Es un torbellino. Un torrente de buen rollo. Su llegada a la redacción de Shangay fue arrolladora. Como lo es todo en su vida. Venía directamente de la tele, y sin parar de hablar. Bibiana estaba indignada: “Mi mundo, en el que he vivido, se ha acabado. Vengo de la tele y hablan de que fulanita se ha liado con un ‘estafador del amor’. Vamos, que los chulos de toda la vida son ahora ‘estafadores del amor’. Y la tortilla de patatas es una emulsión de huevo. Estoy harta de este nuevo lenguaje. De lo políticamente correcto. ¡Hartaaaaaa!”, soltó nada más entrar en la redacción. A gritos.
“Yo templada es que no soy. Pero funciona mejor así, porque la gente se asusta menos. Porque no todo el mundo quiere de la misma manera. Tenemos que tener empatía. Lo mismo que queremos que nos conozcan, que nos comprendan, que nos quieran como queremos nosotros, también tenemos que querer a los demás así. No se trata de querer mucho, sino de querer mejor”, suelta a la redacción nada más entrar.
Bibiana es así. Hila un tema con otro sin anestesia. Bibi vino a Shangay porque la llamamos para que fuera uno de los personajes que han hecho bandera en estos primeros veinticinco años de nuestra revista. Desde el primer momento nos dijo que sí, que “por supuesto y encantada”. El problema fue encontrar hueco. No para.
Tiene todos los días ocupados. Por compromisos (y que no falten) de trabajo o de amistad. Es lo que tiene ser tan buena profesional, y tan buena amiga. Pero finalmente, a mediodía, directamente de la tele, de El programa de Ana Rosa, y antes de irse a otro sitio, pasó a vernos: «Ni comer me dejáis, pero no podía faltar».
Se refiere a que tenía que estar en nuestro número especial de Shangay de 25 aniversario. Era obligado. Alguien como ella no puede faltar.
Bibiana, espectacular en la sesión que hizo para el número especial de nuestro 25 aniversario. [Fotos: Danniel Rojas]
SHANGAY ⇒ Son veinticinco años de Shangay. Han pasado muchas cosas en este tiempo. Tantas que has cambiado hasta de nombre, de Bibi a Bibiana, y lo anunciaste con una entrevista que te hizo Vicente Molina Foix.
BIBIANA FERNÁNDEZ ⇒ Lo del Bibi o Bibiana me era indiferente, me daba exactamente igual. Lo que yo quería cambiar era el apellido. Sobre todo por cuando salía de España. Recuerdo que fuimos Pedro [Almodóvar] y yo una vez a Londres a ver la final de Conchita Martínez, y en el hotel me dejaron unas fotos de Bibi Anderson para que las firmara. Cuando abrí aquel cartel con la actriz sueca… El origen de mi nombre fue porque me ofrecieron varios en su momento, y ese era el único que me parecía reconocible. Los otros eran como cabaret de la época, de cartón piedra. Y yo me quería llamar de una manera más humana. El que elegí no me supuso ningún problema, hasta que empecé a hacer películas, a salir fuera de España, a ir a Cannes y me presentaban como Bibí Andersen y a la gente no le cuadraba porque, claro, existía una mujer que era Bibi Andersson, inmensamente conocida, que forma parte de toda la filmografía de Bergman y su gran musa junto a Liv Ullmann. Entonces, en una conversación como esta que estamos teniendo tú y yo, le dije a Vicente que llevaba tiempo con ganas de cambiarme el apellido, de ponerme el mío. Pero como los productores no se atrevían a hacerlo en el momento de las promociones de una peli o de algún trabajo, pues que no sabía nunca cuando hacerlo. Y en ese momento fue él cuando tituló Bibiana Fernández. Y la gente se sumó.
«El sexo es una fiesta, un gran banquete, y hay gente que pasa hambre. Y a mí no me gusta pasar hambre»
SHANGAY ⇒ Y ya todo el mundo te llama Bibiana.
BIBIANA FERNÁNDEZ ⇒ No creas… Gente como Ana, que está conmigo en casa desde hace más de 20 años y es mi madre, mi hermana, mi hija… ¡la única mujer de mi vida! me llama Bi. Rossy [de Palma] me llama Bi y muchas amigas también.
SHANGAY ⇒ A ver si te vas a hacer bi a tu edad…
BIBIANA FERNÁNDEZ ⇒ ¡Pues no me importaría! Creo que la sexualidad es una cosa de la que tienes que disfrutar. Que el sexo es una fiesta. Y no soy bi porque no siento la atracción. Y es una desgracia, porque me parece que el sexo no tiene nombre y apellido. El sexo es una fiesta, un gran banquete, y hay gente que pasa hambre. Y a mí no me gusta pasar hambre, con lo cual yo me lo hubiera comido todo, si me gustara. Pero, nunca se sabe, porque muchas veces el amor se convierte y llega con otra cara, con otro cuerpo. Y no estaría dispuesta a despreciarlo si me viniera bien, claro. Lo que no estoy dispuesta es a vivir en una mentira.
SHANGAY ⇒ Volvamos a nuestro aniversario, son veinticinco años en los que has hecho todo, en los que ha cambiado el país.
BIBIANA FERNÁNDEZ ⇒ El cambio empezó realmente mucho antes. Porque este país, en el que ahora andamos cuestionando de todo, en el que muchas veces la categoría y la catadura intelectual de los políticos es muy inferior a la que yo conocí, venía de donde venía. Yo es que conocí a unos políticos que –más allá de que la historia hable luego de alguno de ellos como corruptos– eran estadistas. Incluso también más allá de las ideologías: de Carrillo y La Pasionaria, a Fraga y Herrero y Rodríguez de Miñón. Los que formaban el arco parlamentario eran estadistas. Y ahora todo se está convirtiendo en eso tan políticamente correcto que me parecen siempre como carteles electorales. Como que no hay carne, que la gente no se ensucia. Como si la vida no manchara. Y la vida mancha. Y salpica, duele, araña, arrastra, te lleva, te da alegrías, penas… Lo que yo siempre digo es que uno tiene la obligación, para disfrutar de ella, de esforzarse mucho para conseguir las cosas buenas. Porque las malas vienen solas, y a tu pesar.
«Mi naturaleza, por alguna circunstancia, debe estar dotada para la política, para la diplomacia. Creo que conseguiría la paz en Oriente Medio. He terciado lo que nadie se imagina»
SHANGAY ⇒ ¿Te refieres a algo en concreto?
BIBIANA FERNÁNDEZ ⇒ Yo empecé por ser una familia desestructurada, cuando aún ni existía ese término. Entonces los padres no se separaban. Había un ‘querido’, que luego… En mi caso, el ‘querido’ era un hombre con el que luego vivió mi madre veinte años… pero como ya no estaba casada, pues era eso, un ‘querido’. He vivido una infancia de peleas y luchas. Cuando hablan de la Navidad a mí se me ponen los pelos de punta: yo he vivido muchas ‘nochesbuenas’ pero ninguna ha caído en 24 de diciembre, que casi siempre para mí ha sido un drama. Y muchas veces terminamos yendo a la comisaría como la familia Loud, uno detrás de otro. Sí, sí, sí… a la comisaría. Yo tendría siete, ocho, diez años. Recuerdo llorar porque soñaba con unos padres juntos y felices. Pero incluso en aquella época no me recuerdo como una persona infeliz. Me recuerdo feliz en todas esas épocas. Una persona feliz… con penas, con problemas. Pero también me sigue pasando ahora, que soy una mujer adulta. Y muy adulta incluso pa’ mi gusto, fíjate. Las contrariedades, los problemas, los dramas… forman parte de nuestra vida. El tema es cómo los vives, cómo te enfrentas a ello. Lo mío no tiene ni siquiera mérito. No creo que lo haya hecho de un modo premeditado. ¿El rencor?, cero. Creo que es genética, como si te hubieran parido con los ojos verdes, o azules. Mi naturaleza, por alguna circunstancia, debe estar dotada para la política, para la diplomacia. Creo que conseguiría la paz en Oriente Medio. He terciado lo que nadie se imagina. Comía dos veces, en casa de mi padre y en la de mi madre para que nadie se enfadara. ¡Pesaba como trescientos kilos! ¡Estaba como una lavadora! Y lo hacía para poner por mi parte todo lo posible para evitar los problemas. Y no mentía, lo que hacía era omitir que había comido en el otro lado. No recuerdo que hubiera otros niños en el colegio con padres separados. Era la única persona. Yo siempre soy la única persona que conozco alrededor mío que no tiene nada que ver con los demás. No es que sea ni mejor ni peor, sino que he vivido unas circunstancias, en todos los sentidos de mi vida.
SHANGAY ⇒ Las cosas han cambiado muy rápido en nuestro país, y mucha gente que ha dicho y escrito cosas de ti, ahora va de liberal por la vida. Pero se puede tirar de hemeroteca…
BIBIANA FERNÁNDEZ ⇒ Ver película Los años desnudos, de Félix Sabroso, al que quiero y admiro, pues parte de mi carrera se la debo a él, fue devastador. Me transportó a unos años, que para mí están muy cerca y muy lejos, y que fueron muy oscuros: los primeros de la Transición. Las libertades parecía que estaban, porque desde el momento en el que desapareció el dictador, ya se respiraba algo, pero todavía había mucha oscuridad. El peso de la dictadura estaba presente en cualquier rincón, en cualquier mirada. Luego llegaron otros, los ochenta, que fueron mucho más modernos. Por circunstancias personales me tocó vivir una vida muy singular en unos años también muy singulares. Y tenía una especie de detector de metales: la gente se acercaba a mí, pero si era de metal malo, ese ‘detector’ pitaba. Con independencia del cartel que llevaran, fueran de izquierdas o de derechas. Entonces la ideología, el cartel o la etiqueta, se les caía. Y me encontré con gentes de derechas que eran mucho más tolerantes que algunos de izquierdas. Cuando entraba en los restaurante se hacía ruido. Como los enjambres de abejas: zzzzzz. Había murmullo, como en los mercados. Y era simplemente porque había entrado, sin más. Cuando tú te acostumbras a ese ruido, empiezas incluso a distinguirlo. Los que son de deseo, los de reproche; los que son de rencor, o de curiosidad… Distinguía, como si fuera una melodía, las notas de los ruidos. Después eso se me fue, afortunadamente. Señal de que yo había cambiado, y el país también. España había cambiado, sí. Pero lo fundamental es que yo también lo había hecho. La vida, siempre, empieza por una misma, porque una vez que el ruido dejó de estar, todavía hubo un tiempo en el que yo intentaba oírlo. Quería escucharlo. Y me di cuenta de que si ya no lo escuchaba era porque, además de que no existiera, yo ya no lo quería oír. ¡Ya había pasado esa prueba! Es como cuando te vacunas. Te podrás morir de otra cosa, pero de esa ya no. Son procesos.
«No me gustan las etiquetas y en el mundo LGTBI existen muchas. Me da mucho coraje. Por ejemplo, la palabra trans, que parece que yo estoy en contra. ¿Cómo voy a estar en contra de esa palabra?»
SHANGAY ⇒ ¿Qué duro no?
BIBIANA FERNÁNDEZ ⇒ Es como ‘el día de mañana’. Ese que tu madre avisa sin cesar durante años, «cuando llegue el día de mañana…» y que luego cuando te das cuenta de que ‘el día de mañana’ no solo ya llegó sino que fue hace diez o quince años. Yo creí que alguien me iba a avisar al teléfono móvil, o mandar una carta, «Va a llegar el día de mañana». Pero no, no te avisan. Deberían poner un cartel como cuando llegas a Marbella: “Bienvenida al día de mañana”. ¡Pero nadie te avisa! Eso sí, a mí no me avisó nadie, pero no me he quedado con ganas de nada.
SHANGAY ⇒ ¿A qué te refieres?
BIBIANA FERNÁNDEZ ⇒ Pueda que si de algo me siento satisfecha en mi vida es de haber hecho las cosas que he querido, en los momentos oportunos. Buenas o malas, ¿eh? No es que me sienta orgullosa y feliz de todo. Pero hice lo que quise. Y me parece que es un lujo que pocas veces se puede permitir la gente. Y lo asumo como parte de mi vida.
SHANGAY ⇒ Siempre has dicho que no te gustan las etiquetas, y parte del colectivo LGTBI te critica que no te hayas convertido en abanderada…
BIBIANA FERNÁNDEZ ⇒ ¿Las etiquetas? No. No me gustan. En el mundo LGTBI existen muchas. Y me da mucho coraje. Por ejemplo, la palabra trans, que parece que yo estoy en contra. ¿Cómo voy a estar en contra de esa palabra?, ¿cómo voy a estar en contra de alguien que quiera cambiar.? Yo no puedo negarle el derecho a elegir a nadie. Pero sí me molesta, porque cuando tú coges a un niño, o a una niña, con cuatro años, ¡no te dice que quiere ser trans! Te dice que es un niño o una niña. Ellos se sienten niños o niñas. ¡Nada más! Eso es lo que quiero decir. Tú vete a una familia donde haya un niño o una niña que sea transgénero, que tenga tres, cuatro, cinco años, y que le diga a su madre que ella es una niña y que se viste de niña. El discurso de esa niña, y la pelea de esos padres que razonan (que afortunadamente ya hay muchos así), es que es una niña. O un niño. Entonces [levanta la voz hasta gritar] Si dice ella que es una niña, ¡coño!, ¿por qué no la dejáis que sea una niña? ¡Y punto! ¡Y punto pelota! [grita aún más]. Después ya el mundo que diga lo que quiera. Pero eso es el resto del mundo, pero yo no. Yo no te lo compro. Yo ya el peaje lo he pagado. Setecientos años.
«En la Transición, cuando entraba en los restaurante se hacía ruido. Como los enjambres de abejas: zzzzzz. Había murmullo, como en los mercados»
SHANGAY ⇒ Varias veces te he escuchado decir lo del peaje…
BIBIANA FERNÁNDEZ ⇒ ¡Es que no pago más peajes porque no me sale del higo! ¿Lo puedo decir más alto? Pero sin ningún rencor. En la vida todo cuesta. Pero no solo ‘ese’ peaje. Todos. Los amorosos, los laborales, los regímenes para estar más delgada o más guapa. Cada uno en su campo. ¡Todo cuesta! Cuesta salud, emociones, dinero, esfuerzo, disciplina… pagas en distintas monedas. ¡Todo tiene un precio! Hasta la muerte… [y cambia de registro para bromear] Bueno, ¡morirse es carísimo! No te compensa morirte por lo que te cuesta.
SHANGAY ⇒ ¿Y si alguien te viene a pedir consejo?
BIBIANA FERNÁNDEZ ⇒¡Pues claro que se los doy! Con absoluta naturalidad. Algunas crías, en un momento dado, en algún sitio, se han acercado y me han preguntado. Y yo les he dicho que tienen que vivir su vida y tratar de desdramatizar, que sé que es muy difícil. No digo se desdramatices esta situación, no. Por supuesto que no. No digo que no tengas angustias, porque las tienes. Lo que digo es que hay que pensar que lo que estás es peleando por tu vida. El inmigrante que coge la barca también sufre, pero como allí no te vas a quedar, porque allí no puedes vivir, pues tendrás que hacer el viaje, con todo lo que eso conlleve. ¿La meta de cada uno cuál es? La felicidad. Vivir mejor, estar a gusto contigo, identificarte con tu trabajo, o mejor dicho, tener trabajo para conseguir tener ese dinero que te permita tener cierta libertad, que es para lo que es importante el dinero. El resto de las cosas importantes de la vida no te las da el dinero. ¿Qué se vive mejor con él? Sin duda.
SHANGAY ⇒ Personalmente, siempre he pensado que si alguien ha hecho activismo en este tema has sido tú, precisamente con tu actitud ante la vida…
BIBIANA FERNÁNDEZ ⇒ El activismo es considerarte a ti misma lo que tú querías, una mujer. Y además reclamar el derecho a que te consideren una mujer. Y si no quieren, oiga usted, pues que le den por el culo. ¿Qué quiere usted que yo haga? Yo, con mucho esfuerzo, ya he ido cambiando mi vida. Con esfuerzo, con amor, con mimo, esmero, delicadeza, casi con filigranas. Lo que piensen o hagan los demás ya se escapa de mí. Pero yo no es que no solo no esté en contra de nadie, sino que estoy completamente a favor de todas esas personas que defiendan cualquier bandera de ese tipo, que me parece que las defienden desde una militancia y un sentimiento que lo creen necesario. Personalmente creo que es muy honrado volver a tu niñez. La niñez es la patria. ¿Tú que querías ser? Yo cuando pensaba eso, si no existía ni el término. ¿Cómo iba a querer ser trans si eso no existía? Pero esto es un pensamiento mío, personal e intransferible. No desmerece ni se sobrepone a otras opiniones. Ni entra en conflicto con ellas. No es que a mí me parezca lo otro mal. Las cosas que a mí me parecen mal son las mismas que le parecen mal a la mayoría de las personas: las barbaridades que siguen pasando y son una cosa anacrónica. O todo lo que nos parece injusto, más allá de la sexualidad o de la conciencia de género. Porque, además, he pasado por todos los lados, porque he vivido en paralelo a la Transición, y porque tuve una vida singular más allá de mi propia vida de luego. Una familia humilde, que no era culta, desestructurada. No te puedo hacer paseíllos, sino alamedas de casa uno de esos sitios. Pero lo que está claro es que todo eso no me ha impedido ser feliz. ¡Pero ni siquiera entonces! Recuerdo los nombres y apellidos de los compañeros de colegio, de cuando tenía 17 años. Otra cosa no, pero memoria, de elefante.
SHANGAY ⇒ Al margen de esta cuestión, eres una mujer que lo has dicho todo en el mundo del espectáculo. Teatro, cabaret, music hall, millones de hora de una televisión que, en muchos casos, rompió moldes. Pero, además, musa de un hombre, Pedro Almodóvar, que ha creado una cultura y una estética propia, que sí que ha condicionado y marcado al país…
BIBIANA FERNÁNDEZ ⇒ No solo es que ha cambiado la estética. Creo que es el gran narrador de la España de la Transición. Desde el lugar más canalla, que es la calle. Muchos directores de esa época tenían la calle un poco vetada y se dedicaron a contar lo que habíamos dejado detrás. Normal, por otro lado. Había muchas cicatrices de la Guerra Civil. Lo mismo ocurre también con las películas de Ozores: ese cine que tantas veces se ha criticado es la fotografía de una sociedad, de una época. Pedro lo que hizo fue un lenguaje nuevo. Es más, ahora que hemos entrado en esta época de lo políticamente correcto, creo que mucho del cine de esos no años ahora no se podría hacer. Hoy se llevarían presa a Alaska con esa lluvia dorada con Eva Siva. A ella, a su madre y a Pedro, porque era una menor de quince años. ¡Estamos aburridas ya de esta situación de corrección! Es muy aburrido.
SHANGAY ⇒ ¿A qué te refieres?
BIBIANA FERNÁNDEZ ⇒ Pues a cosas que están pasando. Claro que creo que hay que hablar sin ofender, controlar el lenguaje. ¡Claro que no se puede consentir que los tíos metan mano a una mujer o se pasen contigo! Pero los tíos, las tías, los mediopensionistas, los homosexuales, los no homosexuales… Pero entre eso y poner una multa a un tío porque te dice un piropo. Pero si la tendría que pagar yo. Porque cuando paso por debajo de una obra y un tío, a pesar de tener ya 64 años, me dice «rubia» desde arriba, pues me dice que todavía estoy en el mercado. Si es que le tengo que pagar la multa al albañil. ¡No me quedan más cojones! ¿qué voy a hacer? [risas]
SHANGAY ⇒ Pero si piropos no te faltarán. Si eres como don Juan Tenorio, que a los palacios subiste, en las mejores fiestas, y a los infiernos bajas de las juergas de que te corres…
BIBIANA FERNÁNDEZ ⇒ ¡Vivo en los infiernos! [risas] Decía Lope [de Vega] que un cielo en un infierno cabe, y quien se enamora lo sabe. Y es verdad. Yo no entiendo la vida de a poquitos, en pequeñas dosis. Yo estoy, o no estoy. Y eso no es bueno ni malo, es una circunstancia. Y eso creo que pertenece a la naturaleza de las fobias: hay gente que le da miedo una cucaracha y no un tigre. Pues yo soy una persona excesiva, intensa, en mi manera de manifestarme, de vivir. Y necesito que la emoción sea lo que me lleve. A lo que no llego por cuestiones físicas o de edad, me lleva. La emoción y la curiosidad son dos herramientas que me mueven y me arrastran incluso más allá de la edad. No vivo por el carné de identidad, nunca lo he tenido en cuenta. Tengo la edad que tengo y no renuncio a ella, pero… Vivo como me gusta, pero no tengo esos límites de los convencionalismos sociales. El “usted tiene muchos años para llevar esa falda” no me vale. No, años sé que me sobran, ¡lo que necesito es el dinero para comprarme falda!
SHANGAY ⇒ Siempre insistes en que vienes de una familia que no tenía cultura, pero eres una mujer extremadamente cultivada…
BIBIANA FERNÁNDEZ ⇒ Porque yo soy muy curiosa. Siempre lo he sido. He visto mucho cine francés y no sabía quién era Godard o Truffaut. Pero lo veía porque me gustaban sus musas, Brigitte Bardot, Jean Moreau, Anouk Aimée. Leia revistas de cine por ellas, y luego una cosa me ha ido llevando a las demás. Siempre he sido muy curiosa.
SHANGAY ⇒ Para terminar, y volviendo a nuestros 25 años y los cambios vividos, ¿qué queda por conseguir en el mundo LGTBI?
BIBIANA FERNÁNDEZ ⇒ Será un logro el día que no haya necesidad de reivindicar algo. Cosa que no ha ocurrido. Mientras que existan desigualdades, una cierta militancia es necesaria. Cuando ya no se escuche el ruido, ese que yo escuchaba, entonces ya no serán necesarias las banderas.