Siempre ha llevado por bandera su pasión por la interpretación. Y este año, Antonio Banderas puede presumir de recoger frutos muy importantes que evidencian que ese amor por su trabajo no hace sino crecer. Es un elegido para la gloria, y en 2019 lo ha recalcado con creces, especialmente gracias a su laureada interpretación protagonista en Dolor y gloria, de Pedro Almodóvar.
La simbiosis entre director y actor ha llegado a límites insuperables en esta autoficción que ha sido elegida por la revista Time como mejor película del año, y que también ha elegido a Banderas como mejor actor de la temporada. Además ha conquistado, entre otros muchos premios, el de mejor actor en los European Film Awards, y todo apunta a que en los premios Forqué, Feroz y Goya también se destacará su gran trabajo más allá de sus nominaciones. Y Dolor y gloria ha pasado el corte en la categoría de Mejor película internacional en los Oscar, otra estupenda señal.
“Los personajes gais que había interpretado antes de Dolor y gloria tenían un cometido distinto”
Banderas comenzó su prodigiosa carrera de premios en el festival de Cannes, indicativo potente del impacto que ha tenido su protagonista de Dolor y gloria, en que da vida a un alter ego de Pedro Almodóvar que borda. Comienza la película con Banderas –mejor, Salvador Mallo– sumergido en una piscina. Una de tantas imágenes icónicas que se han convertido ya en un momento clásico, por su belleza y serenidad, del cine de Almodóvar.
El director en crisis –física, emocional y creativa– al que da vida Banderas se olvida de sus dolores y frustraciones bajo el agua, consciente de que necesita encontrar un método para salir de ese agujero negro vital en el que se encuentra. Julieta Serrano interpreta, por tercera vez en el cine del manchego, a la madre de Banderas (“es mi segunda madre, casi”), y juntos protagonizan una de las secuencias más emotivas, y a la vez duras, de la película. Mallo intenta ajustar cuentas con su pasado a todos los niveles y, una vez más, encuentra en la ficción su vía de salvación.
Un hecho especialmente significativo es que Banderas interpreta en ella a un hombre homosexual maduro, un perfil poco habitual en el cine de directores de primer nivel. Han pasado treinta y dos años desde que protagonizó La ley del deseo (1986) junto a Eusebio Poncela, una de las grandes historias gais de nuestro cine, y que en su día generó un revuelo considerable. Sin duda, frente a otros personajes gais que ha encarnado Banderas anteriormente –recordemos la mítica Philadelphia de Jonathan Demme (1993)–, este Salvador Mallo representa otra cosa. “Los personajes gais que había interpretado en el pasado tenían un cometido distinto”, reflexiona. “La ley del deseo venía a romper un sistema moral que estaba establecido en la España de aquel momento. Esa película generó algo que a mí me hizo reflexionar muchísimo sobre la moralidad”, continúa. “En la secuencia 21 o 22 mi personaje mataba al de Miki Molina, lo tiraba por un acantilado. Eso no llamó la atención, porque el crimen en el cine se acepta con absoluta naturalidad. El Zorro mataba a medio México y allí no pasaba nada… Pero al ver a dos personas del mismo sexo besándose en la pantalla se despertó el anatema”, recuerda. “Y en otros países, ni te cuento. Porque además había muchos actores que no se atrevían a salir del armario, y se generó un gran conflicto”.
Tiene muy claro que el caso de Dolor y gloria es distinto. “La provocación viene por la naturalidad con que se trata el hecho”. Utiliza como ejemplo una de las grandes secuencias de la película, aquella en la que Mallo se encuentra con un gran amor al que hace décadas que no ve, interpretado por Leonardo Sbaraglia. “Me empieza a contar su historia, y me dice que tiene pareja. ‘¿Hombre o mujer?’, le pregunta mi personaje. ‘Mujer. Y tengo dos hijos’. Se muestra con una naturalidad absoluta, y puede que haya gente en esta España en la que estamos viviendo a la que le pueda chocar ver a dos cincuentones que se dan un beso con normalidad”.
Banderas asegura que nunca olvidará el día en que rodaron la secuencia entre madre (Serrano) e hijo en un balcón, que tanto ha emocionado a todo el que ha visto la película. “Julieta y yo nos dimos cuenta inmediatamente de la carga emocional que tenía para él [Almodóvar]. Ya no necesitaba indicaciones, le estaba viendo reaccionar de una manera muy evidente a lo que había escrito. Le di un abrazo y le dije que ya lo tenía”. Algo que también le sirvió para reflexionar de nuevo sobre el tema. “Piensas en la mancha que suponía la homosexualidad en un pueblo chiquitito en los años 60 para un niño que se sentía distinto, en el dolor tremendo que te podía producir el rechazo de tu familia en un momento dado. Poder sacarte eso del pecho, y más sabiendo lo que Pedro ha sentido siempre por su madre, a la que veneraba, le da una carga explosiva a la película”.
“Puede que haya gente en esta España en que vivimos a la que choque ver a dos cincuentones que se besan”
Antonio Banderas sufrió un ataque al corazón en 2017, y confiesa que esa experiencia le permitió acercarse aún más a su personaje. “Vi la muerte cerca, sentí que me iba, y eso te cambia. Además, la recuperación fue larga. De manera que sí ha habido algo de aquella experiencia que podía usar, y que está en el personaje”. Aunque confiesa que no quiso reflexionar mucho sobre su propia enfermedad, no buscaba utilizar demasiado de sí mismo en esta composición. “Lo peor para un actor es ser demasiado self-conscious…, no funciona”.
Fue Almodóvar, cuenta, quien dio pie a situaciones que le permitían usar su propio bagaje en ese sentido. “Pedro no es duro como director porque no te quiera o sea egoísta, no; es porque busca lo mejor de ti. Te necesita en un estado puro, no quiere que le engañes ni que utilices trucos que sabes que te funcionan”. Y ese estado –asegura– asusta. “Porque estás en el vacío, desnudo, no tienes a qué agarrarte, y da vértigo…”. Recuerda cómo le reñía cuando no lo encontraba así. “¡Antoñito, no estás hoy! ¡No estás! Y como no cambies de actitud, te llevas un rapapolvo importante. La entrega tiene que ser total”.
Se ha acostumbrado a que mucha gente le diga lo mucho que se parece en la película a Pedro Almodóvar sin necesidad de imitarle ni caer en la caricatura. “Me dijo que podía usar manierismos suyos si quería, pero preferimos ir por otro lado. Sí me decía ‘cuando el personaje está muy pedo, que no se te note’, ‘tiene dolores y fotofobia, pero que no se te note’, ‘eres yo, pero que no se te note”… Asegura que eso le obligaba a hilar muy fino. “Pedro no quería alardes, ni grandes gestos que distrajeran al público, íbamos a lo micro, gotita a gotita. Tratando de entenderlo al máximo a él. Si no, habría llamado a José Mota, que lo imita de puta madre”, suelta entre risas. Banderas ya había interpretado a otros personajes reales, el último, Pablo Picasso en la serie Genius: Picasso. Pero en esta ocasión el reto estaba en que ese personaje real estaba justo detrás de la cámara.. “Nunca había tenido una oportunidad como esta, ha sido muy fuerte”.
“Vi la muerte cerca, sentí que me iba, y eso te cambia”
Esta ha sido la octava película de Banderas con Almodóvar, y ha marcado un pico creativo en su relación, que se inició en Laberinto de pasiones, en 1982. Gran parte de su trayectoria cinematográfica de las últimas décadas la ha desarrollado en Estados Unidos, donde protagoniza proyectos muy, muy distintos a los que ha rodado con Almodóvar. Antonio piensa que son dos facetas complementarias, porque la filosofía tras el cine que hace allí y aquí no tienen mucho que ver. “Una cosa es el cine mayoritario que se hace en Estados Unidos, y otra, el cine en Europa. Los dos son válidos; el cine, y el arte en general, sirve muchos propósitos, y todos son válidos. En Hollywood se hace Coca-Cola, y la hacen muy bien, a la gente le encanta. Lo que hace Pedro es un vino, muy fuerte, y cuando su cine llega a Estados Unidos, lo saben, y le rinden pleitesía”.
Todavía tiene mucha vida por delante la película de Almodóvar, que ya arrancado su carrera hacia el Oscar. Y mucha vida tiene por delante su último gran proyecto: el Teatro del Soho CaixaBank, que acaba de abrir sus puertas al público en su Málaga natal. Un sueño que Banderas ha hecho por fin realidad, y que ha inaugurado con A Chorus Line, un musical mítico de Broadway que renace en este nuevo teatro. Nada le puede hacer más feliz a Antonio Banderas que ver cómo está colgando continuamente el cartel de ‘no hay entradas’. Una sensación que ha vivido muchas veces a lo largo de su vida con no pocas películas, y que ahora siente de una manera distinta, porque este teatro se ha convertido de inmediato en parte de su vida, no solo de su profesión. Todavía le quedan muchos momentos de gloria por vivir, de eso no cabe duda.
FOTO: NICO BUSTOS