Gracias a los avances de la tecnología hemos conseguido dinamitar las distancias. Ya no tenemos que conformarnos con la mercancía que podamos alcanzar con solo estirar la mano –¿quién nos asegura que nuestra media naranja vaya a elegir nuestro mismo barrio, de entre todas las ciudades del mundo?–, ni fantasear sobre cómo sería un hipotético futuro si hubiésemos nacido entre otro lugar, en un contexto diferente. Ahora el universo está, literalmente, a nuestros pies gracias a un sencillo smartphone. Desde la comodidad de nuestro sofá o en los ratos muertos de trabajo en la oficina recorremos España –y el mundo si hace falta– buscando material sexual que se adapte a nuestras necesidades. Nos ubicamos en aquellas ciudades y barrios que nos gustaría visitar, y consultamos qué monumentos de carne y hueso –sobre todo, de carne– nos esperarían con los brazos abiertos. Una suerte de turismo sexual 4.0 donde lo más importante no son las playas paradisíacas, sino los torsos desnudos.
Vivimos inmersos en un mar de posibilidades infinitas y no queremos perdernos nada. El ansia por conocer y conquistar se ha convertido en el mantra que guía nuestros pasos por las redes sociales. Ya no nos conformamos con conocer gente con intereses más o menos comunes, sino que queremos verles desnudos y queremos hacerlo ya, no sea que se nos pase la oportunidad de conocer a otros candidatos. Abrimos cualquier perfil y nos dejamos seducir por el sex appeal que desprende su fotografía de cabecera. Observamos con detenimiento si, en un hipotético caso, podríamos llegar a ser compatibles en el terreno sexual y nos autoconvencemos de que sí –por mucho que, en la vida real, posiblemente ni se nos hubiese pasado por la cabeza–. Nos organizamos modernos sex tours a lo largo y ancho del territorio nacional y los orquestamos a través de mensajes privados, fijando las citas de los futuros encuentros sexuales como si de una detallada guía de viaje se tratara. Dejamos que nuestra entrepierna dé el primer paso y nos arrepentimos al segundo de haberlo hecho, pero llegamos tarde. El juego ya ha empezado.
Nos hemos convencido de que los hombres de nuestro entorno más próximo ya nos lo han ofrecido todo y que ‘lo bueno’ está en otro lugar –sin valorar, en ningún momento, si la tara es propia y no de los demás–. Nos obsesiona el experimentar, el presumir, el contar a quien esté dispuesto a escuchar, sin darnos cuenta de que, al final, el sufrimiento –y por ende, el placer– siempre va a ser el mismo. Cerramos los ojos ante la evidencia y pensamos que somos especiales, que somos los únicos, pero no es así. Mientras mantenemos conversaciones íntimas con un nutrido grupo de usuarios –echen un vistazo a Twitter si todavía no saben de lo que hablo–, los demás están haciendo lo mismo. Y lo están haciendo delante de nosotros, en público y sin ningún pudor. Todo un estudiado patrón de conducta que se repite de un usuario a otro, buscando un nuevo miembro viril que sumar a la vasta colección de trofeos que descansan en lo más profundo de la memory card del teléfono móvil. Y lo consiguen. Y lo conseguimos.
Ya no tenemos que conformarnos con saber que cada individuo tiene un pasado amoroso con el que vamos a tener que lidiar, sino que asistimos en directo al mismo juego de la seducción pero con diferentes destinatarios. Hemos tomado conciencia de que no somos especiales, de que ese amor que se nos promete no es para nosotros, de que simplemente estábamos en la red social adecuada en el momento oportuno. Es la democratización del tonteo. Y también de la decepción. Es el sino de los tiempos.
JOSÉ CONFUSO ES ESCRITOR, ARTICULISTA Y AUTOR DEL BLOG ELHOMBRECONFUSO.COM
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