A Pablo Messiez no le gustan los retos fáciles, su búsqueda teatral es atrevida y siempre sorprendente. Si en su anterior colaboración con el CDN el director y dramaturgo argentino osaba corregir a Lorca y sus Bodas de sangre, ahora versiona y dirige Los días felices, obra indefinible del autor maldito Samuel Beckett.
Los días felices es un buque insignia del teatro del absurdo, con cientos de lecturas posibles y poco condescendiente con la paciencia del respetable. En la revisión de estos felices días que nos proponía el genio irlandés, es difícil encontrar tanto el paso del tiempo como el bienestar anunciado. Para paliar de alguna forma estas carencias, Messiez se apoya en el caos escenográfico de Elisa Sanz, resuelto como una espeluznante montaña de escombros que agobia al tragarse el mundo poco a poco, mientras que un curioso sol videoinstalado por Carlos Marquerie mide jornadas con sus imperceptibles cambios.
Estos extras apuntalan la acción de la gran protagonista, Winnie, actuada desde los ovarios por Fernanda Orazi, que nos desvela su femenina visión cuasi optimista de un mundo post-apocalíptico, que no es otro que nuestra soledad. Hay que tenerlos muy bien puestos para que durante hora y media nos mantenga en vilo mientras relata desde la inmovilidad a su enterrado marido Willie, interpretado con acierto por Francesco Carril, peripecias cotidianas, idas de olla y añoranza de tiempos pasados.
El discurso es existencial, pizpireto, grave, terrorífico y en perfecto equilibrio con un trascendental tercer personaje en escena: el silencio.
⭐⭐⭐⭐⭐
LA OBRA LOS DÍAS FELICES SE PUEDE VER EN EL TEATRO VALLE INCLÁN DEL CENTRO DRAMÁTICO NACIONAL HASTA EL 5 DE ABRIL