Marta Sánchez es una diva. Y a las divas hay que quererlas, mimarlas y cuidarlas. Al menos, ese creo que es el cometido de los mitómanos, de los que tenemos nuestro ‘altarcito’ laico con nuestro star system del showbusiness.
Con el tema de las divas patrias, en este país, solemos ser muy cainitas. Como con todo, por otro lado. Parece que nos gusta descubrir siempre lo malo (¿quién no tiene su lado malo?) en vez de dar botafumeiro a lo bueno. Pero, sin embargo, a las divas importadas no paramos de ponerles alfombras rojas, hagan lo que hagan.
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Para Marta Sánchez era muy importante su concierto en el Teatro de La Zarzuela. No solo porque es uno de los templos de la música española (no hay que olvidar que es el teatro del mundo que más estrenos absolutos ha tenido desde su inauguración, en 1856), sino porque es un escenario en el que cantaron mucho tanto su padre, el tenor Antonio Sánchez, como su padrino, que no es otro que el legendario Alfredo Kraus. Al primero le dedicó, con un par, Papa, can you hear me? de Barbra Streisand. Maravilla.
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Las entradas llevaban meses agotadas. Normal. Pero lo que también fue una maravilla era quién ocupaba esas 1.245 butacas de la sala. Más del noventa y cinco por ciento del aforo eran gays. Ese público que nunca la ha abandonado, y que lleva treinta y tres años siguiendo su carrera. Es la prueba del algodón. Cuando muchos cuestionan el término ‘diva gay’, cuando se critican las etiquetas de ese tipo, estos contundentes argumentos, de peso, desmontan esas teorías. Cierto es que ese teatro suele tener un alto porcentaje de público LGTB, sobre todo en sus exquisitos ciclos de Lied o los conciertos líricos. Pero lo que ocurrió el sábado 17 de febrero fue histórico. Posiblemente, en la rica historia del coliseo nunca había habido tal ‘unanimidad’ en las butacas. Todos aquellos que cuestionan el ‘trono’ de Marta, que revisen los vídeos que ha subido el propio teatro a Instagram. También por eso, cuando poco después de arrancar el show con Lili Marlene y cantó Sola, se acercó al foso para decir a su público: “¿Sola? Con vosotros, nunca”. Primera gran ovación.
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Más allá del hecho que convirtió a Marta en titular de todos los periódicos e informativos al día siguiente, su comentada versión cantada –con letra propia– del Himno nacional, lo que la diva –sí, la diva– consiguió con este recital en el que repasaba su carrera fue que descubriéramos su lado desconocido. Ella ya nos había adelantado en Shangay: “Es el reto más difícil de mi carrera”. Y se notaba. Estaba nerviosa. Emocionada, pero nerviosa. Con un vestuario impecable (arrancó con un pedazo de smoking del que se fue desprendiendo poco a poco; se cambió a un look blanco total para arrancar con la copla, y terminó con el ya célebre modelazo rojo), vimos a la Marta más humana y menos divaza.
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A voz y a piano con un repertorio pop como el suyo, que a priori no se adapta a ese estilo, se fue desnudando. Los que la conocemos pudimos ver a una Marta poco habitual, a ‘una mujer normal’ –no a ‘una rosa blanca de metal’, nada ‘desesperada’– que festejaba su larga carrera, y que puede seguir diciendo bien alto “Soy yo, la que sigue aquí…”. Como nos cantó en una inolvidable, e íntima, cena que organizó Jean Louis Matthieu en un viejo palacio de Marrakech, también enfundada en un vestidazo rojo. Grande, Marta. Martísima Sánchez.
[Vídeo de Pablo Carrasco de Juanas para Shangay.com en el que Marta Sánchez, junto a muchos cantantes, actores, periodistas, presentadores.. recitaron el A quien le importa para Shangay el pasado WorldPride de Madrid]