Hace unos meses, en una conversación aparentemente trivial, un gay de mi edad me dijo con absoluta naturalidad que iba a votar a Vox. No por economía, ni por desafección con la izquierda, ni siquiera por hartazgo institucional. Lo dijo sin rodeos: para que echen a los migrantes. Me habló de seguridad, de barrios “que ya no son lo que eran”, de gente que “viene a aprovecharse”, de locales llenos de “panchitos”. Todos los tópicos de la ultraderecha.
Lo sorprendente no fue la opinión, sino el tono: había una serenidad casi administrativa, como si estuviera hablando de reorganizar el tráfico o de cambiar una ordenanza municipal. Salí de esa charla con indignación y con rabia. Porque no estaba hablando con un joven desinformado ni con un agitador profesional, sino con alguien que había vivido en primera persona lo que significa estar fuera de la norma. Alguien que había crecido en un país donde ser homosexual implicaba miedo, ocultación, vergüenza impuesta. Alguien que, en teoría, sabía lo que es ser marginal. Estar en los márgenes.

Primera manifestación LGTB en Barcelona (1977)
Durante décadas, pertenecer al colectivo LGTBIQ+ no fue solo una orientación sexual. Fue una forma involuntaria de aprender la lógica de la exclusión. Se nos enseñaba, sin haberlo pedido, qué significaba no encajar, tener que justificar tu existencia, vivir con la sospecha ajena. La experiencia LGTBIQ+ funcionó durante mucho tiempo como una escuela de empatía: quien había sido marginado tendía a entender a otros marginados. Por superioridad moral y sobre todo por memoria corporal.
«Nos quieren dóciles, decorativos, agradecidos. Nunca incómodos»
Por eso resulta tan decepcionante comprobar cómo una parte del colectivo LGTBIQ+ (sobre todo de los gais) gira hoy, sin complejos, hacia la ultraderecha. No hablo de diferencias legítimas sobre impuestos o modelos de Estado, sino de algo más profundo y alarmante: el desprecio abierto hacia migrantes, pobres, perdedores del sistema o incluso hacia el feminismo como categoría. La normalización de un discurso que convierte al débil en estorbo y al sufrimiento ajeno en molestia. ¿Cómo se produce ese salto? En muchos casos, la respuesta es clara: el privilegio recién adquirido.

Ilustración: Iván Soldo
Para muchos gais –blancos, urbanos, con estabilidad económica– la igualdad legal se ha confundido con seguridad definitiva. La integración social ha generado la ilusión de estar a salvo. Y desde esa posición, algunos miran hacia abajo con la tranquilidad de quien cree haber cruzado definitivamente la frontera de los vulnerables. Pero la historia es poco piadosa con ese tipo de amnesias. Los movimientos reaccionarios no se construyen para proteger minorías, sino para disciplinarlas. Toleran a los homosexuales mientras no incomoden, no cuestionen, no recuerden que su mera existencia fue durante siglos un desafío al orden moral. Nos quieren dóciles, decorativos, agradecidos. Nunca incómodos.
«La falta de compasión no es una opción ideológica más: es una renuncia»
Resulta especialmente inquietante escuchar hoy a gais reproducir argumentos calcados de los que se utilizaron contra ellos: que hay colectivos “demasiado visibles”, que otros “se victimizan”, que ciertos derechos “van demasiado lejos”. Cambian los nombres, pero no el mecanismo. Siempre hay alguien a quien señalar para tranquilizar al resto. La falta de compasión no es una opción ideológica más: es una renuncia. Despreciar al migrante porque molesta, al pobre porque no se esfuerza, al que pierde porque “algo habrá hecho” es una forma de amnesia. Y toda amnesia colectiva, cuando afecta a los derechos y a la dignidad, termina pasando factura.
El mejor deseo que tengo para 2026 es que el colectivo LGTBIQ+ recuerde de dónde viene. Que no confunda integración con inmunidad ni seguridad con superioridad. Que vuelva a mirar a los márgenes sin asco ni miedo, con esa complicidad antigua que nace de haber estado ahí. Ser gay no obliga a pensar de una determinada manera, pero debería, al menos, dificultar la crueldad. Ojalá el próximo año nos encuentre un poco más fieles a la memoria que, durante tanto tiempo, nos sostuvo.


