Ya ha terminado el Orgullo. ¿Y ahora qué?

Ya es oficial: las fiestas del Orgullo LGTBI han terminado. Ahora, tenemos que volver a la rutina veraniega y guardar la purpurina para los fines de semana... o no.

Ya ha terminado el Orgullo. ¿Y ahora qué?
9 julio, 2019
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Ya es oficial: las fiestas del Orgullo LGTBI han terminado. Ahora, tenemos que volver a la rutina veraniega y guardar la purpurina para los fines de semana. Tranquilos, que el próximo viernes está a la vuelta de la esquina y el Cuenca no cierra por vacaciones. En unos días podréis volver a lucir pectorales a ritmo de Gloria Trevi para disfrute de todos: el vuestro y el nuestro.

Lo cierto es que una ciudad orgullosa es una ciudad bonita. Ver calles coloridas, con música y repletas de gente sin prejuicios te invita a pesar que vamos por el buen camino, que la LGTBIfobia está condenada a desaparecer.

Me gusta ver a hombres y mujeres libres coreando El baile del gorila de Melody sin sentir ningún tipo de vergüenza, y adoro poder decir que disfruto de las hermanas Salazar sin que nadie me haga menos por ello.

En los cinco días que dura el Orgullo, los espacios donde sentirnos seguros se multiplican. Podemos pasear por el centro de Madrid sintiéndonos arropados por ese espíritu castizo que nos abriga y que tanto inspiró a grandes madrileños como fueron Federico Chueca, Ortega y Gasset o Antonio Vega.

Todos hijos de su tiempo, pero todos Madrid. Y es un Madrid libre. No es necesario prestar atención a qué espacios son gayfriendly ni mirar a tu alrededor antes de darle la mano a tu pareja.

Es un Madrid que no te juzga si con veinte años eres capaz de cantar todo el repertorio de la Jurado o si decides tomarte una cerveza en plena calle. Es un Madrid donde puedes seguir perdiéndote si quieres, pero donde siempre te encontrarás una sonrisa si la necesitas. Es un Madrid en el que no estás solo, en el que puedes estar aburrido en Colón esperando a que el desfile del Orgullo comience y acabar cantando con una multitud los grandes éxitos musicales de los últimos veinte años.

Porque durante cinco días, Madrid es una fiesta. Pero la fiesta ha terminado: la purpurina se queda en las discotecas, El baile del gorila sonará en alguna fiesta trasnochada y nos tendremos que recoger ese cabello que nos soltamos a ritmo de la Trevi para ir a trabajar.

Chueca, Ortega y Gasset y Antonio Vega seguirán observándonos pero un poco más callados, quizás más serios. Las cervezas las tomaremos en las terrazas o los locales, no vayan a multarnos. Y por favor, cuídate de sonreírle a un desconocido.

Los banderines y los colorinchis se guardan hasta el año que viene y, con suerte, podrás ver alguna bandera del arcoíris decolorándose orgullosa en algún balcón igual de orgulloso. Nadie va a cantar David Civera en Colón. Quizás el año que viene… Y la culpa no es de Madrid, es de la rutina, esa estúpida asociación de ideas que nos obliga a tomarnos la vida más en serio, más contenida. Una maravilla de mundo moderno en el que las grandes marcas saturan los escaparates y sus productos de banderitas para acabar quitándolas unos días después, no vaya a ser que la gente piense mal. Como si la integración, visibilidad y aceptación fueran términos que solo valen en una fecha concreta. Como si tuviesen el mismo valor que el espumillón de Navidad o el roscón de Reyes.

Ya ha terminado el Orgullo. ¿Y ahora qué?

Las leyes del mercado, los discursos pinkwashing: lo gay mola cuando lo gay vende. El Orgullo sigue. Y es nuestra responsabilidad hacerlo visible, demostrar su valor e importancia cada día. El mismo día que escribo esta reflexión, PP y Ciudadanos han pactado un acuerdo para la Comunidad de Madrid donde se integran varias de las medidas de Vox.

Aunque ambos partidos abogan por mantener las leyes autonómicas de Identidad y Expresión de Género e Igualdad Social y no Discriminación de la Comunidad de Madrid y de Protección Integral contra la LGTBifobia y la discriminación por Razón de Orientación e Identidad Sexual, Díaz Ayuso mantiene la posibilidad de estudiar conjuntamente estas propuestas y debatirlas en la Asamblea. Y no solo en Madrid: en Murcia, Vox pide derogar las leyes LGTBI para apoyar al PP durante su investidura y, tras dos intentos fallidos, Ciudadanos y populares han vuelto a reunirse con ellos para conseguir su apoyo.

Por otro lado, Vox ha pedido derogar en Andalucía la ley que garantiza los derechos, la igualdad de trato y la no discriminación contra personas LGTBI. ¿Las razones? Que España no es un país homófobo.

A los que dicen que no pasará nada, que no dejarán que estas medidas se aprueben, les recuerdo algo: hace dos meses, estas realidades estaban más que aceptadas y no había espacio para el debate. Hoy por hoy, Vox ha conseguido que retrocedamos más de una década y que volvamos a valorar temas que deberían estar más que asegurados. Gracias a ellos y a los que les dan poder, estas sugerencias vuelven a estar sobre la mesa y abiertas a debate.

Ninguna represión, sea del tipo que sea, comienza de la noche a la mañana. Se cocina a fuego lento, con mucha paciencia, muchos discursos técnicos y muchas salidas dramáticas para camuflar la realidad poco a poco. Recuerda: hace unos años Vox no existía. Ahora son la llave para diferentes gobiernos y, al no tener nada que perder, solamente pueden ganar.

¿Nuestra respuesta? Coge las banderas, tu purpurina y los tacones. Canta Fangoria, Natalia y Rebeca. Abraza, sonríe y pasea sin miedo. Suéltate el cabello y, si no les gusta, que miren hacia otro lado. Canta Torero en plena Gran Vía y que la gente te acompañe mientras llenas las calles de banderines.

Aunque la fiesta haya terminado, no te recojas todavía. Baila y pide otra canción. Y otra, y otra, y otra… Y si paran la música, si encienden las luces y quieren echarte, no agaches la cabeza y planta cara orgulloso mientras cantas tu canción favorita. Porque la vida es demasiado corta para tomárnosla en serio, pero demasiado importante para tomárnosla a broma. Orgulloso hoy, orgulloso siempre.

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