El Museu Tàpies de Barcelona dedica una retrospectiva a la única cineasta de la vanguardia francesa, Germaine Dulac, que tiene el honor de haber iniciado los dos movimientos cinematográficos vanguardistas más importantes del cine mudo en su país: el impresionismo y el surrealismo.

Germaine Dulac en el set durante el rodaje de Gosette
Su amigo el escritor Henry Miller, admirador de sus películas, siempre la definió como una “gran lesbiana”. Efectivamente, Germaine Dulac gozó toda su vida de una libertad e independencia inéditas para la época. Nacida en 1882 en Amiens, hija de un militar de carrera acomodado, sus padres la mandaron de muy niña a París, a vivir y educarse con su abuela. Interesada por el teatro, la pintura y la música, hacia 1901 ya era una periodista estable, crítica literaria y de teatro, y sobre todo, una de las intelectuales del feminismo radical de la época, constante colaboradora de la revista feminista Le Fronde (que podríamos traducir como “el matojo”, así, hablando claro para subrayar su identidad púbica) hasta 1909.
Antes, en 1905, se había casado con el ingeniero Louis Albert Dulac: un hombre que admiraba sus capacidades, que respetó su libertad sexual sin cortapisas, animándola a mantener relaciones con otras mujeres, y de quien se divorciaría en 1920, cuando ya mantenía una relación estable con una de sus colaboradoras cinematográficas, Irène Hiller-Erlanger, con quien fundaría su primera productora, Les Films DH, casi un círculo sáfico en sí mismo.

‘Thèmes et variations’ (1929)
Pionera, y según Georges Sadoul, también inventora del cine impresionista francés –un cine preocupado por la transmisión de la emotividad y la interioridad, la poética de lo cotidiano y las sensaciones visuales, a través de simples argumentos generalmente románticos–, pronto avanzó en sus posicionamientos expresivos. Recordemos que en Francia era habitual la participación de mujeres en la industria fílmica: Alice Guy-Blanché había creado el entramado de producción de Gaumont, una de las mayores productoras francesas hasta la actualidad.
Dulac, que por esta época comenzó a publicar también crítica cinematográfica y, finalmente, se convertiría también en una de las primeras y más grandes teóricas del cine europeo, fue añadiendo en sus películas cuestiones cada vez más sociales, demostrando en muchas de ellas, como Gossette (1923) o Antoinette Sabrier (1927), cómo el sometimiento al patriarcado de muchas mujeres sacrificadas sólo les traía la miseria y la muerte.
En su afán experimental, Dulac terminaría produciendo y estrenando la primera película surrealista de la historia, La coquille y le clergyman (La concha y el clérigo, 1928) meses antes de Un chien andalou (1928) de Luis Buñuel. Esta sería su condena: acostumbrada a trabajar con escritores y argumentistas de prestigio, como el novelista Pierre Benoit, este trabajo partía de un guión de Antonin Artaud, mítico precursor del surrealismo y creador del teatro de la crueldad. Durante años, el nombre de Dulac sólo aparecería en la historia asociado al de Artaud, restándole importancia como una participante casual a pesar de que este fuera el único guion de Artaud llevado al cine en su vida.

La coquille et le clergyman (1928)
Germaine Dulac seguiría rodando filmes cada vez más experimentales, a veces como películas-collage, y terminaría sus días volcada en el documental, herencia de su pasado periodístico: fue una de las primeras voces intelectuales en alzarse contra el nazismo y la oscura figura de Hitler ya en 1935, con el ensayo fílmico Le cinema au service de l’histoire (El cine al servicio de la historia).
Esta exposición, co-comisariada por la nueva directora del Museo, Inma Prieto, y la investigadora Inma Merino, y titulada como una de sus obras perdidas, Je n’ai plus rien (Ya no tengo nada) permite el repaso a buena parte de su obra, y también una comprensión de su labor histórica intelectual, e incluso ha servido para reeditar buena parte de sus textos. Vayan a visitarla con tiempo, porque incluye cortos pero también largometrajes para ver con tranquilidad.

