autismo. En especial la primera parte del espectáculo, que engloba el prólogo y los dos primeros actos de esta ópera en un prólogo y cuatro actos.
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En el plano musical, triunfó todo el elenco. Principalmente, los protagonistas Bogdan Volkov como el Príncipe Gvidon (ya había entusiasmado con su Lenski de Eugenio Oneguin el pasado mes de enero), la Zarina Militrisa de Svetlana Aksenova, la Princesa Cisne de Nina Minasyan y el estupendísmo Zar Saltán de Ante Jerkunica. Pero no solo ellos, sino todo el magnífico reparto.
Aunque los dejemos para el final, merecen mención aparte, y muy destacada, los cuerpos estables del teatro, que son un orgullo para nuestra ciudad. Una vez más, el Coro Titular del Teatro Real, con momentos bellísimos y complicadísimos, a las órdenes de José Luis Basso, volvió demostrar su magisterio en todo tipo de repertorio. La Orquesta Titular del Teatro Real, dirigida por Ouri Bronchti fue, si duda, otra de las triunfadoras. Si la función fue tan redonda, gran parte del éxito de esta nueva producción del teatro madrileño (en coproducción con el Teatro Royal de la Monnaie/de Munt) que trajo por primera vez El cuento del zar Saltán al Teatro Real, fue gracias a ellos.