Solo nos queda bailar es una de las películas LGTBI más celebradas de la última temporada. Dirigida por Levan Akin, llega por fin a las plataformas, en un momento perfecto para recuperar este emocionante canto contra la homofobia protagonizado por Levan Gelbakhiani, con el que conversamos poco antes de su estreno en España.
En 2013, medio centenar valientes salieron a las calles de Tiflis ataviados con banderas arcoíris para reivindicar que su orgullo no es una patología. Fueron increpados (e incluso agredidos) por cientos de integrantes de la Iglesia ortodoxa, unas imágenes que, desafortunadamente, pusieron en el mapa a la capital de Georgia, y que demuestran que en este pequeño país abundan los prejuicios. A Levan Gelbakhiani, joven y prometedor actor que debuta en Solo nos queda bailar, no hace falta que se lo expliquen.
El rodaje fue un calvario, y un gran ejemplo de compromiso. “Fue difícil, aunque yo no era consciente de todos los problemas que estábamos teniendo porque estaba concentrado en mi trabajo”, recuerda. “Los productores se encontraron con muchos obstáculos. Teníamos guardaespaldas en el set, nos negaban autorizaciones para grabar constantemente (te ponían la excusa de que había obras o cosas así)… También recibimos amenazas y mensajes de odio”. No haberse dejado invadir por el miedo y el chantaje es, según nos explica, su gran triunfo.
El film dirigido por Levan Akin se hizo con la Espiga Arcoíris en la SEMINCI 2019 de Valladolid –Gelbakhiani también se llevó el galardón a la mejor interpretación masculina–, el Premio ‘Ocaña’ a la mejor película LGTBIQ+ del Festival de Cine Europeo de Sevilla, y fue seleccionado para representar a Suecia en la carrera por el Oscar a Mejor película internacional. “Georgia es un país muy homófobo, sigo teniendo la sensación de que allí te pueden matar por ser gay. Aunque pueda parecer terrorífico, al final del día pesaba más la responsabilidad de saber que estaba haciendo algo importante para mi país y para mí”.
En Solo nos queda bailar (And Then We Danced) da vida a Merad, un bailarín que lleva toda la vida ensayando con pareja, Mary, y que no puede continuar ocultando su homosexualidad cuando Irakli, compañero y rival por hacerse con su puesto, se cruza en su camino.
Un romance lleno de sensualidad que avanza mientras desafían uno de los estamentos más conservadores del antiguo territorio soviético: el cuerpo de baile georgiano, porque allí solo tiene cabida lo hetero-normativo. “Oficialmente no está prohibido ser gay en el cuerpo, pero… ya sabes cómo funciona esto. Sobre el papel no debería influir, pero la cultura del baile georgiano es complicada”, se lamenta.
Su interpretación no solo es un canto a la libertad sexual y al anhelo del deseo prohibido, también el reflejo de una realidad con un futuro demasiado oscuro, que pretenden voltear poniendo su granito de arena. “La película ayuda a mostrar la homofobia en Georgia, y te hace sentir empatía por la situación injusta de mi personaje. Todos aquellos que piensan que ser gay es una enfermedad se lo pueden llegar a replantear”, explica con esperanza.
Gelbakhiani continúa: “De hecho, sé que gente de ideología más conservadora, después de ver la película, nos han dicho que jamás volverán a pronunciar una palabra homófoba”. El actor siente que la responsabilidad que conlleva su papel va más allá de la gran pantalla; de hecho, ya empezó a recibir recibiendo feedback en cuanto el film se empezó a presentar. “Cuando presentamos la película en Georgia, ante un grupo reducido de miembros de la comunidad LGTB, nos agradecieron que estuviéramos abriendo puertas y que les acompañáramos en su lucha”.
Un apoteósico baile final –sin spoilers– deja un pequeño halo de esperanza al que agarrarse. “Es el momento cumbre, mi personaje enseña al coreógrafo que no le importa lo que piensen de él. Hay que romper tabúes y las normas patriarcales establecidas”. Aunque el auge de la ultraderecha y de los que torpedean los derechos LGTBI azote toda Europa, y en países como Georgia la influencia de la LGTBIfóbica rusa sea aún demasiado visible. “El mundo se está volviendo loco. En Europa del Este parece que seguimos en la Unión Soviética… Y esa corriente homófoba procedente de Rusia nos está haciendo mucho daño”.
De hecho, en lo que al folclore de su país se refiere, la tolerancia también ha sufrido una involución. “Hace cincuenta años eran más abiertos de mente que ahora, las mujeres podían interpretar papeles masculinos. Ahora eso es impensable, todo se reduce a historias de parejas heterosexuales. Necesitamos tener la posibilidad de contar otras historias, no solo de hombres que aman a sus mujeres”.
Levan está convencido del poder de la cultura como vehículo transformador social, y se alegra de la buena crítica que en los últimos años están acumulando las cintas LGTBI. “Call Me By Your Name es una verdadera obra de arte, por ejemplo. Y películas así, tan bien hechas además, siguen siendo muy necesarias”. Y puntualiza para terminar: “Nosotros vamos un poco más allá con esta película, para denunciar cómo piensa un determinado grupo de gente, para mostrar un problema que afecta al mundo entero… y que nos dejen de llamar maricones”.
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