“Combatir la violencia racista y homófoba y todas las discriminaciones basadas en el origen racial o nacional, religión, color de la piel, discapacidad, edad, orientación sexual o identidad de género”. Esta fue la premisa a la que en el año 2013 se comprometió Syriza si se alzaba con la victoria en las elecciones griegas, tal y como ocurrió el pasado domingo tras la consecución de más del 36% de los votos.
Por tanto, nos encontramos ante una puerta abierta a la esperanza en materia LGTB para un país donde la iglesia ortodoxa todavía pesa en demasía si nos ceñimos a este apartado. Así, las parejas homosexuales carecen de reconocimiento alguno, el matrimonio gay es ilegal y el aumento de la ola neonazi capitaneada por Amanecer Dorado no es la mejor noticia en la lucha por acabar con la desigualdad.
¿Y cuánto hay del dicho al hecho? Aquí es donde comienzan las dudas. El líder de la coalición Alexis Tsipras mostraba cierta ambigüedad a la hora de hablar sobre las adopciones homoparentales: “Es un tema difícil, que requiere diálogo. Hay contradicciones en la comunidad científica sobre esto y no lo incluiremos en nuestro programa de reformas”. Primer jarro de agua fría. Si a esto le añadimos su alianza con la formación derechista Griegos Independientes (Anel), el escepticismo se hace aún más latente. De momento, solo podemos esperar.
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