Amiga de todos, coleccionista de muchos, agitadora cultural de esos 80 tan gays que se vivieron en España y gestora cultural de referencia, Blanca Sánchez Berciano tiene al fin un homenaje en su casa, el Círculo de Bellas Artes, donde trabajó como coordinadora de artes plásticas, arquitectura y diseño de 1992 a 2006. La exposición Blanca doble. El mundo y la colección de Blanca Sánchez Berciano se puede ver hasta el 14 de diciembre en la sala Juana Mordó del Círculo en Madrid.
Podría decirse que Blanca Sánchez (Madrid, 1948-2007) fue a La Movida madrileña lo que Pepín Bello a la Generación del 27: ese ser aglutinador y genial, dotado de una portentosa cultura y una visión de vanguardia para la España de la época, y que volcó toda su energía en facilitar y potenciar el trabajo creativo de otros. Una personalidad fuerte y generosa, pero también “intuitiva, educada, inteligente, cosmopolita, sensible, culta, atrevida, libre y fascinante”, en palabras de su amigo y comisario de esta exposición-homenaje, Pablo Sycet, que parece haber heredado de ella esa labor de difusión y reivindicación de la importancia cultural que tuvieron aquellos años de eclosión artística, propiciados por la llegada de la democracia. “Tenía cualidades de zahorí para detectar el arte de riesgo, y su apuesta en favor de Pedro Almodóvar, Fabio McNamara, Alaska, Carlos Berlanga, Nacho Canut o Alberto García-Alix es clamorosamente certera”, reconoce el comisario.
Blanca Sánchez llegó a Madrid a principios de los setenta. Criada desde su adolescencia entre París, Colonia y Londres, manejaba varios idiomas y no respondía al canon de mujer reprimida y sometida por la dictadura. Era un espíritu libre, incluso extravagante por la modernidad con que se vestía y la gente de la que se rodeaba, que deseaba ver convertida Madrid en la capital internacional que debía ser, mostrando de paso el talento que se vertía abiertamente en sus calles. Dicho y hecho.
En una década de frenética actividad, Blanca acogió en su casa a un incipiente Pedro Almodóvar, se convirtió en su primera y vital ayudante, dejándole la casa para el rodaje de Pepi, Luci, Bom… y otras chicas del montón o vistiendo con su propia ropa a Carmen Maura y después a Cecilia Roth en Laberinto de pasiones. “Blanca fue la mujer de mi vida y mi mejor escuela […], la principal inspiración de los personajes femeninos que escribí en esas décadas […], lo fue todo, ella fue Madrid”, reconoce el director en el texto suyo publicado en el catálogo de la exposición.
Blanca también trabajó codo con codo con otro grande del cine español, Iván Zulueta, a la vez que se convertía en la mano derecha de Fernando Vijande, el galerista de los artistas de La Movida. Junto a él, llevaría el arte española al Guggenheim neoyorquino, montaría la mítica exposición El chochonismo ilustrado en Madrid y avalaría las carreras de Las Costus, Fabio McNamara, Tino Casal o Guillermo Pérez Villalta. Y también de los fotógrafos Luis y Pablo Pérez-Mínguez, Alberto García-Alix, Gorka de Dúo y un largo etcétera. Otro tanto hizo por la música en el programa de televisión La Edad de Oro, trabajando mano a mano pero en la sombra junto a la icónica Paloma Chamorro, y luego convirtiéndose en mánager (y amiga) de Carlos Berlanga. Incluso fue la encargada de organizar la famosa fiesta para Andy Warhol en Madrid, o la primera exposición española de Robert Mapplethorpe.
¿Qué recuerda Alaska de Blanca Sánchez? Pasa página
“¿Cuál de todas las Blancas es Blanca?”, se pregunta Alaska en otro texto escrito para este homenaje. Y pasa a enumerar a la cosmopolita (“que vestía leggins de plástico y joyas de baquelita”), la actriz (también con Almodóvar, haciendo personajes en sus películas), la televisiva, la mánager y marchante, la escritora “de textos, apuntes y diarios”, la comisaria y gestora cultural –será recordada siempre por el esfuerzo titánico que supuso su exposición aniversario de La Movida en 2006–, la coleccionista y, por último, la Blanca artista. Porque semejante espíritu cultivó también, aunque poco, su propia creatividad: sobre todo a través de álbumes y collages, “esos cuadernos donde iba pegando todo tipo de cosas con una armonía insospechada”, como reconoce Pablo Sycet, y que ahora puede disfrutar el gran público.
No fueron sus únicos pinitos: algunas de sus pinturas y serigrafías también están presentes, mezcladas con su propia colección de obras de otros artistas coetáneos con los que trabajó o a los que conoció, como los ya mencionados o Dis Berlin, Carlos Franco, Carmen Calvo o Michael Buthe. “Es una colección bizarra, en cuanto a que no se ajusta a los parámetros lógicos. Está muy ceñida a su vida profesional y personal, sin más, y por eso mismo es desmedida como ella y sus afectos: tiene más de 50 obras de Fabio, y casi tantas de Carlos Berlanga, Dis Berlin o Miguel Ángel Campano, y también ausencias clamorosas respecto al arte de su tiempo. Lo que es natural, porque era producto de sus deseos, y tan única y particular como ella misma”, establece Sycet.
Además, la exposición repasa la figura de Blanca retratada por los grandes de la fotografía de aquellos años, y también piezas extrañas y disfrutables, desde diseños para títulos de crédito de películas a ropa de la época: prendas realizadas ex profeso para ella por diseñadores como Antonio Alvarado, que vienen a dar cuenta de su muy libre y osado gusto y su vínculo con el momento histórico que le tocó vivir.
Algo que desgraciadamente no estará presente, pero que es recordado por todos sus amigos como una faceta más de su personalidad, es su ya mítica vitrina de salón en la que, en un ejercicio de ready made a lo Duchamp, que variaba constantemente a través de los años, exponía pequeños objetos de toda clase recolectados por el mundo a lo largo de sus viajes: objetos que eran talismanes y fetiches, también una especie biografía hermética y objetual, y una muestra de su ojo para divisar desde lejos los valores evidentes de la cultura pop. La vitrina, que no se ha desplazado al Círculo por razones de espacio y conservación, sí podrá verse en un montaje de fotografías de Javier Campano.
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