El comentario que desencadenó todo partía del cambio que había realizado un tío delgado, no fibrado, poco deseable para la norma, al comenzar a trabajar su cuerpo en un gimnasio. Se había convertido en lo que hoy la mayoría define como “un chulazo”: cuerpo musculado, con algo de vello y barba. Ni que decir tiene que el cambio del chico era definido por las personas que me rodeaban como “espectacular”, marcando una diferencia clara entre quien era y quien es basada, exclusivamente, en el físico. Y claro, me incomodó.
Supongo que si fuese uno de esos chulazos musculados lo entendería sin conflicto, pero no lo soy, y eso me hace ver la realidad desde otro punto de vista. Para algunos hombres que se trabajan ese patrón estético, nuestro discurso es propio de feos, enclenques y envidiosos, de personas que harían cualquier cosa por tener a un hombre como ellos de pareja, aunque fuese meramente sexual, y como no podemos optar a ellos nos convertimos en incómodas moscas cojoneras que cuestionan su establishment. El mismo relato que durante décadas ha intentado deslegitimar el discurso de la mujer feminista y/o lesbiana desde criterios físicos y estéticos. La misma simplicidad.
Instagram: @srpacotomas
Comprendo que somos seres sociales y sociables porque convivimos en comunidad y, en esos casos, la pertenencia a un grupo nos arropa y nos sustenta. Para pertenecer a esos grupos, el ser humano hace muchas cosas sin recapacitar pero que compensan cuando te abren la puerta de esa comunidad. Lo interesante es analizar cuántas de esas cosas que hacemos forman parte de una imposición social pero creemos que responden a un deseo voluntario.
¿Tengo un iPhone porque realmente es el mejor smartphone del mercado o porque nos vemos condicionados a tenerlo?
¿Voy a un gimnasio porque realmente deseo ponerme cachas o porque si no lo hago pasaré a ser invisible, no deseable, no follable?
Hace cuarenta años, también había hombres fuertes, con una expresión de género que trasladaba a la sociedad que solo existía un tipo de masculinidad, deseable y respetable, y el resto eran “mariconadas”. Esa imagen de la masculinidad como objeto de deseo se ha vuelto a instalar en la población gay, y no me preocuparía lo más mínimo si no fuera porque sigue perpetuando esa perversa teoría de lo deseable y respetable pero desde las pautas de comportamiento social de este nuevo siglo. Hace cuarenta años, la diferencia se manifestaba con agresividad; ahora se manifiesta con invisibilidad, relegándote a los márgenes del deseo que, en esta sociedad de Instagram, es mucho más significativo de lo que creemos. Son los mismos valores que señalaban al ‘popular’ de la clase pero contaminados por los principios del neoliberalismo. O sea, si eres un enclenque, allá tú si luego nadie quiere tocarte ni con un palo. Si quieres que eso cambie, mátate en un gimnasio, conviértete en un chulazo a golpe de mancuerna y crossfit y, entonces, ya serás de los nuestros. Desolador.
El colectivo ha creado su propia élite a base de valores físicos y de deseo amparándose en una expresión de género que convierte en apetecible un tipo de masculinidad, aportándole valores positivos para que todos compremos ese modelo como adquirimos un iPhone: sin cuestionarlo. Eso no sería malo si no provocase la invisibilidad, el menosprecio y el rechazo de quien no sigue esa pauta. De ahí a la plumofobia va un paso. Y si bien no todos los hombres gays que se machacan en el gimnasio siguen esa pauta, sí que todos los que siguen esa pauta se machacan en el gimnasio.
Ahora, rodando la serie documental Nosotrxs Somos, recogiendo 40 años de activismo LGTB en España, estoy comprobando, con cierto estupor, que el hombre gay no solo es el que más se ha aburguesado sino el más conservador en su evolución. Las mujeres lesbianas mantienen una lucha con su visibilidad a la vez que el movimiento feminista está defendiendo unos discursos muy interesantes que van a cambiar el orden social. Como sucede con el relato trans, que va a revolucionar el siglo cuestionando el binarismo y las expresiones de género. ¿Y el hombre gay? El hombre gay, mayoritariamente, se ha dejado barba, se ha apuntado a un gimnasio, ha aumentado las dimensiones de su torso y ha salido a la calle contribuyendo a que ese canon estético sea sinónimo de deseo, una especie de feromona que le permita ser elegido y, por lo tanto, quién sabe, encontrar el amor. Hay cero reflexión, cero análisis, cero cuestionamiento teórico de su comportamiento.
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Quizá si la imagen que nos traslada la sociedad gay es que si no sigues un determinado patrón físico tendrás muchas menos oportunidades de ser deseable, puede que elijamos trabajar ese patrón solo por no sentirnos fuera del grupo. Quizá deberíamos empezar a retratar otro tipo de cuerpos, a ampliar el relato de lo deseable, a ilustrar campañas realmente diversas en lo físico, para dejar así de perpetuar un canon estético que me puede encantar pero que genera unos problemas de frustración, exclusión y autoestima que no debemos asumir que se solucionan transformando tu cuerpo.
PACO TOMÁS DIRIGE Y PRESENTA EL PROGRAMA WISTERIA LANE EN RADIO 5. SU ÚLTIMO LIBRO ES ALGUNAS RAZONES.