Chick-fil-A, una de las empresas de comida rápida más famosas de los Estados Unidos, abrió un nuevo establecimiento en Reino Unido hace apenas tres semanas… y ya ha anunciado su cierre para 2020, tras recibir un sinfín de críticas.
La cadena, que nació hace 73 años en Georgia, suma ya 2.361 restaurantes en Estados Unidos. Sin embargo, sus intentos por expandirse en Europa y el resto del mundo han resultado un fracaso. Sus dos locales en Sudáfrica duraron apenas cinco años, y en Canadá acaban de abrir hace un par de meses otro establecimiento, tras dos intentos fallidos que tampoco duraron más de cinco años.
El pasado 10 de octubre, Chick-fil-A abrió en el centro comercial británico Oracle Wall de Reading –ciudad de unos 200.000 habitantes cercana a Londres– su primer restaurante fijo en Europa. Ese mismo día, la organización Reading Pride convocó una manifestación, y se presentaron 60 personas en la puerta del establecimiento con banderas arcoíris. “La actitud moral y ética de la cadena hacia las personas LGTBI va completamente en contra de nuestros valores y los del Reino Unido”, anunciaron en un comunicado.
Tras diferentes disputas y boicots al restaurante, lo han conseguido. Uno de los representantes del centro comercial anunció, tan solo nueve días después de la apertura, que el local permanecerá abierto únicamente durante seis meses.
Pero, ¿qué ha hecho Chick-fil-A para merecer esto? Todo empezó en 2012, cuando Dan Cathy, presidente de la compañía, condenó el matrimonio igualitario en un programa de radio estadounidense: “Espero que Dios se apiade de esta generación que con tanto orgullo y arrogancia cree que podemos redefinir en qué consiste el matrimonio”. Pero, además, donó cinco millones de dólares a grupos de ultraderecha que han luchado políticamente para que no se legalizase el matrimonio igualitario en Estados Unidos, y que están a favor de las terapias de reconversión.
En su política laboral se ve claramente de qué pie cojean: “No discriminamos laboralmente por razones de sexo, género, raza, color, religión, origen, ascendencia, ciudadanía, embarazo, edad, discapacidad física o mental, información genérica o condición de militar o veterano”. Sin embargo, no dice nada de la orientación sexual, algo que sí contemplan empresas de la competencia como McDonalds o Starbucks. Sin duda, un caso claro de homofobia.