Joyce DiDonato es una de las grandes divas de la ópera. De eso no hay duda. Reina indiscutible del Metropolitan de Nueva York, la mezzo soprano tiene todo lo que se le puede pedir a una estrella de la lírica: una gran y delicada voz, glamour, presencia escénica y, sobre todo, gran sentido del humor, como hemos podido comprobar una vez más en esta charla que tuvo con Shangay.
Está de nuevo en Madrid (es asidua al Real) porque es la protagonista de Dead Man Walking, la durísima ópera de Jake Heggie, encargo de la Ópera de San Francisco, sobre la novela del mismo título de la monja Helen Prejean. Un tremendo papel sobre esta mujer que saltó a la fama tras publicar, en 1993, este libro sobre su experiencia cuando acompañó espiritualmente a un condenado a muerte. La película de Tim Robbins dio el espaldarazo definitivo a la historia a nivel mediático, y un Oscar a quien le dio vida en la pantalla, Susan Sarandon. Hoy es DiDonato quien se enfrenta a esta terrible situación en una ópera que se estrenó en 2000 en Estados Unidos y, ahora, este mes de enero, en España.
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La última vez que vino a Madrid, la temporada pasada, la mezzo soprano dio un recital en el Real que resultó tan apoteósico que aún se escuchan los ‘brava’ en el patio de butacas. Pero esta vez, el papel es mucho más duro. Dar vida a hermana Helen es algo que la ha unido a esta monja no solo el plano personal, sino en el activismo contra esa aberración que se llama pena de muerte: “Es una historia que necesitaba ser contada”, nos dice.
Resulta curioso que una mujer de su estatus se embarque en aventuras tan arriesgadas. Pero ella es así. En vez de acomodarse en papeles ya consagrados del repertorio de la lírica, DiDonato se tira a piscinas vacías como esta. Otro ejemplo es su nuevo disco, Great Scott, la grabación de una ópera que compuso para ella –como ocurría con las grandes estrellas del barroco– el mismo compositor de Dead Man Walking, Jake Heggie, y que se estrenó en 2015 en la ópera de Dallas.
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En nuestra charla con Joyce, aprovechamos para preguntarle, como reina de la ópera estadounidense que es, por qué cree que la relación entre el mundo del la lírica y el público gay es tan estrecha: “Pues la verdad es que no lo sé, es cierto que es así, pero no sabría decir por qué…”. Un buen rato más tarde, cuando la conversación había derivado por otros derroteros y el tema estaba olvidado, se acerca y nos dice: “Sigo pensando en ello, y creo saber el motivo… Hay quien diría que puede ser por los decorados, vestuarios [costumes, decía ella] y todas esas cosas. Pero creo que no: pensándolo bien, creo que es porque siempre ha sido un espacio de libertad, y esto era muy importante en momentos en que las cosas eran más difíciles”. Una vez más, y esta no es por haber bordado la coloratura de un aria: Brava, Joyce!! Bravissima!!