Últimamente, hemos estado presenciando muchas confesiones por parte de varios deportistas sobre su orientación sexual. Y no es que la cuarentena se haya convertido en sinónimo de reflexión para muchos de ellos, sino que los tabúes sobre la comunidad LGTBI en el mundo del deporte están empezando a romperse.
Guillaume Cizeron es un patinador sobre hielo francés de 25 años que ha obtenido grandes éxitos en su carrera, como la medalla de plata –junto a Gabriella Papadakis– en los últimos Juegos Olímpicos de Invierno (2018). Y quiso hacer pública su orientación sexual el mismo Día Internacional contra la LGTBIfobia publicando una foto en su cuenta de Instagram con su novio.
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Cizeron siempre ha sido sincero con su círculo de amigos y familia, pero nunca antes había hablado públicamente sobre su orientación sexual. Y esto se debe a la tormentosa y complicada vida que ha tenido, y que ha querido hacer visible para «abrir el camino para que otros deportistas puedan vivir su vida en libertad, sin importar su orientación sexual».
El diario francés L’Equipe le ha servido como vía de escape para hablar con pelos y señales de cómo fue su infancia, lo duro que es vivir reprimido, y cómo el bullying puede llegar a ser visto como algo «merecido». Todo bajo el mismo mensaje de visibilidad e integración a la comunidad LGTBI en el ámbito deportivo.
«No quiero decir solo que soy gay, sino contribuir también a educar», se ve en portada del importante diario deportivo. Guillaume Cizeron denuncia las duras condiciones que vivió de joven, y la falta de referentes LGTBI en el mundo del deporte que necesitaba para saber que no estaba solo. Todo eso le ha motivado a difundir este mensaje con el que pretende luchar contra las agresiones y delitos de odio por cuestiones sexuales y de género. «Me gustaría que las personas que se identifiquen al leer mis palabras sepan que no están solas«.
Aquí tienes la carta completa de Guillaume Cizeron, del diario francés L’Equipe.
«¿Eres una niña o un niño?’, me preguntaron mis compañeros de clase cuando era niño, generalmente seguido de risas y burlas de otros estudiantes. ¿Era una niña o un niño? La pregunta no me pareció tan incongruente. Muy joven recuerdo haberme preguntado sobre mi identidad y mi género. Recuerdo muy claramente preguntarle a mi madre: ‘Mamá, ¿soy niña o niño?’.
Obviamente, todavía no podía entender o verbalizar mis preguntas, pero tenía la sensación de ser diferente. Diferente de otros muchachos. Estaba aterrorizado de haber nacido en el cuerpo equivocado, durante mucho tiempo no sabía que ser gay era una posibilidad, solo pensé que algo estaba mal conmigo. No quiero alentar los estereotipos, pero siempre he estado más inclinado a jugar con muñecas, disfrazarme y maquillarme. Muy rápidamente, entendí que los niños no deberían ‘jugar’ a las Barbies. Entonces me detuve. Me senté en la cama, mirando a mis dos hermanas vestir a sus muñecas.
En la escuela primaria, solía estar solo, no quería jugar fútbol con los niños, y algunos días, mis amigos querían quedarse con las niñas. Entonces me senté en un rincón, ni niña ni niño, en algún lugar entre los dos, esperando desesperadamente el sonido del final del recreo. En la universidad, pasé mucho tiempo en el baño, escondiéndome para no ser perseguido o no tener que sufrir la humillación de la soledad. Era un chico extremadamente tímido y terriblemente sensible, casi nunca respondía a los insultos. Marica, marica. Los insultos puntuaron mi vida diaria y pronto se convirtieron en esta melodía poco saludable en el fondo de mis pensamientos. La adicción es el vicio del bullying, te acostumbras a la violencia, se vuelve normal. Y muy a menudo terminamos creyendo que lo merecemos. Aquellos que hemos sido llevados a creer que no merecemos ser, debemos luchar constantemente contra esta versión de nosotros mismos moldeada por otros.
Incluso hoy, a veces me encuentro censurando algunas de mis acciones, expresiones faciales o palabras, por vergüenza o por miedo a disgustarme. Llevo varios años intentando hacer este trabajo interno que consiste en redescubrir y aceptar las partes de mí que tenía que ocultar, enterrar, eliminar. Cada ser humano tiene una parte de masculinidad y feminidad en él, le guste o no. Personalmente, cultivo y celebro ambas, tanto en la vida como en el hielo. Las dos energías son muy complementarias y me divierto aprovechando una u otra dependiendo de los roles que bailo en el hielo.
¿Por qué hablar de todo esto hoy, me preguntarás? He estado meditando sobre esto durante unos meses, y después de hablar con algunas personas a mi alrededor, me di cuenta de que si mis palabras tenían el poder de ayudar a una sola persona a amarse mejor, a aceptarse, entonces valdría la pena hablar. Hoy, a pesar de los grandes avances en el camino hacia la tolerancia, la lucha no ha terminado. Considero que mi silencio no serviría a la causa, y sería más sinónimo de indiferencia que de tomar una posición. Incluso mi convicción es que la verdadera tolerancia significaría no tener que abandonar el clóset, ya que un heterosexual nunca tuvo que revelar su orientación.
En un mundo ideal, nadie tendría que justificar sus atracciones sexuales o románticas. Como alguien querido para mí una vez me dijo: ‘Mereces ser amado. Simplemente porque existes’. Todos merecen amor y dignidad, ya se identifiquen como un hombre, una mujer o ninguno, si se sienten atraídos por un hombre, una mujer o ambos. Solo queremos que se nos permita vivir en paz, con el respeto, el amor y los derechos que merecemos. Pero mientras espero que este mundo exista, me gustaría que las personas que se identifiquen al leer mis palabras sepan que no están solas. La forma en que nos tratan no tiene que definir en quién nos convertiremos o qué éxito experimentaremos. Preservar su dignidad y cultivar su riqueza interior son las claves».