La locura. La vuelta del Ballet de la Ópera de París al Real ha sido la locura. En plena ola de frío de enero, los solistas de la mítica compañía parisina subieron la temperatura hasta llegar al más que difícil grado de sublime; ese que solo saben marcar los termómetros más delicados.
Estamos de enhorabuena. En los últimos meses hemos visto cómo compañías como el Royal Ballet (con la nueva producción del Covent Garden de El lago de los cisnes) o esta que nos ocupa han llegado al escenario del Real. Entre medias, nuestra Compañía Nacional de Danza tuvo los honores de protagonizar un Casacanueces para la gala anual del coliseo. Y todo ello con el teatro a reventar todos los días. Es que hay mono de ballet en nuestro país. De gran ballet.
En esta ocasión, la compañía parisina trae a sus mejores solistas. Como debe ser en una gira de este calibre. El programa escogido no puede ser más delicado. Ni más exquisito. Arranca la primera parte con el maravilloso Afternoon of a Faun del legendario Jerome Robbins que coreografía a Debussy. La noche de estreno [lunes 21 de enero], Hugo Marchand y Amandine Albisoson fueron los solistas que, desde el comienzo, traspasaron esa frontera tan difícil de romper y que marca la diferencia entre la perfección técnica –que se presupone a un compañía de este calibre– y la emoción pura que saltó del escenario a todas las butacas de la sala. Sigue el programa con Sonatine, música de Ravel (piano de cola en el lado derecho del escenario) coreografiada por Balanchine con unos magníficos Léonore Baulac y Germain Louvet.
La segunda parte continúa por esa senda. A Suite of Dances, es parte de la mejor música para chelo de Bach puesta en escena tal y como la imaginó ese grande de la danza estadounidense que fue Jerome Robbins. De nuevo con el sublime Hugo Marchand solo en el inmenso escenario, con la única compañía de un violonchelo, tocado por Aurélien Sabouret. Cierra esta segunda parte 3 Gnossiennes, música de Erik Satie con coreografía de Van Manen. Un nuevo dúo, en este caso con Ludmila Pagliero y Florian Magnenet, con la única compañía de Elena Bonnay al piano, al fondo de la escena. También de nuevo, y es la cuarta vez en menos de dos horas, la elegancia invade el Real.
Tras estas dos partes –delicadas, exquisitas, sublimes– de cuatro pas de deux tan diferentes entre sí, llega la tercera, que cierra el programa, con Rubís, ya vista en Madrid. Forma parte de las Joyas de Balanchine, con música de Stravinsky y vestuario de Christian Lacroix. Una ‘joya’ que nos había traído en el año 2004 esta misma compañía (pero en esa ocasión no solo los Rubís, sino el programa completo con Esmeraldas y Diamantes) y a ese mismo escenario. Entonces la bailaba como solista José Carlos Martínez, cuando era primer bailarín de la Ópera de París, antes de ser director de la Compañía Nacional de Danza. En esta ocasión, la noche del estreno, el hoy coreógrafo estaba en el patio de butacas viendo a la compañía con la que se consagró a nivel internacional.
Muchas emociones para una gran noche de danza. De esas que nos gusta recordar deseando que haya muchas más. Esperemos que así sea.
Dos momentos del programa. Arriba, Trois Gnossiennes, con Floriane Magnenet y Ludmila Pagliero. Abajo, la compañía en Rubís, con vestuario de Christian Lacroix. [Fotos: Javier del Real]